Cuaresma | Héctor López Alvarado*
La necesidad urgente de la
conversión
Reflexión para
el Tercer Domingo de Cuaresma (Lucas 13, 1-9): En este Año Jubilar de la
Esperanza, es una ocasión especial para renovar nuestro compromiso de
conversión.
Hemos llegado
al tercer domingo de Cuaresma, continuamos avanzando en este camino de
conversión. Este es un tiempo propicio para la reflexión y la penitencia, pero
también un tiempo para renovar nuestra esperanza, porque la Cuaresma no es solo
un tiempo de sacrificios, sino sobre todo un tiempo de esperanza. Nos invita a
abrir el corazón a la misericordia de Dios, quien, como Padre, nos espera
siempre con brazos abiertos. Recordemos lo que nos ha enseñado el Papa
Francisco en su mensaje para la Cuaresma de este año: "Caminemos juntos
en la esperanza". Este llamado es urgente y profundo, pues en cada
etapa de nuestra vida, Dios nos ofrece la oportunidad de acercarnos a Él, de
experimentar su misericordia y de caminar hacia la Pascua con un corazón
renovado.
Este domingo,
al llegar a la tercera etapa de este camino cuaresmal, recordemos lo vivido
hasta ahora. Al inicio, el Miércoles de Ceniza, nos confrontó con nuestra
fragilidad y debilidad, recordándonos que somos polvo y a él volveremos. El
primer domingo de Cuaresma nos mostró que la lucha contra las tentaciones solo
puede vencerla aquel que permanece firme en la Palabra de Dios. En el segundo
domingo, contemplamos la Transfiguración de Jesús, que nos reveló el horizonte
de una vida más verdadera, más bella, a la que estamos llamados a llegar si
seguimos a Cristo con fidelidad. Y así llegamos hoy, al tercer domingo, donde
el Evangelio de San Lucas (13, 1-9) nos habla de la necesidad urgente de la
conversión.
Clave de lectura
Jesús se
servía de los acontecimientos del momento para enseñar, y en el Evangelio de
este domingo, Jesús aborda dos desgracias (vv. 1.4), que son un llamado a la
conversión, y por eso, nos invita a reflexionar sobre nuestra vida y nuestra
relación con Dios. En un contexto marcado por noticias de tragedias y
sufrimientos, algunas personas le preguntan a Jesús sobre unos galileos que
habían sido asesinados por Pilato. La gente se cuestionaba si su muerte
violenta había sido un castigo de Dios por sus pecados. Jesús responde de
manera clara: "Si no se convierten, todos perecerán de la misma
manera" (Lc 13, 3), es decir, mientras es tiempo, que cambien de
vida. Con estas palabras, Jesús nos desafía a abandonar las interpretaciones
superficiales y simplistas de la justicia de Dios. El sufrimiento y la muerte
no siempre son castigos por pecados personales, y Dios no actúa según un
sistema de retribución como muchos piensan.
El Señor nos
invita a mirar más allá de los hechos visibles y a considerar el llamado a la
conversión que nos ofrece como una oportunidad de salvación. Y precisamente la
parábola de la higuera estéril (Lc 13, 6-9) subraya la paciencia de Dios, quien
no quiere que ninguno de nosotros perezca, sino que todos tengamos la
oportunidad de dar frutos abundantes. Dios da tiempo y auxilio para que la
persona dé los frutos que él espera de ella. De tal manera que, aunque podamos
no estar viviendo según la voluntad de Dios, Él nos da tiempo, y mientras
vivimos, con la gracia de Dios, podemos siempre elegir cambiar, convertirnos y
ser más fieles a su amor misericordioso.
Por lo tanto,
la parábola de la higuera estéril nos permite asomarnos al misterio de la
misericordia y de la paciencia divina.
