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    miércoles, 12 de noviembre de 2025

    El fetiche de la libertad


    Fe y Vida | Julio Llorente


     

    El fetiche de la libertad

     

    La alternativa a la religión no es el ateísmo, sino el fetiche. Acertaríamos si, en vez de referirnos a nuestra época como secular, la motejásemos de idolátrica. Basta considerar el olimpo de dioses menores ante los que el hombre contemporáneo se prosterna: el dinero, la salud, la felicidad, el placer, la seguridad. Mientras el hombre medieval, tan oscurantista a juicio de muchos, reverenciaba al Señor de los cielos y de la tierra, de lo visible y lo invisible, nosotros nos inclinamos ante deidades más escuálidas. El rasgo de la idolatría contemporánea, quizá de la idolatría sempiterna, es la adoración de las realidades finitas. El idólatra erige el bien inferior en bien supremo, el medio en fin, la imagen en luz. Absolutiza un bien relativo y, de ese modo, se condena en vida. El avaro no encontrará motivos para gastar su dinero. El hipocondríaco no encontrará razones de peso para permanecer sano. Toda idolatría exige un sacrificio. El corazón de la existencia palpita a los pies del tótem. 

     

    El fetichismo de la libertad, penosamente extendido hoy, participa de esta misma lógica. Entroniza el libre albedrío a costa de sacrificar todo lo demás. Como el hombre hedonista renuncia a todos los bienes que no procuran un placer inmediato, como el hombre temeroso renuncia a todas las bellezas que nacen del riesgo, el hombre liberal, cegado por un celo idolátrico, rehuirá todo impedimento para su voluntad libérrima. No comprará una casa porque la propiedad compromete. No contraerá matrimonio porque el sacramento encadena. ¿Cómo estar con una mujer para siempre? Las raíces se le aparecen como argollas; los vínculos, como celdas de cristal. El arquetipo del idólatra es el consumidor indeciso frente al escaparate, con una infinitud de opciones ante sí. Su libertad está incólume, todavía preservada del virus de la decisión. ¿No podría mantenerse así para siempre? ¿Por qué no fantasear con una elección que no comprometa el albedrío? ¿No puede Prometeo desencadenarse por fin?

     

    En realidad, el idólatra no comprende la dinámica de la libertad. Su exaltación conlleva, por desgracia, una devaluación. La libertad irrestricta constituye apenas una forma de parálisis. La indeterminación es una quimera. ¿Es verdaderamente libre el hombre que suspende sus decisiones para preservar su libertad? También él está apostando: encogerse de hombros es solo un modo singular de tomar partido. El ser humano renuncia incluso cuando se propone no hacerlo. ¿Acaso el libertino que rehúye el compromiso no renuncia como todos, aunque sea al compromiso? ¿Acaso no se ata él también, aunque sea a una bruma? La elección no constituye solo el horizonte de la libertad; es, ante que nada, su condena. Incluso la cotidianidad de un preso se jalona de decisiones y renuncias: sacrifica el resentimiento para abrazar el perdón, dimite de la sombra para exponerse a la luz. El hombre es un ser abocado a la elección.

     

    Hay una verdad a la que el idólatra parece insensible: la libertad propende a la atadura como el baile de la hoja otoñal al suelo. El vínculo no impide el albedrío; es apenas su inevitable corolario. Negarse a elegir para preservar la propia libertad es casi tan juicioso como permanecer en silencio para cultivar la retórica. Nuestro arbitrio, en tanto que limitado, se constriñe por su mero ejercicio. La elección es una apuesta; la apuesta es siempre una renuncia. Contra lo que sospecha el fetichista, la plenitud de una vida no depende de la libertad que preservamos de las ataduras. Depende, más bien, de la dignidad de las cosas a las que nos atamos. La ligadura al bien no cercena la libertad; la multiplica. ¿Acaso no es libre quien empeña su palabra y la cumple? ¿No lo es el mártir que escucha la llamada del Señor y le ofrece su vida? La obediencia constituye el esplendor de la libertad humana.

     

    En la época del fetichismo liberal, el albedrío agoniza por empacho. Quien idolatra la libertad termina aborreciendo la elección. La libertad, como la palabra, se tiene cuando se entrega. Las ataduras no son grilletes, sino raíces. Las raíces no son cadenas, sino alas. Por paradójico que parezca, solo el hombre que se ata debidamente puede alzar el vuelo.

     

    Alfa&Omega.es






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