Actualidad | Yris Rossi
"Cuando Madrid se Detuvo”
Cuento inspirado en el gran
apagón del 26 de abril de 2025
Eran minutos sobre las doce del mediodía del 26
de abril de 2025 cuando Madrid, corazón palpitante de la península ibérica, se
sumió en un silencio que no era de paz, sino de suspensión.
La ciudad, acostumbrada a la velocidad, al
murmullo del metro, a los semáforos orquestando el tráfico y al sonido
incesante de vidas urgentes, se detuvo. Sin previo aviso, una falla masiva en
el sistema eléctrico nacional desconectó a millones de personas de la red que
sostiene su mundo cotidiano. En un abrir y cerrar de ojos, el siglo XXI se
desdibujó, y lo que quedó fue una ciudad desnuda, enfrentada a su propia
vulnerabilidad.
Santa María de la Cabeza, una avenida emblemática
del sur madrileño se convirtió en pasarela humana. Los trenes se paralizaron,
los autobuses se detuvieron en plena ruta y los comercios quedaron mudos,
impotentes sin luz ni datos. La modernidad, tan segura de sí misma, temblaba.
Hombres y mujeres —muchos venidos desde el norte y el centro de la ciudad para
trabajar— quedaron varados bajo un sol seco y vertical, con sed en la garganta
y desconcierto en los ojos.
Clara, una mujer de ojos claros y alma sensible,
vivía en uno de los edificios que miran de frente a la avenida. Desde su
balcón, observó el desfile de rostros agrietados por el calor y la
incertidumbre. No había tarjetas que funcionaran, ni apps para pagar ni bancos
que respondieran. Solo valía el dinero en efectivo y, aun así, en algunos
comercios, los dueños —en su mayoría inmigrantes regidos por normas estrictas—
no aceptaban ni un céntimo de diferencia.
La escena era digna de archivo: personas
compartiendo sombra bajo marquesinas, madres ofreciendo a sus hijos los últimos
sorbos de agua, desconocidos hablando por primera vez, mirándose de verdad. Y
Clara, que comprendía el lenguaje de lo invisible, bajó con una jarra de
limonada, vasos plásticos y una palabra amable. Al poco tiempo, otros vecinos
hicieron lo mismo. Bajaron cestas, extendieron toallas en la acera,
improvisaron bancos con cajas de fruta.
Madrid parecía haber regresado a un tiempo más
antiguo, más humano. Donde el reloj no mandaba y la ayuda no era una
aplicación, sino una mano extendida. Las ocho horas sin electricidad no fueron
solo una falla técnica. Fueron un espejo. Nos vimos sin nuestras máscaras
electrónicas. Y lo que vimos fue tan frágil como hermoso.
Esa noche, cuando la electricidad volvió como una
bestia domesticada, Clara encendió su lámpara con lentitud. Miró por la ventana
y suspiró. Luego escribió en su cuaderno:
“Hoy Madrid se apagó para que viéramos, al fin,
con los ojos del alma. Nos dimos cuenta de que no todo lo nuevo es sabio, ni
todo lo viejo es estorbo. Cuando fallan las redes, solo nos sostiene el
corazón. Gracias, Madre María, por recordarnos que aún hay ternura en este
mundo. Y gracias, Jesús, por mostrarnos que en la oscuridad también brilla tu
luz. Amén.”
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