Vida Humana | Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Roberto Álvarez (Repara): «Hay que ayudar a los
victimarios a que conecten con el dolor del otro»
¿Qué lleva a una persona a abusar de un
menor?
Hay varias circunstancias vitales. Por un lado, heridas de abandono, de rechazo
en su familia y en su historia de apegos y de relaciones. Son personas
maltratadas que han sido rechazadas e incluso han sufrido abusos ellas mismas. Por otro lado, hay personas
que no han pasado por ninguna de estas situaciones, pero tienen dificultades
para generar vínculos y gestionar sus emociones. Cuando aparecen los impulsos y
el deseo no saben manejarlos y no se pueden vincular con otros de un modo sano.
¿Qué pasa cuando acuden a terapia los
consagrados que han cometido abusos?
En este caso hay un hecho incuestionable: han sido
descubiertos y solo acuden a pedir ayuda cuando se destapa el caso. Su primer
sentimiento es de miedo y de vergüenza. Al principio no hay una interpelación
interna por el daño que han hecho ni tienen empatía por las víctimas. Su dolor
es muy autorreferencial: les importa lo que están pasando ellos.
¿Cómo trabaja con ellos entonces?
Lo primero que hay que hacer es ayudarlos a que se
sientan culpables y conecten con el dolor del otro, que les afecte el daño que
han causado. Tenemos que generar culpa y esto es algo positivo, porque hay que
trabajar desde la verdad y la realidad.
Bio
Roberto Álvarez es uno de los
psicólogos que colabora con el Proyecto Repara, de
la archidiócesis de Madrid. Desde una terapia del trauma, existencial y
humanista, ha tratado a varios victimarios en el seno de la Iglesia.
¿Qué pasa después?
Cuando la persona abraza la culpa y conecta con la
herida del otro, reconoce: «Yo soy capaz de hacer esto». Aquí aparecen sus
traumas y sus duelos, su falta de apoyos emocionales, su historia de carencias…
Emerge una personalidad que ha abrazado la vida consagrada como un modo de
hallar protección y ser valorada. Hay quien idealiza el pedir perdón a sus
víctimas, pero eso no se puede exigir ni puede servir para calmar su angustia.
Aquí aprenden a conectar con la parte más profunda de sí mismos, a confiar de
nuevo en sus capacidades, a perdonarse, a buscar paz y sentido. El último
momento de la terapia aborda cómo atravesar la soledad y el vacío para aprender
a vivir de nuevo.
¿Y las posibles recaídas?
Hay que trabajar la personalidad, el control de los
impulsos, cómo generar vínculos sanos… Es una labor de reconstrucción muy
grande que no solo afecta al elemento sexual, sino a toda la personalidad. La
vivencia del mal y del sufrimiento puede ser una oportunidad para ser mejor
persona. Desde una perspectiva humanista y cristiana es posible encontrarse con
Dios misericordioso, como el hijo pródigo.
¿No es una injusticia para las víctimas
que estas personas se puedan sanar?
Esta cuestión es difícil de entender. Ante el mal,
podemos colocar toda nuestra energía en que el otro lo pague y sufra por ello.
Eso puede tener un sentido para la víctima: desear que el otro lo pase mal. A
los cristianos esto nos interpela: ¿qué es el amor de verdad? Ante el daño la
única salida está en el amor, siempre respetando el dolor y la rabia. Tampoco
el otro se va de rositas, la mancha siempre la llevará el victimario, pero
puede pasarse el resto de su vida fustigándose o bien trabajar para abrazar su
sombra y salir a la luz. Aunque para ello tiene que sufrir mucho primero,
asumiendo también el dolor que ha infligido.
¿Qué ha fallado en su formación y en su
ministerio?
La vida consagrada solo es posible desde una personalidad sana. Compruebo que
se han descuidado las relaciones interpersonales y la inteligencia emocional.
Dios nos quiere como somos, pero hay que trabajar más los vínculos. Tenemos que
cuidarnos más y amarnos más en comunidad. Eso protege.
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