Fe y Vida | Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
17 de septiembre: santa Hildegarda de
Bingen, la primera teóloga con aprobación del Papa
Esta santa alemana recibió indicaciones de Dios sobre
los más diversos campos. Los remedios medicinales de esta doctora de la Iglesia
se usan hoy para conservar y recuperar la salud
El nombre de santa Hildegarda de Bingen suena cada vez
más en el mundo de las terapias alternativas y del cuidado de la alimentación y
de la salud, pero la alemana es mucho más que una adelantada a su tiempo en
este terreno.
Nació en Bemersheim, al este de la Alemania actual, en
el año 1098, la décima hija de una familia de la baja nobleza. Quizá por la
multisecular costumbre de entregar el diezmo a Dios, sus padres decidieron
ofrecerla a la Iglesia junto con una pequeña dote. Así, cuando tenía 8 años la
niña empezó a recibir instrucción de su prima Jutta von Sponheim, que la enseñó
el suficiente latín como para poder cantar la liturgia de las horas y, cuando
tuvo 14, ambas se enclaustraron en el monasterio benedictino de Disibodenberg.
Pero Hildegarda no era una niña cualquiera, pues ya
desde su primera infancia afirmaba tener visiones místicas. En su autobiografía
cuenta que «en mi tercer año vi una luz tan grande que mi alma tembló» y que
más tarde «veía muchas cosas y simplemente las decía, de modo que los que las
oían preguntaban asombrados de dónde venía». Con los años, empezó a escuchar lo
que ella denominaba «una voz», que la instruía sobre los asuntos más dispares,
pero empezó a guardarse para sí, «por humildad», su contenido, que solo
compartía con su prima Jutta.
En 1141 tuvo una aparición que ella entendió como una
orden de Dios para que registrara sus experiencias. «Alza tu voz y escribe», le
conminó, pero ella se negó por cautela y por una prudente desconfianza de sí
misma. Cayó enferma y eso lo entendió como un nuevo impulso del Señor para que
escribiera. Entonces mandó una carta pidiendo consejo a san Bernardo de
Claraval, una de las figuras más notables de la Iglesia de su tiempo, que le
respondió: «Me regocijo por la gracia de Dios que está en ti y te ruego que
respondas a ella con humildad y devoción». Pocos años más tarde, el mismo Papa
Eugenio III le dio permiso a Hildegarda para publicar sus visiones: «Sus obras
son conformes a la fe y son como las de los antiguos profetas», declaró.
El contenido de sus revelaciones abarcaba los más
diversos campos, desde la religión y la medicina hasta la música y la
cosmología. A través de la teología se adentró en el misterio del alma humana,
entendiéndola inseparable del ser de Dios, y elaboró una lista pormenorizada de
los vicios y de las virtudes que se les contraponen. También resumió la
historia de la salvación desde la creación del mundo y entendió la encarnación
de Cristo como un desposorio entre Dios y la humanidad. Sus intuiciones fueron
confirmadas por el mismo Papa Eugenio III, con lo que a Hildegarda se la puede
considerar la primera teóloga con aprobación pontificia.
Bio
- 1098: Nace en Bemersheim
- 1112: Es
entregada a las benedictinas de Disibodenberg
- 1147: El Papa
confirma sus escritos sobre sus revelaciones místicas
- 1148: Funda el
monasterio de San Ruperto
- 1179: Muere en Bingen
- 2012: Es
canonizada por Benedicto XVI, quien pocos meses después la declara doctora de la Iglesia
La poderosa relación entre Dios y los hombres la
extendió también a la obra del Señor en la naturaleza. Las hierbas, los
árboles, las semillas, las piedras y los animales fueron dispuestos al servicio
de los hombres para su alimento y su salud. De ahí los numerosos remedios para
multitud de enfermedades que han llegado de su mano hasta nosotros y cuyas
recetas se utilizan hoy, no solo en el mundo secular, sino también en algunos
conventos.
«Ella consideraba al ser humano, en su dimensión
física, psicológica y espiritual, en estrecho contacto con el Señor y con el
mundo que nos rodea», afirma Juan Antonio Timor, responsable de Casa Santa Hildegarda y buen conocedor de los
remedios de la santa. En este sentido, Timor tiene claro que su figura «no se
puede mezclar con lo que actualmente conocemos como nueva era» y recuerda sus
seis reglas de oro para la vida: «Que tu comida sea tu medicina; conserva y
recupera la salud con remedios de la naturaleza; procura una alternancia
natural de sueño reparador y ejercicio adecuado; consigue un equilibrio
razonable entre trabajo, oración y descanso; purifica tu cuerpo para
desintoxicarte de los malos hábitos alimenticios y ejercítate en cambiar tus
vicios por actos generosos y virtudes que te llenen de alegría espiritual y
vitalidad».
En sus últimos años llegó a ser abadesa de dos
monasterios y se escribía con nobles, reyes y obispos de toda Europa. También
realizó, a pesar de su edad, varios viajes por Alemania para predicar la
conversión al Dios que se le había revelado. Cuando falleció, a los 81 años,
sus hermanas afirmaron haber visto dos rayos de luz que cruzaban la habitación.
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