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    miércoles, 30 de abril de 2025

    "Cuando Madrid se Detuvo” Cuento inspirado en el gran apagón del 26 de abril de 2025


    Actualidad | Yris Rossi

     


    "Cuando Madrid se Detuvo”

    Cuento inspirado en el gran apagón del 26 de abril de 2025

     

    Eran minutos sobre las doce del mediodía del 26 de abril de 2025 cuando Madrid, corazón palpitante de la península ibérica, se sumió en un silencio que no era de paz, sino de suspensión.

     

    La ciudad, acostumbrada a la velocidad, al murmullo del metro, a los semáforos orquestando el tráfico y al sonido incesante de vidas urgentes, se detuvo. Sin previo aviso, una falla masiva en el sistema eléctrico nacional desconectó a millones de personas de la red que sostiene su mundo cotidiano. En un abrir y cerrar de ojos, el siglo XXI se desdibujó, y lo que quedó fue una ciudad desnuda, enfrentada a su propia vulnerabilidad.

     

    Santa María de la Cabeza, una avenida emblemática del sur madrileño se convirtió en pasarela humana. Los trenes se paralizaron, los autobuses se detuvieron en plena ruta y los comercios quedaron mudos, impotentes sin luz ni datos. La modernidad, tan segura de sí misma, temblaba. Hombres y mujeres —muchos venidos desde el norte y el centro de la ciudad para trabajar— quedaron varados bajo un sol seco y vertical, con sed en la garganta y desconcierto en los ojos.

     

    Clara, una mujer de ojos claros y alma sensible, vivía en uno de los edificios que miran de frente a la avenida. Desde su balcón, observó el desfile de rostros agrietados por el calor y la incertidumbre. No había tarjetas que funcionaran, ni apps para pagar ni bancos que respondieran. Solo valía el dinero en efectivo y, aun así, en algunos comercios, los dueños —en su mayoría inmigrantes regidos por normas estrictas— no aceptaban ni un céntimo de diferencia.

     

    La escena era digna de archivo: personas compartiendo sombra bajo marquesinas, madres ofreciendo a sus hijos los últimos sorbos de agua, desconocidos hablando por primera vez, mirándose de verdad. Y Clara, que comprendía el lenguaje de lo invisible, bajó con una jarra de limonada, vasos plásticos y una palabra amable. Al poco tiempo, otros vecinos hicieron lo mismo. Bajaron cestas, extendieron toallas en la acera, improvisaron bancos con cajas de fruta.

     

    Madrid parecía haber regresado a un tiempo más antiguo, más humano. Donde el reloj no mandaba y la ayuda no era una aplicación, sino una mano extendida. Las ocho horas sin electricidad no fueron solo una falla técnica. Fueron un espejo. Nos vimos sin nuestras máscaras electrónicas. Y lo que vimos fue tan frágil como hermoso.

     

    Esa noche, cuando la electricidad volvió como una bestia domesticada, Clara encendió su lámpara con lentitud. Miró por la ventana y suspiró. Luego escribió en su cuaderno:

     

    “Hoy Madrid se apagó para que viéramos, al fin, con los ojos del alma. Nos dimos cuenta de que no todo lo nuevo es sabio, ni todo lo viejo es estorbo. Cuando fallan las redes, solo nos sostiene el corazón. Gracias, Madre María, por recordarnos que aún hay ternura en este mundo. Y gracias, Jesús, por mostrarnos que en la oscuridad también brilla tu luz. Amén.”





     

     

     

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