Mundo | Victoria Isabel Cardiel C./A&O
Mujeres afganas escapan de la violencia talibán
Una
periodista italiana, con ayuda de las iglesias católica y evangélica, ha creado
una red humanitaria para sacar de Afganistán a mujeres activistas que estaban
en la lista negra de los talibanes para ser ejecutadas.
Afganistán
es una tierra herida. Un país anclado en la guerra durante tantos años que
pocos saben cómo o por qué comenzó todo. Los ancianos recuerdan con nostalgia
los años 70 —antes de la invasión de la URSS—, cuando Kabul se asemejaba a una
capital europea, con niños y niñas sentados en pupitres contiguos hasta que
cursaban Bachillerato y salas de baile con música alta abiertas hasta entrada
la noche.
Los
talibanes llegaron al poder por primera vez en 1996. Ya entonces de forma
salvaje. Sin mediar palabra, fusilaron al que fue el presidente del país entre
1987 y 1992, Mohammad Najibulá, y luego arrastraron su cadáver por las calles
de Kabul atado a la parte trasera de un camión para después colgarlo de una
farola.
Esta
vez han vuelto a implantar un código penal con castigos físicos, pero cometen
los asesinatos de forma discreta. Han prohibido a las mujeres trabajar,
estudiar si son mayores de 12 años, o viajar solas. Una muerte a cámara lenta.
«Los talibanes han condenado a las mujeres de Afganistán a la violencia, la
explotación y la pobreza porque están excluidas de todos los derechos»,
denuncia Nesa Mohammadi, que trabajaba de matrona en el hospital Indira Gandhi
en Kabul.
El
testimonio de la psicóloga y escritora Batool Heidari, que denunció en un
estudio los casos de pederastia entre los talibanes, es también implacable.
«Son tan duros con las mujeres que, si descubren que han ocupado puestos de
poder, buscan sus rostros en los archivos para perseguirlas. Son misóginos»,
asegura, con la certeza de haber humillado con su informe sobre la violencia
sexual contra menores a estos pastunes atrabiliarios que basan su ideología en
el fundamentalismo islámico.
A
su lado asiente con rabia en los ojos Razia Ehsani Sadat, una de las
principales periodistas de la televisión afgana, que conducía un famoso
programa crítico: «Los talibanes son asesinos, criminales responsables de la
muerte de niños, jóvenes y mujeres en Afganistán». Estas tres activistas por
los derechos humanos estaban en la lista negra de los talibanes, con los
nombres de personas que debían ser ejecutadas: «Yo, por periodista», revela
Sadat. «Mi marido, por haber trabajado como funcionario en el anterior
Gobierno».
No
hay palabras que valgan para describir el infierno. Basta ponerse en la piel de
estas mujeres. Formaban parte de la Red de Participación Política de las
Mujeres Afganas en Kabul y, por tanto, estaban destinadas a la sádica venganza
talibán. Su única salida fue venderlo todo y escapar.
Meses
escondidas
Para
ello pidieron ayuda a la periodista italiana Maria Grazia Mazzola, que había
estado varias veces en el país como reportera: «Los talibanes estaban
degollando a los hijos de los que consideraban traidores; algunas niñas habían
sido violadas hasta el punto de haber perdido la forma humana. Con solo 10 años
las convierten en sus novias y los milicianos les practican abortos cuando
descubren que están embarazadas».
Sus
gritos desesperados no cayeron en saco roto. Mazzola empezó a mover contactos
en el Ministerio de Exteriores de Italia y creó una red humanitaria que —con la
ayuda de las iglesias católica y evangélica— ha conseguido poner a salvo a más
de 60 refugiados. «Estuvimos durante meses escondidos en los subterráneos de
los edificios de Kabul. Sin comida ni agua», recuerda Sadat, que pasó un
calvario para poder conseguir los pasaportes. Solo salían para hacer cola en
las oficinas de expedición de pasaportes con temperaturas de -10 ºC: «Fue
horrible. Nos pegaban, nos robaban el dinero que llevábamos encima. Había
bebés, mujeres embarazadas y ancianos…». Tras cuatro meses de incertidumbre,
consiguieron sobornar a un funcionario, que finalmente les dio los documentos.
Atravesaron con sus familias la frontera con Pakistán y tomaron un vuelo pagado
de su bolsillo de Islamabad a Roma.
En
el aeropuerto de Fiumicino los esperaba el sacerdote Francesco Preite, de la familia
salesiana, que recuerda con cariño el abrazo infinito de uno de los hijos de
Ehsani Sadat. «Solo hemos hecho lo que nos pide el Papa, activar una red de
acogida y garantizar una integración acorde con la dignidad de las personas»,
dice, restándose importancia. En total, han acogido a 33 personas que han
logrado huir de los talibanes en seis estructuras repartidas por Italia. En
esta red de solidaridad, sin contar con dinero público, también han participado
otras organizaciones civiles italianas.
Publicado
por Alfa & Omega
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