La Familia | Ángel Cabrero Ugarte/LFI
El cariño de padres
Parece
elemental, pero a veces se encuentra uno con casos un poco penosos. Parece
elemental que la familia debe construirse sobre el amor, el cariño entre marido
y mujer, entre padres e hijos, el afecto sincero entre hermanos. Pero eso debe
educarse.
El
niño, de nacimiento, es egoísta, va lo suyo. Cuando hay más hermanos y los
padres están cerca puede darse cuenta de que el amor a los demás es algo
estupendo. Pero hay que trabajarlo, de lo contrario crece egoísta. No digamos
ya en el caso del hijo único; los padres deberán estar especialmente atentos a
esa educación pues de lo contrario crece un ególatra.
“No
estaríamos dando una educación integral a los hijos, si no educamos sus
sentimientos y la afectividad. En los jóvenes prevalece lo afectivo y lo
sensorial por encima de la razón y de la reflexión. La educación afectiva es
claramente importante” (p. 108). Lo que más vale, en la educación, es el
cariño. Eso supone dedicación, estar cerca, exigir, pero con cuidado,
manteniendo siempre por encima del todo un amor sensible, lleno de detalles.
Hay
que estar con los hijos, hay que hablar con los hijos. No hay cosa que más se
quede grabada en los chicos que una conversación tranquila, a solas con su
padre o con su madre. Es muy bueno que pueda tener esa conversación con el
padre y otras veces con la madre. Para esto hay que estar. No se trata de
aprovechar un momentito suelto, entre que llego del trabajo y el niño se va a
la cama. Para encontrar el momento idóneo hay que estar.
Estando
surge el momento adecuado, porque el chico viene a pedir ayuda para un
problemilla en los deberes del cole, y entonces, sin prisas, con cariño, sin
exigencias, el papá o la mamá saca la conversación. Los dos sentados
tranquilamente en donde no les molesten, y se pregunta por cómo va el cole, y
qué tal esa amiga tan simpática o ese amigo del vecindario. Y si por fin a
empezado a leer aquel libro que le dejó. Y vete tú a saber cuántas cosas.
Esto no una vez en la vida, no una vez al año, no en una ocasión por casualidad sino con frecuencia, buscando el momento, aprovechando cualquier oportunidad, y para eso hay que estar. Puedes estar leyendo un libro o el periódico, pero estás. Si están viendo la tele no estás. Y si no aprovechamos las ocasiones nos arrepentiremos con el tiempo.
Esto
es importante a todas las edades. Con el niño pequeño se habla de pequeñeces,
pero cuando van creciendo les encanta que tú, papá o mamá, les dediques un
rato. O sea, que no ocurra que vengan con un problema y les despaches
diciéndole que no moleste. Sería una gran pena.
Y
si hablas con ellos desde pequeños, será fácil hablar con ellos cuando son
adolescentes. Esto es más complicado, pero solo es posible si la costumbre del
diálogo con tus hijos ha sido constante durante toda la infancia. Sí,
efectivamente, eso lleva tiempo, sobre todo si son más de dos hijos. Pero la
responsabilidad de los padres es esta.
“Situada
en lo más profundo del ser, la afectividad se constituye en el verdadero motor
del comportamiento, en cuanto origina la mayoría de las conductas y condiciona
todas las demás” (p. 109). Esta es la cuestión. Si para que te dejen en paz les
dejas el móvil te estás cargando a tus hijos. Si cuando te preguntan una cosa
pones cara de aburrimiento, eres un mal padre o una mala madre. ¡Qué
responsabilidad tan grande, saber dedicar tiempo a los hijos!
Publicado
por LaFamilia.info
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