Evangelización | Carlos Pérez Laporta
Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo,
el Hijo del hombre
Martes de la 2ª semana de Pascua / Juan 3, 5a. 7b‐15
Evangelio: Juan 3, 5a. 7b‐15
En aquel tiempo, dijo Jesús a
Nicodemo:
«Tenéis que nacer de nuevo; el
viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni a
dónde va. Así es todo el que ha nacido del Espíritu». Nicodemo le preguntó:
«¿Cómo puede suceder eso?». Le contestó
Jesús:
«¿Tú eres maestro en Israel, y no
lo entiendes? En verdad, en verdad re digo; hablamos de lo que sabemos y damos
testimonio de lo que hemos visto, pero no recibís nuestro testimonio. Si os
hablo de las cosas terrenas y no me creéis, ¿cómo creeréis si os hable de las
coas celestiales? Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo
del hombre.
Lo mismo que Moisés elevó la
serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para
que todo el que cree en él tenga vida eterna».
Comentario
Cristo no está presente como antes,
cuando estaba con ellos sin interrupciones. Sus apariciones son seguidas de
desapariciones. Su vida no sigue las reglas de la continuidad cronológica. Su
permanencia en el tiempo pende en vertical desde el cielo, y puntea la
historia: «no sabes de dónde viene ni adónde va. Así es todo el que ha nacido
del Espíritu». Su presencia constate en el tiempo se parece más bien a una
línea de puntos: se hace presente a cada instante desde la eternidad; ya no es
una simple continuidad en el tiempo. Su vida depende ya total e inmediatamente
de Dios, y su presencia pende del cielo, desde donde se derrama sobre el
tiempo: «Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del
hombre». Desciende para ascendernos a nosotros. Se presenta para que al marchar
lo busquemos en lo alto. De esa manera, al buscarlo por el cielo nuestra vida
penda también del cielo: «así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para
que todo el que cree en él tenga vida eterna». Eso es lo que significa «nacer
de nuevo»: entender cada instante de nuestra vida, no desde la inercia del
tiempo, sino suspendido desde el cielo; podemos tener ya vida eterna, si en
cada instante buscamos el don de la gracia de Dios.
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