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El
Papa a artistas: narrar de un modo nuevo el atractivo del Evangelio
El Papa firmó el prefacio del volumen publicado por Marsilio "Una
trama divina. Gesù in controcampo", por el padre Antonio Spadaro, director
de La Civiltà Cattolica. Publicamos la versión Ãntegra del texto, que ha salido
esta mañana como anticipo en el "Robinson" de Repubblica.
Para sus contemporáneos, Jesús podrÃa haber encajado en el paradigma del
inadaptado, de la persona que no encaja, del inadaptado, que no se ajusta a lo
que es obvio. Basta leer en los Evangelios las reacciones provocadas por sus
gestos. En Marcos vemos que "los suyos salieron a buscarlo; decÃan:
"Está fuera de sÃ"". Algunos declararon entonces abiertamente,
como nos dice Mateo: "He aquà que es comilón y borracho, amigo de
publicanos y pecadores". A veces Jesús tiene reacciones duras e
indignadas: por ejemplo, lanza por los aires las mesas de los mercaderes del
templo. No encaja, no se conforma.
Siguiendo a Jesús en su viaje, vemos que abandona Nazaret, su
"patria". Protesta contra los que se sienten tan incluidos que
excluyen a los demás, contra los que creen ver tan claro que se han vuelto
ciegos, los que son tan autosuficientes en la administración de la ley que se
han vuelto injustos.
Un hilo argumental divino nos acompaña en la búsqueda de Jesús que
camina, que se encuentra con gente por el camino, y se pone duro de cara
mirando hacia su meta: Jerusalén. ¿Quién es? ¿Qué es lo que quiere? Jesús va
por las calles de los pueblos enseñando, curando a los enfermos, consolando a
los afligidos. La gente se asombra y se pregunta quién es. Como hizo con sus
discÃpulos, nos mira a los ojos y nos pregunta: "Pero vosotros, ¿quién
decÃs que soy yo?". Siento que me pregunta. Ante la historia de Jesús,
ésta sigue siendo la cuestión fundamental, que siento resonar en las mismas
páginas de este volumen.
A veces nos agobian imágenes de Jesús que, en realidad, son más
figuritas que retratos eficaces. Tendemos a domesticar a Jesús, a hacerlo
amable, pero de tal manera que su mensaje resulta innecesariamente dulce. Él da
paz, consuela, es "luz suave", como San Juan Enrique Newman, pero no
adormece con el canto fácil, sobre todo no anestesia. La sana inquietud
insatisfecha, junto con el asombro de la novedad, abre el camino a la audacia.
Por lo tanto, no necesitamos cuentos edificantes, especialmente en los tiempos
difÃciles que vivimos. Este libro los destierra, resaltando a menudo el
claroscuro, la aspereza de los relatos evangélicos. Jesús vino a traer fuego a
la tierra. Si trae luz, no teme a las sombras. Y, por otra parte, es cierto que
quienes crecen en un mundo de cenizas no sostienen fácilmente el fuego de los
grandes deseos.
No debemos perder el fuego del encuentro con Jesús. Por eso observamos
al Maestro, le seguimos en su camino sin perderle de vista. Todo el mundo puede
hacerlo, aunque no siempre sea fácil comprender a Dios, prever Su camino. Es
bueno dejarse comprender por Él y dejarse guiar. Aprendamos a quitar el polvo
acumulado en las páginas del Evangelio, redescubramos su sabor intenso. Y éste
es el camino que estamos llamados a recorrer: escuchar el tono de voz de quien
pronunció las bienaventuranzas, de quien compartió el pan entre la multitud, de
quien curó a los enfermos, de quien perdonó a los pecadores, de quien se sentó
a la mesa con los publicanos.
La historia de Jesús se entrelaza con la historia de hombres y mujeres,
despertando y potenciando las energÃas ocultas, la pasión adormecida por la
verdad y la justicia, los destellos de plenitud que el amor ha producido en
nuestro camino, pero también la capacidad de afrontar el fracaso y el dolor, de
exorcizar los demonios de la amargura y el resentimiento.
La trama es propia de la historia. No hay historia sin argumento. Dios
ha entrado en la trama de los asuntos humanos con una historia que se puede
contar. La trama es un tejido de hilos. Jesús se ha entretejido a sà mismo en
este tejido. Ningún hilo es igual a otro y, a veces, los hilos se anudan. Es en
la trama de los asuntos humanos donde lo reconocemos "obrando", como
escribió san Ignacio: Jesús se mueve, se acerca, toca el dolor y la muerte y
los transforma en vida. Leer la historia de Jesús no nos aleja del tejido de
nuestra existencia. Al contrario, nos llama a mirar nuestra historia, a volver
a encontrarnos con ella sin huir.
