Vida Religiosa |Christine Schenk CSJ
La vida
religiosa tal como la conocemos hoy -tanto la contemplativa como la activa- ha
evolucionado a lo largo de dos milenios. En este último de cuatro artículos,
Christine Schenk analiza qué pudo haber llevado a las mujeres del cristianismo
primitivo a ser contribuyentes activas de la edificación de la Iglesia.
Como se relata en los tres
artículos anteriores de esta serie, la evidencia que nos llega de la
iconografía y las inscripciones en las tumbas sobre las mujeres del
cristianismo primitivo, junto con los escritos contemporáneos sobre las
"madres de la Iglesia", todo esto demuestra que las mujeres han
ejercido formas de gobierno en el servicio como viudas inscritas (en el
catálogo de viudas), diaconisas, guías de iglesias domésticas y monasterios,
evangelistas, maestras, misioneras y profetisas. En muchos casos, las mujeres
han gobernado a otras mujeres, aunque hay excepciones relevantes como la de la
diaconisa Marthana de Seleucia (Turquía), que gobernó un monasterio doble en el
sitio del martirio de Santa Tecla. Estas mujeres del cristianismo primitivo
testificaron y predicaron libremente a pesar de la fuerte oposición de los
hombres del cristianismo primitivo.
Cómo las mujeres han superado a la oposición
Uno podría preguntarse con razón de
dónde vino esa fuerza y autoridad interna que llevó a las mujeres de la Iglesia
primitiva a ignorar los intentos de silenciarlas. Creo que lo que impulsó a las
mujeres a hablar en lugar de permanecer en silencio fue su fe en el Cristo
resucitado.
El sarcófago que vamos a examinar
proporciona una pista de cómo al menos una mujer cristiana (a la que llamaremos
Junia, ya que se desconoce su verdadero nombre) entendió cuál era la fuente de
su autoridad interior.
En el centro de la figura 1, Junia
tiene en la mano izquierda un código mientras la derecha se levanta en gestos
de orador. A sus dos lados, escenas bíblicas que representan (de izquierda a
derecha): Dios Padre con Caín y Abel; Cristo con Adán y Eva; la curación del
paralítico; la curación del ciego de nacimiento; el milagro de Caná y la
resurrección de Lázaro. Unos años antes de su muerte, Junia, o su familia,
había encargado este sarcófago esculpido de forma única, para conmemorarla a
ella y a los valores que habían plasmado su identidad.
Cuando Junia muriera, su sarcófago
sería llevado a su casa donde ella estaría expuesta durante siete días para que
familiares, clientes y amigos pudieran rendirle homenaje y admirar asombrados
su memorial esculpido con tanta pericia: entrarían en un espacio liminal para
meditar sobre su vida, sus valores, sus convicciones e, inevitablemente, sobre
el significado de la vida y la muerte.
En un artículo publicado en 2004,
la Dra. Janet Tulloch, especialista en artes figurativas del cristianismo
primitivo, señaló que el arte antiguo podía considerarse como un discurso
social destinado a “atraer al observador como si fuera un participante” y que
el arte se entendía “para interpretar significados, no simplemente para
incorporarlos”. Según el criterio de la Dra. Tulloch, por lo tanto, es
razonable pensar que Junia deseaba que sus seres queridos entraran en un
espacio liminal para experimentar el poder de Cristo para revertir los efectos
de la caída, con la curación del ciego y el lisiado, proporcionando vino en
abundancia en el nuevo Reino de Dios y despertando a Lázaro (y Junia) de entre
los muertos.
¿Dónde había encontrado, Junia, la
autoridad para dar testimonio y enseñar a Cristo? Una sugerencia puede darnos
la expresión de su rostro, esculpido cerca del de Cristo que se inclina hacia
ella, con la boca abierta, como si estuviera murmurando algo en su oído (fig.
2). Junia y su familia querían que fuera recordada como una persona que había
enseñado con la autoridad de Cristo. Las personas que la lamentan no solo se
comunican con la difunta Junia, sino también con el Cristo que sana y levanta a
través del significado evocado y “realizado” por el arte en su sarcófago. Junia
exhorta a los vivos a abrazar a Cristo que ha autorizado su ministerio y del
que ella da testimonio incluso más allá de la muerte.
Las siguientes mujeres pioneras
Estas mujeres del IV son
precursoras de las religiosas monásticas y apostólicas de las épocas
posteriores, que confiaban en el poder de Cristo para traer curación y
justicia, a pesar de la fuerte oposición a la que se enfrentaban. Por ejemplo,
el nacimiento y el desarrollo de la educación pública y de los hospitales -en
Occidente y en el Sur del mundo- puede atribuirse a órdenes de religiosas que
se negaron a ser encerradas en un convento para ser libres de asistir a los
enfermos, a los pobres y a los analfabetos.
Clara de Asís escribió la primera
regla monástica para mujeres: nunca más su comunidad habría confiado en las
dotes de los ricos. Y eso significaría que todas sus hermanas serían iguales.
El obispo le opuso una tenaz resistencia y solo cedió cuando Chiara se encontró
en su lecho de muerte. A pesar del miedo a la Inquisición, Teresa de Ávila
indicó nuevos caminos para experimentar la presencia de Dios en el centro de
nuestra existencia y en las instituciones y sacramentos de la Iglesia. Durante
la epidemia de la Estrella de la Muerte, Juliana de Norwich proclamaba un Dios
misericordioso que no condenaba a la condenación eterna a los que morían antes
de haber recibido la absolución, como en cambio la Iglesia enseñaba en aquel
tiempo. "Todo irá bien, todas las cosas irán bien", les decía a sus
conciudadanos desesperados. En general, los Doctores de la Iglesia-mujer, como
Teresa de Ávila, Hildegard von Bingen, Teresa de Lisieux y Catalina de Siena,
daban testimonio de un Dios de la misericordia más que del juicio.
Los relieves esculpidos en la tumba
de nuestra antepasada “Junia” nos permiten intuir que su experiencia de
comunión con Cristo resucitado fue fundamental para su predicación y enseñanza,
a pesar de las advertencias de permanecer en silencio. En la larga historia del
cristianismo -y quizás en particular en la historia de las órdenes religiosas
femeninas- la cercanía de Cristo ha ayudado a los creyentes a superar
obstáculos aparentemente imposibles, alentándolos a afrontar riesgos para
nuestro Abba, Dios-Padre, cuyo amor -al final- reinará tanto en la tierra como
en el cielo.
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