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    lunes, 6 de febrero de 2023

    Curas y obispos aborregados… y aborregadísimos


    La Iglesia Hoy | Antonio Aradillas

     


    Curas y obispos aborregados… y aborregadísimos

    "La sinodalidad no favorece al 'amén' sistemático"

     

    Apresuradamente, y con talante misericordioso, nos sale al encuentro el diccionario de la RAE adoctrinándonos que sinónimos fieles y oficiales de “aborregarse” coinciden con exactitud académica con “carecer de ideas y opiniones”, “poca voluntad inteligencia o iniciativas propias” y que “se deja llevar fácilmente por otros”. Las acepciones del “cielo cubierto de nubes blancas y redondas”, al igual que la referente al “cordero que tiene uno o dos años”, son adyacentes al pueblo – pueblo y a muchos “les suena a música celestial”.

     

    Aborregarse, en su extensa e intensa difusión humanística y cultural, es propio y específico de las personas, tal y como adoctrinan los académicos, con la firma y experiencia unánimes de quienes lo viven y lo padecen.

     

    Y como lo nuestro -RD- es fundamentalmente la Iglesia y cuanto con ella se relaciona, se justifican cumplidamente, entre otras, estas consideraciones, en superior proporción a como lo es en el resto de otras colectividades humanas, en su pluralidad de versiones, colores, argumentos y fines. Es tristemente suficiente con que el bien personal y el de los suyos prevalezca y se salve, aún a costa de la definida esencialmente por la “Común Unión- sacramental, con nombre y sobrenombre de Iglesia.

     

    "Aborregados… hasta el punto de celebrar, enaltecer y satisfacerles el grado de fervor de lo que llaman 'voto de obediencia' en determinadas situaciones y casos"

     

    Curas, obispos y una buena porción de la feligresía están, se comportan y alardean de aborregamiento, hasta el punto de celebrar, enaltecer y satisfacerles el grado de fervor de lo que llaman “voto de obediencia” en determinadas situaciones y casos.

     

    De las cofradías de aborregados forman parte importante, en número y en calidad, los convencidos de que los enemigos de la Iglesia -y del papa Francisco- son los masones, los judíos, los islamistas y los protestantes, viviendo ajenos a que los verdaderos enemigos son y están dentro de la propia Iglesia, algunos revestidos -¡y de qué forma atrofiada¡- de capisayos cardenalicios, monseñores y obispos, sin faltar a la cita seglares y “seglaras” de toda la vida.

     

    El sobrenombre de aborregados dentro de la Iglesia -que no en sus periferias- lo lucen, quienes tienen a gala pronunciar en los actos de culto y fuera de ellos, la palabra AMÉN, en mayor número de veces y con sistemático y creciente fervor, rehuyendo correr el riesgo de ser condenados, si lo hacen con el NO o con “SÍ, pero”.

     

    Para los aborregados, todo cuanto se ha dicho, se dice y se dirá en la Iglesia por quienes estén revestidos de ornamentos sagrados, mitras y báculos, y desde sus sagradas cátedras y despachos palaciegos, es “palabra de Dios”, sin pensar si lo son por ser, o no, versículos del Evangelio. El culto que se le sigue rindiendo a determinadas interpretaciones, no raramente es inculto y signo indeleble de aborregamiento febril, decrépito y anticristiano.

     

    El aborregamiento sube de tono, incultura, inhumanidad, falta de lógica, de sentido común y de Evangelio, al centrarse en la relación Iglesia-mujer. En ella, la mujer- queda a perpetuidad en el umbral de la institución, exiliada e impura, sin otra opción que la de sierva – propiedad del varón -también curas y obispos-, en casa, con la pierna quebrada y de por vida, portadora de su condición de “pecado” y tentación para los “Adanes” que en el mundo han sido y serán, censados o sin censar.

     

    Aborregados -aborregadísimos- hay que ser, estar y comportarse en la Iglesia cuando, por definición “tradicional”, intenta hacerse activa y presente en la vida con cuanto es y significa “progreso”, aún en la más elevada de sus acepciones. Diagnóstico idéntico demanda al proclamar ser pueblo y pobre, y no elevar a estos, solo por serlo, a las más altas cimas de los altares. Sentirse orgullosos de las riquezas de las que es poseedora la Iglesia y esgrimirlas como otros tantos “dones de Dios” y signos de ser “obra divina”, equivale a abanderar el batallón de los aborregados y “caiga quien caiga”.

     

    En el contexto real y objetivo de lo aquí referido, insinuado y sugerido, sobra advertir que el papa Francisco y su obra predilecta de predicar la sinodalidad esencial en la Iglesia, de la que depende su razón de ser, lo tiene “crudo”. Casi imposible. No pocos curas y obispos quieren oír hablar del sínodo, o a lo sumo, se limitan a rellenar cuestionarios. Y no lo hacen por mala voluntad, sino porque no les enseñaron otra cosa y porque además no viven de eso. No fue asignatura de la “carrera eclesiástica” que le prometieron, con sus escalafones, títulos, dignidades y estipendios, con la seguridad semi dogmática de ser así – solamente así- “fieles a la voluntad del Señor”.

     

    La Iglesia sinodal no es amiga de las concentraciones masivas, del “totus tuus”, del “santo súbito” y de las canonizaciones” de prisa y corriendo” sin apenas quedar un polaco al que no se le haya iniciado el proceso de beatificación.

     

    La sinodalidad que entraña la idea de Iglesia, por la que apostara Jesús y el actual sucesor del Apóstol Pedro, no favorece aborregamientos de ninguna clase y condición. Su alimento son los versículos de los evangelios, con rechazo de libros titulados “Alimento espiritual para los borregos de Cristo” y otros itinerantes”, uno ya agotado y otros encuadernados en piel.

     


    Religiondigital.org





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