Evangelización | Carlos Pérez Laporta
Lo condenarán a muerte
Miércoles de la 2ª semana de Cuaresma / Mateo 20,
17- 28
Evangelio: Mateo 20, 17-
28
En aquel tiempo, subiendo Jesús a
Jerusalén, tomando aparte a los Doce, les dijo por el camino:
«Mirad, estamos subiendo a
Jerusalén, y el Hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a
los escribas, y lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles, para que
se burlen de él, lo azoten y lo crucifiquen; y al tercer día resucitará».
Entonces se le acercó la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos y se
postró para hacerle una petición.
Él le preguntó:
«¿Qué deseas?».
Ella contestó:
«Ordena que estos dos hijos míos se
sienten en tu reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda». Pero Jesús
replicó:
«No sabéis lo que pedís. ¿Podéis
beber el cáliz que yo he de beber?». Contestaron:
«Lo somos». Él les dijo:
«Mi cáliz lo beberéis; pero sentarse
a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, es para aquellos para
quienes lo tiene reservado mi Padre».
Los otros diez, al oír aquello, se
indignaron contra los dos hermanos. Y llamándolos, Jesús les dijo:
«Sabéis que los jefes de los
pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre
vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y
el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo.
Igual que el Hijo del hombre no ha
venido a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos».
Comentario
En el camino hacia Jerusalén Jesús
va tomando conciencia de su destino. Sabe que «va a ser entregado a los sumos
sacerdotes y a los escribas, y lo condenarán a muerte y lo entregarán a los
gentiles, para que se burlen de él, lo azoten y lo crucifiquen; y al tercer día
resucitará». No es que Jesús no supiera que había venido al mundo a darse por
completo por el Padre. Pero la forma en la que esa entrega se iba a concretar
aparecía en su conciencia humana en la medida en que las reacciones contra él
de las autoridades fueron perfilándola.
Esa oscuridad del destino último es
el telón de fondo de la pregunta de «la madre de los hijos de Zebedeo». No
respecto de Jesús, pero sí en cuanto a sus hijos. De forma muy maternal, quiso
asegurar que sus hijos llegasen a buen puerto. «Ordena que estos dos hijos míos
se sienten en tu reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda». Como todas
las madres, pide a Dios que la vida de sus hijos se cumpla.
Jesús, que le había preguntado a
ella «¿Qué deseas?», no se dirige a ella, sino a los hijos: «¿Podéis beber el
cáliz que yo he de beber?». La vocación de los hijos que tanto preocupa a la madre
pasa por la libertad de ellos, y no sólo por las intenciones de la madre. Con
ello Jesús purifica el deseo de la madre: es necesario dejar que sus hijos
hagan su camino en libertad, en un diálogo personal con Dios.
Pero además aprovecha para
corregirlos a ellos; pues, el destino último pasar por una cruz y por el
misterio del Padre: «Mi cáliz lo beberéis; pero sentarse a mi derecha o a mi
izquierda no me toca a mí concederlo, es para aquellos para quienes lo tiene
reservado mi Padre». Nuestra vocación se realiza en el misterio, y sus
determinaciones últimas dependen de nuestra libertad, de la libertad de los
otros y de la del Padre. Por eso, la única posibilidad es servir sin más
pretensiones que hacer la voluntad de Dios que somos capaces de atisbar en cada
momento: «el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y
el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo. Igual que el
Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida en
rescate por muchos».
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