Fe y Vida | Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
29 de mayo: san Pablo VI, el Pontífice
que ayudó a los judíos en la guerra y dialogó con el mundo
Giovanni Battista Montini fue toda su vida «un
sacerdote que ejerció la pastoral de la escucha», afirma el historiador Laboa.
Concluyó el Concilio Vaticano II e inició los sínodos de obispos
Incomprendido y amado a partes iguales, tanto en la
Iglesia como fuera de ella, el Papa san Pablo VI fue el precursor de un estilo
de papado dialogante y abierto al mundo que perdura en nuestros días. Giovanni
Battista Montini nació en Concesio, en la región italiana de
Lombardía, el 26 de septiembre de 1897, en el seno de una familia profundamente
católica cuya fe estaba orientada a la transformación de la sociedad. Su padre,
Giorgio, era abogado y periodista, actividades en las que volcó su sensibilidad
social, y llegó a ser presidente de la Acción Católica italiana. Su madre,
Guiditta, pertenecía a la nobleza y también participaba en actividades en favor
de los más pobres. Años más tarde, Montini diría que «de ellos obtuve el amor
de Dios y el amor por el hombre».
Bio
- 1897: Nace en
Concesio, al norte de Italia
- 1920: Es
ordenado sacerdote
- 1924: Comienza
a trabajar en la Secretaría de Estado vaticana
- 1954: Es
nombrado arzobispo de Milán
- 1963: Es
elegido Papa
- 1978: Muere en
Castelgandolfo
- 2018: Es
canonizado por el Papa Francisco
Estudió en los jesuitas de Brescia, pero tuvo que
ausentarse de las clases varias temporadas por problemas de salud. Ingresó en
el seminario en 1916 y fue ordenado presbítero cuatro años más tarde, el 29 de
mayo de 1920. Después de estudiar en Milán y en Roma entró en la carrera
diplomática al servicio de la Santa Sede y fue enviado a la Nunciatura
Apostólica en Varsovia. Tuvo que volver a los pocos meses por su precaria
salud. Así, en 1924, inició en Roma una carrera de 30 años en la Secretaría de
Estado del Vaticano. Allí se ganó la confianza del cardenal Eugenio Pacelli, de
quien se convirtió en estrecho colaborador, y en 1937 fue nombrado sustituto de
la Secretaría de Estado. Solo dos años más tarde, Pacelli subió a la sede de
Pedro con el nombre de Pío XII. Siempre tuvo a Montini al lado para asistirle
en las tareas más delicadas. De hecho, fue su mano derecha quien preparó al
Papa el borrador del texto que Pío XII pronunció por radio en agosto de 1939,
un gesto con el que intentó evitar lo que luego sería la Segunda Guerra
Mundial.
Al servicio de Pío XII, Montini se convirtió en el
artífice de la red vaticana de asistencia a refugiados durante la contienda.
Desde Roma, canalizó la información para que pudieran encontrar a sus
familiares, al tiempo que organizaba la distribución por el continente de ropa
y alimentos. También gracias a sus órdenes, cientos de judíos encontraron un
escondite seguro de los nazis en iglesias de Roma y sus alrededores.
Carácter humanista
Poco después de llegar la paz, Montini fue nombrado
arzobispo de Milán, donde desarrolló un ministerio muy centrado en una relación
fluida con trabajadores, sindicalistas, políticos, artistas e intelectuales.
«Fue un sacerdote con mucha capacidad de diálogo, algo que luego llevó a su
ministerio como Papa», afirma el teólogo e historiador Juan María Laboa. «Antes
de decidir cualquier cosa hablaba con todos para conocer sus opiniones, y su
carácter humanista le hizo mostrar la sensibilidad de la Iglesia hacia todos
los campos de la cultura y de la sociedad», añade.
A la muerte de Pío XII en 1958 fue elegido Papa
Giuseppe Roncalli, Juan XXIII, quien dos meses después elevó a Montini a la
dignidad cardenalicia. Cinco años más tarde fue este el que subió a la sede de
Pedro con el nombre de Pablo VI. Desde ella continuó el impulso renovador de su
predecesor al dar continuidad a los trabajos del Concilio Vaticano II. Como
Pontífice, Montini tomó decisiones difíciles, como reafirmar la doctrina de la
Iglesia sobre la apertura del matrimonio a la vida, con la encíclica Humanae vitae. Pero no fue el único documento señalado del
Papa. Ecclesiam suam, sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo; Populorum progressio, sobre el desarrollo, y Evangelii nuntiandi, sobre la evangelización,
atestiguan su preocupación por las cuestiones más diversas. Junto a ello, fue
el creador de las asambleas sinodales de obispos. Hacia fuera, destacó por su
marcado interés ecuménico, con gestos como el abrazo al patriarca Atenágoras en
su viaje a Tierra Santa en enero de 1964.
Esta mirada moderna y fiel al mismo tiempo sobre la
Iglesia y la realidad se apagó en verano de 1978 en Castelgandolfo, cuando tras
celebrar la Misa de la Transfiguración un infarto le ocasionó la muerte. «Si
tuviera que definirlo de alguna manera sería como un Papa de caridad y de
evangelización», señala Laboa, quien destaca que «fue siempre un sacerdote que
ejerció la pastoral de la escucha, por la que mostró su fe de una manera
amorosa y libre».
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