Nuestra Fe | P. José Pastor RamÃrez/LD
La santidad de una semana
La
Semana Santa no es únicamente un tiempo que reúne una serie de celebraciones
bien estructuradas, sino también la culminación de un proceso y de un camino
cuaresmal; es, asimismo, una celebración con ritos inhabituales. La novedad de
tales ritos, exige una adecuada preparación y explicación para que quienes
asisten a los actos litúrgicos gusten de ella, penetrando desde los signos, al
profundo significado del misterio que considera cada una de las distintas
celebraciones.
Vivir
la Semana mayor es entrar cada vez más en la lógica de Dios: de la Cruz, que no
es ante todo aquella del dolor y de la muerte, sino del amor y del don de sÃ
que genera vida. Es entrar en la perspectiva del Evangelio: seguir y acompañar
a Jesús, permanecer con Él, lo que implica un “salir”. Salir de sà mismos, de
un modo de vivir una fe cómoda y rutinaria, de la tentación de cerrarse en los
propios esquemas que terminan por cerrar el horizonte de la acción creativa de
Dios. Dios salió de sà mismo para estar con nosotros y situar su tienda en el
escenario humano para transmitirnos su misericordia, su compasión que salva y
alimenta la esperanza. Para seguirle y permanecer con Él, hay que salir de sÃ
mismo, “bajar del balcón” para empolvarse los pies y ensuciarse las manos,
yendo a quienes el cansancio de la sobrecarga laboral y los avatares del diario
vivir ha afectado y paralizado; o aquellos que han sido afectados por el anti testimonio.
Precisamente,
“vivir la Semana Santa siguiendo a Jesús implica: saber quién soy, aprender a
salir de mà mismo para ir al encuentro de los otros e ir a las periferias
existenciales”. Es decir, aquellos que, pobres social y espiritualmente, se ven
privados del amor de Dios y de los hombres.
La Semana Santa, también, es una oportunidad para la reflexión y el
conocimiento de sà mismo.
Probablemente
tienen razón quienes sugieren que el hombre y la mujer de hoy huyen de Dios
porque andan huyendo de sà mismos. En el fondo, no es posible entrar en
contacto con Dios, con el misterio de la Semana mayor sin entrar en relación
consigo mismo. Lo decÃa hace mucho tiempo san Cipriano de Cartago: “¿Cómo
puedes pretender que Dios te escuche, si no te escuchas a ti mismo? Quieres que
Dios piense en ti, cuando tú mismo no piensas en ti mismo”. La comunicación con
Dios y con los actos religiosos, en general, se podrÃan convertir, también, en
una “piadosa evasión” si la persona no se encuentra consigo misma y no descubre
cuáles son sus necesidades más profundas y la nostalgia más Ãntima y secreta
del corazón humano.
El
benedictino alemán, Anselm Grün, sugiere en su libro “La oración como
encuentro” un método sencillo y práctico. Consiste esencialmente en preguntarse
a menudo: ¿Quién soy yo?
Al
formularnos esta pregunta se comienzan a recibir espontáneamente respuestas e
imágenes. Pero no podemos olvidar que “soy un misterio que me desborda”. Por
tal motivo, no hay que precipitarse.
Publicado
por ListÃn Diario
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