La Iglesia Hoy | José María Marín Sevilla, sacerdote y teólogo
Amén, pero no a todo
"A este Papa no le mueve la voluntad de mantener el 'no' contra
viento y marea"
Vaya por delante que soy un entusiasta del Papa
Francisco y de su valentía. Sus reformas y la novedad de
sus enseñanzas, no solo me parecen necesarias, sino que me esfuerzo en asumir,
difundir y apoyar, muy especialmente en todo lo que concierne a la sinodalidad
de la Iglesia.
No obstante, este entusiasmo y admiración por él y
por su enseñanza, no me impide distanciarme racional y razonadamente, con
respeto y humildad, de algunas de sus manifestaciones.
En esta ocasión volveré a su “no” al
sacerdocio de la mujer. Lo puso de manifiesto en noviembre del año pasado
en una entrevista (publicada en America Magazine), con argumentos alejados
de grandes teólogos; y lo ha vuelto a reiterar, ahora, con los mismos argumentos
y casi con las mismas palabras, en el documental, producido por el reconocido
periodista Jordi Ëvole: Amén. Francisco responde. Valiente y
admirable el atrevimiento del Papa, al sentarse sin papeles y sin mitra, para
escuchar y responder a las preguntas de un puñado de jóvenes de lo más diverso
y alejado de la Iglesia.
Y aunque es cierto que en general este encuentro ha
servido para mejorar el conocimiento y el afecto de estos jóvenes (y muchos
otros que lo verán y comentarán en las redes sociales), a la vieja institución
que sienten lejana y poco interesada en respetarles, acogerles y acompañarles
en la diversidad de su vida personal (no siempre fácil ni respetada por la
sociedad); no es menos cierto que en la cuestión que nos ocupa
Francisco no tuvo su mejor versión: se puso tenso, habló de dogmas y utilizó
los argumentos que no son ni mucho menos verdad absoluta, ni universal, son
hoy incomprensibles y contradictorios.
Con cierta ironía podríamos resumirlo así: María
(Madre de Dios) es más que Pedro (apóstol de Jesús), la Iglesia es mujer
(esposa de Cristo) pero el ordenado sacerdote, que ordena y manda es (y será
siempre) el varón. Todo huele tan poco a Nazaret y tanto a Roma,
tampoco a vino nuevo y tanto al avinagrado patriarcado, tan poco a fraternidad
con las mujeres y tanto al envenenado clericalismo… que por mucho que
se repita ahora… antes o después el espíritu de Jesús le llevará a caer en
tierra, hasta desaparecer, para engendrar una vida nueva, que sin duda dará
mucho fruto.
No es este un tema que nadie haya puesto de “moda”,
ni es tampoco tangencial, estamos ante una de las dimensiones
esenciales del ser y la misión de la Iglesia, caminar juntos en pie de igualdad para
“hacer discípulos”, es decir: testimoniar, enamorar, entusiasmar… por el
reinado de Dios manifestado en Cristo Jesús.
Estamos también ante una cuestión de vital
importancia: los recursos espirituales y humanos que necesita la comunidad
eclesial para la evangelización, hoy y en el futuro. La mayoría de la Iglesia
son mujeres (quizá en un tiempo no muy lejano tendremos que “suplicar” a
algunas de nuestras hermanas que acepten ser sacerdotes). Unas palabras del Papa Benedicto
XVI parecían apuntar a esto mismo: “Creo que las mismas mujeres con su
impulso y su fuerza, su superioridad y con su potencial espiritual sabrán
crear su espacio. Nosotros debemos procurar ponernos a la escucha de Dios, para
no ser nosotros (los clérigos) quienes se lo impidamos (Benedicto XVI en una
entrevista en 2005). El paréntesis es mío.
Por otro lado, de todos es conocido que la
opinión de los teólogos es unánime: cuando se trata de buscar impedimentos
doctrinales para la ordenación de mujeres, no existen. Tenemos, además, el
espejo de otras Iglesias cristianas no católicas en las que el ministerio
femenino no solo no supone impedimento alguno, sino que es por el contrario,
riqueza en la diversidad y mayor posibilidad, experiencia y referencia. Por su
parte, los evangelios, liberados de la visión patriarcal tampoco presentan
excesivas dificultades. Esto es tan contundente que no debería ser necesario
seguir recordándolo.
