Evangelización | Carlos Pérez Laporta
Nada nos separará
Lunes de la 7ª semana de Pascua / Juan 16, 29-33
Evangelio:
Juan 16, 29-33
En aquel
tiempo, dijeron los discípulos a Jesús:
«Ahora sí
que hablas claro y no usas comparaciones. Ahora vemos que lo sabes todo y no
necesitas que te pregunten; por ello creemos que saliste de Dios». Les contestó
Jesús:
¿Ahora
creéis? Pues mirad: está para llegar la hora, mejor, ya ha llegado, en que os
disperséis cada cual por su lado y a mí me dejéis solo. Pero no estoy solo,
porque está conmigo el Padre. Os he hablado de esto, para que encontréis la paz
en mí. En el mundo tendréis luchas; pero tened valor: yo he vencido al mundo».
Comentario
«Ahora sí
que hablas claro». Se figuraban los apóstoles que la claridad con la que ahora
se expresa Jesús, sin esconder su origen divino, significaba que había llegado
el momento en que el Mesías iba a actuar con toda contundencia. Si Jesús
hablaba así de claro sobre su divinidad iba a hacer enfadar a las autoridades,
y solo se comprendía si tenía la posibilidad de vencer con fuerza.
Por ello,
Jesús les responde de ese modo: «¿Ahora creéis? Pues mirad: está para llegar la
hora, mejor, ya ha llegado, en que os disperséis cada cual por su lado y a mí
me dejéis solo». Ellos habían puesto la seguridad de su fidelidad en el poder
de Cristo. Pero lo que iban a ver era su extrema impotencia. Por eso, iban a
abandonarlo; porque en realidad todavía no tenían fe en Él, sino solo en su
fuerza: solo si era capaz de vencer al mundo ostensiblemente por la fuerza
creerían.
Pero la
claridad con la que habla Jesús no remite a ese poder, sino al poder del Amor a
su Padre, que iba a manifestarse con todo su esplendor: «No estoy solo, porque
está conmigo el Padre. Os he hablado de esto, para que encontréis la paz en
mí». Su aparente abandono del Padre en la cruz iba a manifestarse como el
momento de mayor unidad en la Resurrección: nada podía aislarle el Padre, ni
tan siquiera la muerte. Y es eso precisamente lo que nos da verdadera paz,
saber que nada nos separará del amor de Cristo. Ese amor es la verdadera
victoria sobre el mundo: «En el mundo tendréis luchas; pero tened valor: yo he
vencido al mundo».
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