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    viernes, 30 de agosto de 2024

    Doña Ana: Historia de Fe y Esperanza


    Meditaciones | Sandy Yanilda Fermín

     


    Doña Ana: Historia de Fe y Esperanza

     

    Un día lluvioso, entre risas y emociones, iniciamos nuestra conversación con Doña Ana, una señora que, a la edad de 92 años, tiene una energía, alegría y entusiasmo impresionantes. Nació en Tamboril en un hospital pequeño y creció en Licey al Medio, Santiago. Su nombre de pila es Dolores Caraballo, le dicen Ana cariñosamente.

     

    Doña Ana nos decía que, gracias a la presencia del Espíritu Santo de Dios, ella estaba viva, y le pide siempre, que pueda encontrar paz y restauración, ya que, desde su niñez hasta ahora, carga con un pasado muy triste, el cual ha batallado desde entonces. Entre palabras y una mirada abatida, recuerda: “Pasé hambre, desnudez, tuve que lavar los vestidos para ponérmelos otra vez”.

     

    Ella nos relata que, en muchas ocasiones, encontraban comida por la gracia de Dios. Su madre salcochaba plátanos, cogía cebolla y un poco de aceite de puerco y eso comían.

     

    Con mucha tristeza, y una mirada profunda recuerda: “mi padre murió cuando yo tenía solo 5 años. Ese día en la mañana, como todos los días salió a trabajar y a una esquina, se escuchó el alboroto llamando a mi madre que se llamaba Rosa, que corriera que su esposo José, había caído al suelo”. Ella nos decía, que se acordaba como ahora mismo de ese momento, el cual nunca ha olvidado y nos dice, que nunca olvidará.  

     

    Entre sollozos, unas lágrimas salieron por su mejilla, cuando nos relataba que su madre tuvo que repartir a sus hermanitos como unos pollitos, ella dice que todavía llora, el recordar ese momento tan crucial para sus vidas, el ver como ellos se iban con la gente y ella sin poder hacer nada. Los que quedaban, lloraban, porque decían, “ya ellos no van a pertenecer a la familia”.

     

    Continúa recordando con voz melancólica, éramos 12 hermanos y se fueron muriendo. Quedamos solo 4 y me gustaría volver a ver a mi hermana mayor, antes de morir.

     

    Doña Ana entre sonrisas, nos dice que todo en la vida es un propósito, y así como tuvo momentos tristes, también tuvo etapas felices en su vida, ya que todo hay ponerlo en las manos de Dios, porque si no, no se resuelve. Siempre hay que dar gracias a Dios y ella lo hace cada 5 minutos desde que se levanta, porque hay cosas que la gente no comprende por qué pasan.

     

    Ella menciona lo que pasó a sus pies, tiene uno más pequeño que otro. Es difícil de entender, Dios usa cualquier medio para convertirnos y así fue como a través de doña Francia, escribimos este testimonio de fe, junto a Ana Bonifacio (Morena), la hija que doña Ana nunca tuvo, quien ha sido su vecina y compañera de conversación cada día, por largos años.

     

    Continúa relatando su historia y esta vez, sentimos un poco de pesar, nos relata otro momento crucial para su vida: “como a los 10 años, fui a vivir con mi madrina, la cual residía en la capital. Me fui con ella porque pensé, comería mejor, aunque fuera un sacrificio”. Nunca me pusieron una chancleta nueva, tampoco un vestido nuevo.

     

    Nos dice con tristeza, que a veces se desvela, pensando en todo lo que pasó durante toda su vida, ya que tuvo que trabajar a destiempo. Su madrina tenía una mesa en el mercado para vender café y la levantaba a las 4:00 am, para cargar agua en una cubeta grande. Como era flaquita, la gente la ayudaba, ya que no podía cargarla.

     

    Y como era de esperar, conoce un muchacho que se enamoró de ella. Apenas con 15 años se casó con él, pero sin amor, ella nos dice: “Yo no estaba enamorada, no sabía lo que era el amor”, lo hice para salir de esa situación económica, en la cual estaba y en busca de un mejor futuro. Procrearon tres hijos, tuvieron su escuela y su comida, ya que trabajaba mucho para sus hijos. Éramos pobres vivíamos en tres piezas parte atrás. Encontró una vecina que fue como una madre para doña Ana. Ella le enseñó muchas cosas. Su hija mayor le enseñó a leer y a escribir. Su clase me la daba a mí. Esa niña fue mi maestra.

     

    Pasan los días y doña Ana, piensa en cómo traer a su madre y a sus hermanos del campo a la capital, ya en esos momentos ella estaba produciendo, haciendo rifas, san, fregando, lavando, planchando, haciendo dulces, limpiando por paga, con tal de que su familia tuviera comida y no pasaran hambre, como cuando ella era niña. 

     

    En busca de mejores sueños, vuela a Curazao para vender mercancías y continuar progresando, pero no todo fue color de rosa. Se enferma, la operan, cae en coma y por la misericordia de Dios pudo salir, aunque no caminaba. Llega a nuestro país y, con la ayuda de un familiar llamada Gertrudis, volvió a caminar y continuar adelante.

     

    Al final de nuestra conversación la lluvia era tan fuerte, así como el Espíritu Santo se movía en nuestras vidas, al vislumbrar esta historia tan hermosa, mirábamos hacia afuera y era contemplar las maravillas de Dios mientras veíamos el agua caer.

     

    Doña Ana, nos dice que tengamos fe, que hagamos el bien a todos, que, si le damos un plato de comida a alguien, démoslo con alegría, porque no sabe quién se lo dará a su hijo, por eso “Haz bien sin mirar a quien”. Todas estas situaciones, la han ayudado a valorar lo que tiene, porque Dios le ha regalado más de lo que le ha pedido y Dios da para que podamos dar.  




     

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