Evangelización | Carlos Pérez Laporta
¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!
Martes de la 24ª semana de tiempo ordinario / Lucas
7, 11-17
Evangelio:
Lucas 7, 11-17
En aquel
tiempo, iba Jesús camino de una ciudad llamada Naín, y caminaban con él sus
discípulos y mucho gentío.
Cuando se
acercaba a la puerta de la ciudad, resultó que sacaban a enterrar a un muerto,
hijo único de su madre, que era viuda; y un gentío considerable de la ciudad la
acompañaba.
Al verla el
Señor, le dio lástima y le dijo:
«No
llores».
Y
acercándose al ataúd, lo tocó (los que lo llevaban se pararon) y dijo:
«¡Muchacho,
a ti te lo digo, levántate!».
El muerto
se incorporó y empezó a hablar, y se lo entregó a su madre. Todos, sobrecogidos
de temor, daban gloria a Dios, diciendo:
«Un gran
Profeta ha surgido entre nosotros», y «Dios ha visitado a su pueblo». Este
hecho se divulgó por toda Judea y por toda la comarca circundante.
Comentario
Es una
viuda, que acaba de perder a su único hijo. El desgarro interior de aquella
mujer es imposible de describir. La palabra humana no llega a esos fondos
amorfos y descompuestos del dolor. Pero, el Señor se compadece de aquella
situación. No le da discursos. Solo le dirige dos palabras, que no serían
justas si no las acompañase del gesto que viene después: «No llores», le dice.
¿Quién podría negarle el derecho a llorar a una mujer en esa situación? Aquella
mujer solo podía llorar. Si no fuese a resucitarlo las palabras «no llores»
habrían constituido casi un insulto, una falta de sensibilidad.
Pero aquel
niño se ha levantado. Ha resucitado. Volverá a morir algún día, claro. Pero su
madre ha conocido a aquel que puede devolverle la vida. Su madre ha conocido a
la vida, y su hijo también. La muerte futura de su hijo ya no le asustará más.
Tampoco la muerte de su marido le hará más daño. Podrá llorar, porque la muerte
causa dolor, pero su llanto estará cargado de espera. Porque ha conocido al
Señor de la vida. Esa es la experiencia que todas las madres hacen en el
bautismo de sus hijos, como reza la bendición final que el celebrante hace
sobre ellas: «El Señor todopoderoso, por su Hijo, nacido de María la Virgen,
bendiga a esta madre y alegre su corazón con la esperanza de la vida eterna,
alumbrada hoy en su hijo, para que del mismo modo que le agradece el fruto de
sus entrañas, persevere con él en constante acción de gracias».
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