Neuras, Vida y Fe | Dra. Marcia Castillo
Te he llamado por tu nombre; mío eres tú.
En la
Metamorfosis de Ovidio cuenta que Pigmalión, soberano de Chipre, soñaba día y
noche con la mujer perfecta, pero ninguna de las que conocía tenía la forma de
sus sueños, así que decidió esculpirla. Después de varios intentos, logró
crearla a la hechura anhelada y quedó prendado de ella. Sin embargo, aquella
belleza era de piedra, sin vida y sin aliento. Abrasado por la pasión, el
escultor se sumió en una profunda tristeza y le rogó a Afrodita una solución a
su "mal de amor". La diosa se conmovió y le susurró mientras dormía
que la nombrara, y ella se haría carne. Galatea se hizo carne y, con su nombre,
se hizo amor.
Cuando los
padres esperan un hijo, uno de los primeros actos de amor es elegir su nombre,
y esta oleada de afecto se retorna cuando el niño responde a su nombre o
balbucea "papá" o "mamá". La importancia del nombre y su
connotación científica, filosófica y espiritual han sido aspectos destacados a
lo largo del tiempo, con tanta relevancia que la taxonomía, ciencia inaugurada
con los aportes de Carlos Linneo, es la forma de clasificación de los seres
vivos. Linneo desarrolló un sistema de nomenclatura binomial, por el cual
nombramos todo lo viviente para que usemos un mismo lenguaje y no nos demos de
bruces con una Babel en constante caída y desmoronamiento.
El profesor
Borges, en su poema "El Golem", habla de la importancia del nombre: "Si
(como afirma el griego en el Cratilo) el nombre es arquetipo de la cosa, en las
letras de 'rosa' está la rosa y todo el Nilo en la palabra 'Nilo'."
El nombre nos
contiene, al ser nombrado, soy mirado, soy amado. Pero hemos olvidado nombrar a
las personas. Wittgenstein decía que el lenguaje es el ropaje del pensamiento.
En la vida que nos cosifica, nosotros cosificamos a los demás y muchas veces
olvidamos que ese nombre fue puesto con y por amor de otras personas que se
amaron primero.
Ha muerto un
hombre gentil que regalaba flores, dulces y tenía una perrita que era de él y
de todos, le llamaba "La Rubia" aunque no era tan rubia, tenía un
hijo discapacitado, un corazón grande en todos los sentidos que a veces lo
hacía sofocarse y siempre estaba de buen humor. Cuando me dijeron "murió
el señor del parqueo", me di cuenta de que sabía tantas cosas de él, que
siempre lo traté como lo que era, un buen hombre, pero nunca le pregunté su
nombre. Y me di cuenta de que algunos de mis compañeros tampoco lo sabían.
El señor de la
3ª, el gordo que trae el agua, el flaquito buen mozo que arregla el aire, la
vecina que siempre pregunta por mi mamá… ¿Dónde están sus nombres? ¿Cuándo
empezamos a tratarnos como caracteres y oficios?
La ciencia ha
demostrado que nuestro latido y nuestra química cerebral cambian cuando nuestro
nombre sale de los labios de aquellos que nos aman y, hoy se pierden esas
palabras entre los quicios de las puertas, se caen de los bolsillos de este
mundo roto, fisurado por tanta descortesía, premura y solipsismo. Aun así, en
el vértigo de esta sociedad, alguien regalaba flores y dulces, alguien se muere
y sabes todo de él menos el nombre que lo nombraba y que lo hacía único.
Francisco, hoy todo sigue igual pero distinto. Es cierto, un poco tarde te
llamo por tu nombre, te contengo, te hago mío. Gracias por hacer este lugar al
menos por un rato más hermoso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Promueve el diálogo y la comunicación usando un lenguaje sencillo, preciso y respetuoso...