Volviendo a Francisco. En la mencionada entrevista
de noviembre del 22 Francisco afirmaba en general:
“Cuando hay polarización entra una mentalidad
divisoria, que privilegia unos y deja de lado a otros. Lo católico siempre es
armónico de las diferencias (…) El Espíritu Santo en la Iglesia no reduce todo
a un solo valor, sino que hace armonía de las diferencias de los opuestos. Y
ése es el espíritu católico. Cuanta más armonía, con las diferencias y con los
opuestos se hace más católico”. Estoy convencido de que Francisco es sincero y
piensa realmente así. Es difícil entender como en el acceso de las mujeres al
sacerdocio actúa de espaldas a esta convicción que manifiesta constantemente en
sus encuentros y sus enseñanzas. Sabemos que no lo tiene fácil, que
pronunciarse y establecer cauces directos para avanzar hacia la ordenación de
mujeres podría ocasionar una división profunda en la Iglesia. Quizá sea esta su
primera preocupación y su mayor temor. Lo respetamos, esperaremos, sin
renunciar al desafío de “abandonar el cómodo criterio pastoral del «siempre se
ha hecho así» y ser audaces y creativos” (E.G. 33).
Estoy convencido de que a este Papa no le mueve la
voluntad de mantener el “no” contra viento y marea, sin escuchar las voces que
demandan una reflexión más profunda para alcanzar el “si”. Es más
probable que como buen jesuita esté aplicando aquella expresión tan ignaciana:
en tiempos de desolación no hacer mudanza, y no porque no quiera cambiar sino
para acertar al hacerlo. Quizá tenga razón y es necesario un tiempo de
mayor calma y paz en la comunidad eclesial, hoy tan polarizada como la sociedad,
o más. En este tiempo de “confrontación” quizá Francisco solo trata de evitar
mayor crispación, aunque efectivamente sueñe “con una opción misionera capaz de
transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el
lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la
evangelización del mundo actual más que para la autopreservación” (E.G. 27),
porque todo puede ir a mejor.
Reitero mi “amén” y mi “pero no en todo”. Mi Amén a
Francisco en todo lo que en él “huele a evangelio”, que es mucho y sorprendente.
Me permito este “pero”, entre otras cosas porque desde abajo y sin poder, mi
opinión es solo una gota en el océano de la fe y de la vida, en el que me gusta
sumergirme, cada día, agradecido y en libertad.
En este y en otros temas siempre será
apasionante volver a Galilea con docilidad al Espíritu que
sostiene la fidelidad a la presencia viva y permanente del Resucitado en nuestras
vidas y en la Iglesia. Los relatos de las “apariciones” presentan a las mujeres
como las “elegidas” de Jesús para ir “por delante” a comunicar a los discípulos
que vayan a Galilea. Las primeras en “ver” al Resucitado fueron ellas, y lo
hicieron, si seguimos a Mateo sin sorpresa, sin miedo ni duda (Mateo 28, 9-12):
se acercan, le abrazan por los pies, en clara actitud de discípulas que le
adoran. Ellos, los discípulos, “obedeciendo” a las mujeres acudirán a la
“montaña” donde les ha citado el Señor (Mt. 18, 16). Estos relatos son
metafóricos, textos de fe y revelación, y están abiertos a una adecuada
actualización. No parece muy serio dejarlas a ellas fuera de la convocatoria.
Menos si tenemos en cuenta que la reunión se va a producir fuera de Jerusalén,
lejos del Templo y de sus dirigentes, apartados, pues, del patriarcado y sus
rígidos códigos discriminatorios.
Mucho le costó a Pedro entender profundamente el
amor liberador y universal, de este hombre (encarnación de Dios mismo) que no
hace distinciones, pero sí tiene sus prioridades con las/os excluidas/os y
humilladas/os de la historia. También nosotros andamos bastante lentos en
entender, celebrar y vivir esta dimensión profunda y esencial del Evangelio de
Jesús. Aquí tenemos una nueva oportunidad para afrontar los signos de los
tiempos sin temores, con audacia y creatividad: “muchas últimas serán primeras
y muchos primeros los últimos”.
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