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    miércoles, 30 de abril de 2025

    Te he llamado por tu nombre; mío eres tú.


    Neuras, Vida y Fe | Dra. Marcia Castillo

     


    Te he llamado por tu nombre; mío eres tú.

     

    En la Metamorfosis de Ovidio cuenta que Pigmalión, soberano de Chipre, soñaba día y noche con la mujer perfecta, pero ninguna de las que conocía tenía la forma de sus sueños, así que decidió esculpirla. Después de varios intentos, logró crearla a la hechura anhelada y quedó prendado de ella. Sin embargo, aquella belleza era de piedra, sin vida y sin aliento. Abrasado por la pasión, el escultor se sumió en una profunda tristeza y le rogó a Afrodita una solución a su "mal de amor". La diosa se conmovió y le susurró mientras dormía que la nombrara, y ella se haría carne. Galatea se hizo carne y, con su nombre, se hizo amor.

     

    Cuando los padres esperan un hijo, uno de los primeros actos de amor es elegir su nombre, y esta oleada de afecto se retorna cuando el niño responde a su nombre o balbucea "papá" o "mamá". La importancia del nombre y su connotación científica, filosófica y espiritual han sido aspectos destacados a lo largo del tiempo, con tanta relevancia que la taxonomía, ciencia inaugurada con los aportes de Carlos Linneo, es la forma de clasificación de los seres vivos. Linneo desarrolló un sistema de nomenclatura binomial, por el cual nombramos todo lo viviente para que usemos un mismo lenguaje y no nos demos de bruces con una Babel en constante caída y desmoronamiento.

     

    El profesor Borges, en su poema "El Golem", habla de la importancia del nombre: "Si (como afirma el griego en el Cratilo) el nombre es arquetipo de la cosa, en las letras de 'rosa' está la rosa y todo el Nilo en la palabra 'Nilo'."

     

    El nombre nos contiene, al ser nombrado, soy mirado, soy amado. Pero hemos olvidado nombrar a las personas. Wittgenstein decía que el lenguaje es el ropaje del pensamiento. En la vida que nos cosifica, nosotros cosificamos a los demás y muchas veces olvidamos que ese nombre fue puesto con y por amor de otras personas que se amaron primero.

    Ha muerto un hombre gentil que regalaba flores, dulces y tenía una perrita que era de él y de todos, le llamaba "La Rubia" aunque no era tan rubia, tenía un hijo discapacitado, un corazón grande en todos los sentidos que a veces lo hacía sofocarse y siempre estaba de buen humor. Cuando me dijeron "murió el señor del parqueo", me di cuenta de que sabía tantas cosas de él, que siempre lo traté como lo que era, un buen hombre, pero nunca le pregunté su nombre. Y me di cuenta de que algunos de mis compañeros tampoco lo sabían.

     

    El señor de la 3ª, el gordo que trae el agua, el flaquito buen mozo que arregla el aire, la vecina que siempre pregunta por mi mamá… ¿Dónde están sus nombres? ¿Cuándo empezamos a tratarnos como caracteres y oficios?

     

    La ciencia ha demostrado que nuestro latido y nuestra química cerebral cambian cuando nuestro nombre sale de los labios de aquellos que nos aman y, hoy se pierden esas palabras entre los quicios de las puertas, se caen de los bolsillos de este mundo roto, fisurado por tanta descortesía, premura y solipsismo. Aun así, en el vértigo de esta sociedad, alguien regalaba flores y dulces, alguien se muere y sabes todo de él menos el nombre que lo nombraba y que lo hacía único. Francisco, hoy todo sigue igual pero distinto. Es cierto, un poco tarde te llamo por tu nombre, te contengo, te hago mío. Gracias por hacer este lugar al menos por un rato más hermoso.

     




     

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