Reflexión | Miguel Ángel Munárriz/FA
Atar y Desatar
Mt
18, 15-20
«Todo
lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en
la tierra quedará desatado en el cielo»
Esta
frase le ha servido tradicionalmente a la Iglesia para basar en ella su poder,
pero existe otra interpretación más profunda y humanizadora: “Si perdonáis y
compadecéis, habrá perdón y compasión en el mundo, y si no, no los habrá”…
Jesús
está diciendo una obviedad: que el mundo será finalmente lo que nosotros
hagamos de él; que cada persona y la humanidad entera están por construir, y
que en nuestras manos está que esa realidad que vamos conformando día a día sea
plena y armoniosa, o un desastre fruto de nuestras pasiones. Cada uno de
nosotros, el mundo, la humanidad, se pueden estropear, y está en nuestra mano
evitarlo.
Esta
interpretación implica que el mundo tiene sentido, que está dirigido a un fin,
y que el sentido de nuestra vida está íntimamente ligado al destino del mundo.
Dios nos ha engendrado por amor y nos ha confiado a nosotros, sus hijos, la
terea de completar su obra. Para poder hacerlo, nos ha insuflado su espíritu,
es decir, nos ha dotado de la capacidad de amar y compadecer, y también, de
inteligencia y libertad. Pero aquí surge el problema, porque la libertad nos
permite obrar el mal, y el mal nos complica sobremanera el camino hacia la
meta.
Por
eso, nuestra tarea, el sentido de nuestra vida, es la lucha contra el mal, una
lucha que requiere confianza en el resultado; confianza en que si no cejamos
alcanzaremos un mundo donde el mal haya sido definitivamente erradicado.
Confianza también en que Dios está de nuestro lado en esta lucha. Sin la
implicación de Dios tendríamos la batalla perdida de antemano, porque el mal es
mucho más fuerte que nosotros, y porque lo tenemos tan arraigado, que en muchas
ocasiones nos sentimos a su merced (Romanos 7,15).
Pero
no estamos inermes ante el mal. Como decía Juan Antonio Estrada en su libro “La
pregunta por Dios”, tenemos la capacidad de luchar contra el mal físico, usando
la razón, y contra el mal moral, movidos por nuestra conciencia que nos empuja
a defender los derechos de todos. Es el soplo de Dios que alienta en nosotros
el que nos da la fuerza necesaria para evitar que el mal se adueñe de nosotros,
para impedir que nos esclavice, para afrontar los sucesos negativos con
esperanza, para combatir su potencial destructivo, para impedir que el mal
termine doblegando al hombre; para seguir soñando con un final feliz donde el
mal haya sido aniquilado…
En
Jesús hemos conocido el sueño de Dios, y también hemos conocido que tenemos la
capacidad de contribuir a él. «Pasó por el mundo haciendo el bien y curando a
los oprimidos por el mal porque Dios estaba con él». La forma de luchar contra
el mal es sembrando el bien, es decir, perdonando, compadeciendo y ayudando.
Ésa es la tarea de quien sigue a Jesús: sembrar.
Publicado
por Feadulta.com
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