Evangelización | Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
“Yo estaré con ustedes todos los días”
Solemnidad
de la Ascensión del Señor – Ciclo A (Mateo 28, 16-20) 21 de mayo de 2023
Hay personas a las que les cuestan,
particularmente, las despedidas. Son momentos muy intensos, en los que se
expresan muchos sentimientos que duermen en el fondo del corazón y tienen miedo
de salir a la luz y expresarse de una manera directa. Pero, en estos momentos,
saltan inesperadamente y sorprenden a unos y a otros... Despedirse es decirse
todo y dejar que el otro se diga todo en un abrazo que contiene la promesa de
seguir presente a pesar de la ausencia.
Salta a mi memoria, en esta solemnidad de la
Ascensión del Señor, la poesía que Gloria Inés Arias de Sánchez escribió para
sus hijos, y que lleva por título: «No les dejo mi libertad, sino mis alas».
Como ella, el Señor se despide de sus discípulos, ofreciéndoles un abrazo en el
que se dice todo y nos regala la promesa de su presencia misteriosa, en medio
de la ausencia:
“Les dejo a mis hijos no cien cosechas de trigo
sino un rincón en la montaña, con tierra negra y
fértil,
un puñado de semillas y unas manos fuertes
labradas en el barro y en el viento.
No les dejo el fuego ya prendido
sino señalado el camino que lleva al bosque
y el atajo a la mina de carbón.
No les dejo el agua servida en los cántaros,
sino un pozo de ladrillo, una laguna cercana,
y unas nubes que a veces llueven.
No les dejo el refugio del domingo en la Iglesia,
sino el vuelo de mil palomas, y el derecho a buscar
en el cielo,
en los montes y en los ríos abiertos.
No les dejo la luz azulosa de una lámpara de metal,
sino un sol inmenso y una noche llena de mil
luciérnagas.
No les dejo un mapa del mundo, ni siquiera un mapa
del pueblo,
sino el firmamento habitado por estrellas,
y unas palmas verdes que miran a occidente.
No les dejo un fusil con doce balas,
sino un corazón, que además del beso sabe gritar.
No les dejo lo que pude encontrar,
sino la ilusión de lo que siempre quise alcanzar.
No les dejo escritas las protestas, sino inscritas
las heridas.
No les dejo el amor entre las manos,
sino una luna amarilla, que presencia cómo se hunde
la piel sobre la piel, sobre un campo, sobre un
alma clara.
No les dejo mi libertad sino mis alas.
No les dejo mis voces ni mis canciones,
sino una voz viva y fuerte, que nadie nunca puede
callar.
Y que ellos escriban, ellos sus versos,
Como los escribe la madrugada cuando se acaba la
noche.
Que escriban ellos sus versos; // por algo, no les
dejo mi libertad sino mis alas...”
“Los once discípulos se fueron a Galilea, al cerro
que Jesús les había indicado. Y cuando vieron a Jesús, lo adoraron, aunque
algunos dudaban. Jesús se acercó y les dijo: – Dios me ha dado autoridad en el
cielo y en la tierra. Vayan, pues, a las gentes de todas las naciones, y
háganlas mis discípulos; bautícenlas en el nombre del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo, y enséñenles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes.
Por mi parte, yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo”.
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