Veamos ahora nuestra realidad
Vivimos en un
mundo que a menudo interpreta los acontecimientos de manera apresurada. Cada
vez que ocurren tragedias o injusticias, hay quienes piensan que el sufrimiento
es un castigo de Dios. A menudo caemos en la tentación de pensar que las
personas que sufren son responsables de su dolor, y que la justicia de Dios se
aplica de forma inmediata. Esta visión puede generar desesperanza, ya que nos
lleva a creer que no tenemos oportunidad de cambio o redención.
Sin embargo,
Jesús nos enseña que los sufrimientos no son un castigo, y que Dios no se
comporta con dureza, sino con paciencia. Al igual que el dueño de la higuera,
que da tiempo para que la planta dé frutos, Dios nos concede el tiempo de la
Cuaresma como un tiempo favorable para la conversión. No debemos ver el
sufrimiento ajeno como una señal de culpabilidad, sino como una oportunidad
para reflexionar sobre nuestra propia vida y nuestra necesidad de conversión.
¿Cómo ilumina nuestra realidad la Palabra de Dios y el
Magisterio de la Iglesia?
El Evangelio
nos invita a reflexionar con seriedad sobre nuestra vida. Jesús nos desafía a
pensar que, si no nos convertimos, si no producimos los frutos que Dios espera
de nosotros, también nosotros pereceremos. Esta advertencia no es un acto de
condena, sino una oportunidad de gracia. El tiempo de Cuaresma es un tiempo
propicio para reconocer nuestras fallas y acercarnos a la misericordia de Dios.
La paciencia de Dios es infinita, y Él no se resigna a que perezcamos, sino que
nos da el tiempo para cambiar. Y a propósito de esto, San Clemente Romano en su
Carta a los Corintios, nos dice: “recorramos todas las etapas de la historia
y veremos cómo en cualquier época el Señor ha concedido oportunidad de
arrepentirse a todos los que han querido convertirse a Él” (Ad
Corinthios 7,5).
Y precisamente
la parábola de la higuera estéril nos recuerda que Dios espera de nosotros
frutos, y nos da herramientas para producirlos. Él no nos abandona, sino que
nos cuida, nos abona, nos da lo necesario para que podamos responder con una
vida de buenas obras. Este tiempo de espera no es eterno, pero mientras haya
vida, hay esperanza. Mientras tengamos tiempo, podemos siempre volver al Señor
con un corazón arrepentido y lleno de esperanza.
¿A qué nos invita el Evangelio de hoy?
Este es un
tiempo para colaborar con la acción de Dios. La paciencia divina no es pasiva;
es activa, laboriosa, y nos invita a trabajar junto con Él. En este Año Jubilar
de la Esperanza, es una ocasión especial para renovar nuestro compromiso de
conversión.
Debemos
aprovechar este tiempo para fortalecer nuestra relación con Dios, para tomar
conciencia de nuestras debilidades y pedirle ayuda para ser mejores. La
Cuaresma es un tiempo propicio para practicar la caridad, para acercarnos a los
demás, para ser portadores de esperanza y misericordia, y para transformar
nuestra vida y nuestro entorno con buenas obras, recordemos que el amor
verdadero no se práctica sólo de palabra, sino de verdad y con obras” (San
Columbano, Instructiones 11, 1-2).
Vivir la conversión con esperanza
El Evangelio
de hoy nos interpela y nos llama a la conversión, a producir buenos frutos, a
ser generosos con el amor que Dios nos ofrece. Agradezcamos a Dios por su
infinita misericordia, que nunca nos abandona, y pidamos la gracia de ser
dóciles a su acción.
En este camino
de Cuaresma, mientras peregrinamos hacia la Pascua, que nuestra vida sea
testimonio de esperanza. Que, como pueblo de Dios, nos comprometamos a vivir la
misericordia, a trabajar en nuestro corazón para dar frutos de vida nueva, y a
ser siempre portadores de esperanza, como nos invita el Papa Francisco.
Caminemos
juntos, con la certeza de que, mientras vivimos, aún tenemos tiempo para
convertirnos y dar los frutos que Dios quiere y espera de nosotros, ¡frutos de
esperanza!
*Obispo
auxiliar de Guadalajara - México, y presidente de CEPCOM
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