Testigos de la Fe | José Lorenzo
El cura
ucraniano expulsado por los rusos: "O te pasas al Patriarcado de Moscú o
te vas"
"Soy un
desplazado entre los desplazados", cuenta el P. Oleksandr Bogomaz
“Zaporizhzhia
es el lugar más cercano a mi gente, aunque está a cien kilómetros de distancia.
Mi gente es mi familia". Son las palabras del padre Oleksandr Bogomaz, de
34 años, un sacerdote greco-católico que fue expulsado por miembros del
servicio secreto de Rusia cuando su ciudad, Melitopol, fue ocupada por
el ejército ruso y elegida para controlar desde allí parte del territorio
conquistado a sangre y fuego.
Ahora vive en
un bloque de apartamentos que tampoco se ha librado de los misiles en la
martirizada ciudad de Zaporizhzhia, aunque, como cuenta en un estremecedor
reportaje en el Avvenire, nunca hubiera querido dejar su ciudad,
“a pesar del clima de terror, los bombardeos en las iglesias, los
interrogatorios en los cuarteles o la invitación a informar” sobre sus vecinos.
Una farsa judicial
Se negó y lo
expulsaron, previa una farsa judicial en la que le condenaron por ser “un joven
sacerdote católico” y argumentar que la Iglesia católica “había sido proscrita”
en la zona bajo dominio ruso. Fue el penúltimo sacerdote en comunión con Roma
en ser expulsado, tras un ultimátum: "O te pasas al Patriarcado de Moscú o
te vas". Y se fue. “Y ahora ya no quedan sacerdotes católicos en las
cuatro regiones ocupadas por los rusos".
Pero no se fue
solo. Le acompaño su pequeña ‘parroquia’, un seminarista, un estudiante y una
joven con los que ahora comparte piso en un destartalado apartamento de una
destartalada ciudad de Ucrania, y donde ejerce como cura entre los
desplazados. Por la vivienda pasan cada día otros evacuados, soldados,
familias… “Soy sacerdote y la casa siempre debe estar abierta, aunque sea en un
edificio de departamentos”, relata al periodista del diario de la Conferencia
Episcopal Italiana.
Un párroco también en la distancia
Con todo, no
se ha olvidado ni un solo instante el resto de su parroquia, la que se ha
quedado al otro lado, a un centenar de kilómetros. “Este es el lugar más
cercano a mi gente. Mi gente es mi familia", señala. Y quiere seguir
siendo su párroco, a pesar de la distancia.
Por eso, todos
los días, a través de su cuenta de Telegram, envía una video-meditación sobre
la Palabra. “Pero de vez en cuando disminuye el número de suscriptores
del canal. Porque los ocupantes se apoderan de los teléfonos y los revisan.
Entonces aterrorizan a todos. Y si encuentran vínculos para liberar a Ucrania,
puedes terminar en una cámara de tortura. Pero hay quienes todavía tienen el
coraje de reunirse en nuestras parroquias”, señala. “Fueron trece hace unos
días para un Rosario clandestino”. Así, tanto desde la distancia, como
desde su apartamento de puertas abiertas, el padre Oleksandr sigue tratando de
ser un consuelo para su grey desperdigada por la guerra.
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