Actualidad | Yris Rossi
En el 8 de marzo reconozcamos
al Mayor defensor de la Mujer
No hay mérito que deba negarse a las luchas de
las mujeres que, con sus manos labradas por el esfuerzo, abrieron caminos de
justicia en fábricas, en calles, en hogares de angustia y pan escaso. No hay
nombre que deba callarse cuando se trata de recordar a quienes alzaron la voz
para reclamar la dignidad que les fue arrebatada. Pero en este dÃa, cuando el
mundo se viste de púrpura y consignas, es preciso alzar los ojos hacia Aquel
que, sin ejército ni pancarta, fue el mayor defensor de la mujer.
Fue Él quien, con un gesto de amor y verdad,
detuvo las piedras que ya volaban sobre la mujer adúltera, recordando a sus
acusadores que la pureza no es un disfraz de condena, sino un espejo que a
todos revela. Fue Él quien, en la calidez de un pozo y el misterio de un agua
viva, calmó la sed espiritual de la Samaritana, mostrándole que su historia no
la condenaba, sino que la llamaba a la luz.
No despreció a la mujer pecadora, no la humilló
con miradas de juicio, sino que, dejando que sus lágrimas mojaran sus pies, se
dejó hundir en la ofrenda de su amor. Sanó a la mujer de flujo de sangre, no
solo devolviéndole la salud, sino también la dignidad de ser vista, tocada,
reconocida. En la ofrenda silenciosa de la viuda pobre, halló la grandeza de un
corazón que da sin medida.
En la casa de la mujer cananea, donde la
desesperación pedÃa un milagro, Él no solo respondió, sino que encendió la
esperanza de una fe inquebrantable. A la niña enferma no la dejó en el sueño de
la muerte, sino que la llamó por su nombre y la levantó, porque la vida no se
resigna a la tumba cuando el amor la sostiene.
Y cuando la sombra de la cruz cedió al resplandor
del tercer dÃa, fueron mujeres las primeras en ver la victoria de la vida sobre
la muerte, las primeras en llevar la noticia que cambiarÃa el mundo, las
primeras en ser mensajeras de la esperanza.
Liberó a mujeres de cadenas invisibles, de
demonios que ataban el alma y el cuerpo, pero, sobre todo, se encarnó en el
vientre de una Mujer. En MarÃa halló refugio la divinidad, en su sà floreció la
redención, en su carne tomó forma la Salvación.
Hoy, que la historia sigue buscando justicia para
la mujer, no olvidemos que el amor que dignifica no empezó en un parlamento ni
en una marcha: comenzó en un corazón que nunca discriminó, que nunca oprimió,
que nunca temió exaltar a la mujer. Aquel que es Resurrección y Vida sigue
siendo su mayor defensor.
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