Fe y Vida | Yris Rossi
Sofía, Mateo y las Tres Llaves
Sofía y Mateo
eran dos hermanitos curiosos. Siempre hacían preguntas: ¿por qué brilla el
sol?, ¿por qué las aves cantan?, ¿quién hizo las estrellas?
Un día,
mientras jugaban en el bosque, vieron una luz dorada bailando entre los
árboles. Intrigados, la siguieron hasta encontrar a un anciano de barba blanca,
sentado junto a un viejo libro.
—¿Qué es esa
luz? —preguntó Mateo.
El anciano
sonrió.
—Es el
misterio del mundo. Si quieren entenderlo, necesitan tres llaves.
Sofía y Mateo
se miraron con emoción.
—La primera
llave es la fe —dijo el anciano—. Ella les ayudará a ver lo invisible, a sentir
que hay algo más grande que todo lo que conocen.
Los niños
tomaron la llave, y en ese instante, sintieron una calidez en el pecho, como un
abrazo invisible que los hacía sentirse seguros y amados.
—La segunda
llave es el corazón —continuó el anciano—. Con ella aprenderán a escuchar, a
comprender lo que no se puede medir, a ver con los ojos del alma.
Al tomar la
segunda llave, Sofía y Mateo oyeron el susurro del viento, entendieron la
dulzura del canto de los pájaros y sintieron que todo estaba conectado.
—Y la última
llave —dijo el anciano— es la ciencia. Ella les mostrará cómo funcionan las
estrellas, los ríos, los árboles y hasta su propio cuerpo.
Los niños
tomaron la tercera llave y, de repente, el cielo se llenó de figuras: el
sistema solar, el vuelo de las aves, los colores del arcoíris. Todo tenía un
orden, una armonía perfecta.
—Ahora tienen
las tres llaves —dijo el anciano—. Con ellas podrán descubrir el gran misterio:
que todo ha sido creado con amor, y si buscan con el corazón abierto, siempre
encontrarán la verdad.
Los niños
sonrieron, y entonces el anciano agregó con voz suave pero firme:
—Y la misión
más importante de todo ser humano es adorar al Creador de todo esto, a Dios,
porque Él es el origen y el destino de toda la belleza que han descubierto.
Desde ese día,
Sofía y Mateo siguieron explorando el mundo con sus tres llaves, sabiendo que
la fe, el corazón y la ciencia los llevaban siempre a la misma verdad: todo en
el universo tenía un propósito, y el mayor de todos era amar y honrar a Dios.
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