Debemos "ver" a este Jesús, sentir su tacto en nuestra piel,
de lo contrario el Hijo de Dios, el Maestro, se convierte en una abstracción,
una idea, una utopÃa, una ideologÃa. Con él se desarrolla un juego de miradas,
pero no sólo: intervienen todos los sentidos. Jesús es rociado con perfume por
una mujer, come y comparte pan y pescado, toca y cura, escucha y responde a sus
interlocutores.
Abrir los Evangelios es como mirar a través de una cámara que nos
permite ver a Jesús en acción. La mirada con la que Una trama divina nos ayuda
a leerlos parece ser la del cine. San Ignacio de Loyola en sus Ejercicios
Espirituales nos pide que contemplemos los Evangelios con los ojos de la
imaginación: con nuestros ojos, no con abstracción mental. Al hacerlo, la
historia de Jesús entra en la nuestra. Lo miramos a la luz de nuestras vidas,
vemos los rostros, los acontecimientos, los personajes.... Incluso podemos
imaginarnos entrando en la historia de Jesús, viéndole, sus lugares, sus
movimientos, escuchando las palabras de su voz viva. Por eso el Evangelio nos
conmueve profundamente.
Los gestos de Jesús son inclusivos: asocia a sà a los más pobres, a los
oprimidos, a los ciegos, haciéndolos partÃcipes de su nueva visión de las
cosas. La suya no es una mirada asistencialista. No cura a los ciegos para que
disfruten del espectáculo mediático de este mundo, sino para que sean capaces
de ver la acción de Dios en la historia. El Señor no viene a liberar a los
oprimidos sólo para hacerles sentir bien, sino para enviarles a la acción.
Jesús confÃa en lo mejor del espÃritu humano. Encontrarse con él
significa recuperar la energÃa, la fuerza, el coraje. Frente a la realidad, el
Maestro no se pierde en quejas, no emite un juicio paralizante: al contrario,
nos invita a un compromiso apasionado. La vulnerabilidad de la gente, por la
que el Señor siente compasión, no le lleva a un cálculo prudente de nuestras
limitadas posibilidades, como sugieren los apóstoles: en cambio, les exhorta a
la superabundancia desbordante del Evangelio, como sucedió en la multiplicación
de los panes.
Un relato divino, en este sentido, pone claramente de relieve la diferente
capacidad de juicio de Jesús y la de sus discÃpulos. No tengamos miedo de ver a
Jesús a menudo incomprendido incluso por los suyos, difÃcil de aceptar.
Cuestionemos, en todo caso, nuestra propia capacidad de juicio y de comprensión
del Evangelio.
Por último: ¿cómo hablar de Jesús? ¿Qué lengua utilizar? ¿Cómo presentar
a este "personaje" que cambió la historia del mundo? Este es uno de
los retos del libro. Desde luego, no con el lenguaje de la costumbre. El
lenguaje de la verdadera tradición es vivo, vital, capaz de futuro y poesÃa. El
lenguaje de la costumbre, en cambio, es rancio, aburrido, ceremonioso, obvio.
La Iglesia debe cuidarse de no caer en la trampa del lenguaje banal, de las
frases repetidas mecánica y cansinamente.
El Evangelio debe ser una fuente de brillantez, de sorpresa, capaz de
sacudir hasta la médula. Lo peor que puede ocurrir es traducir el poder del
lenguaje evangélico en algodón de azúcar: suavizar el impacto de las palabras,
suavizar los ángulos de las frases, domesticar el sentido del discurso. ¡Qué
importantes son las palabras! Los artistas, los escritores, precisamente por la
naturaleza de su inspiración, son capaces de custodiar el poder del discurso
evangélico.
Hoy resuena en el mundo un "eco de plomo", por utilizar una expresión
del poeta jesuita Gerard Manley Hopkins. Hago un llamamiento: en este tiempo de
crisis del orden mundial, de guerras y grandes polarizaciones, de paradigmas
rÃgidos, de graves desafÃos climáticos y económicos, necesitamos el brillo de
un lenguaje nuevo, de historias e imágenes poderosas, de escritores, poetas,
artistas capaces de gritar al mundo el mensaje del Evangelio, de hacernos ver a
Jesús.
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