Reflexión | P. Ciprián Hilario, msc
“Gusanito en manos de
Dios”
(Lecturas: Is 41,13-20; Sal 144; Mt
11,11-15 | 11 diciembre 2025)
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy el profeta Isaías nos regala una de
las imágenes más tiernas y conmovedoras de toda la Biblia:
-
«Yo, el
Señor, tu Dios, te tomo de la mano derecha y te digo:
-
“No temas,
gusanito de Jacob, oruga de Israel;
-
yo mismo te
auxilio —oráculo del Señor—,
-
tu redentor
es el Santo de Israel”» (Is 41,13-14).
¡Gusanito! ¿Se dan cuenta? Dios
podría habernos llamado “guerreros valientes”, “hijos poderosos” o “pueblo
fuerte”. Pero no. Elige la palabra más pequeña, más frágil, más vulnerable
que existe: gusanito. ¿Por qué? Porque esa es exactamente nuestra verdad
delante de Él. Somos pequeños, débiles, muchas veces nos arrastramos por el
polvo de nuestros pecados, de nuestras dudas, de nuestras enfermedades y
pobrezas. Y, sin embargo, ese Dios inmenso se inclina, nos toma con sus dos
manos y nos dice: “No temas… yo te auxilio”.
Y miren lo que hace con ese gusanito:
-
«Te
convertiré en trillo nuevo, erizado de dientes;
-
trillarás
los montes y los triturarás,
-
convertirás
los montes en paja» (v. 15).
¡Qué contraste! El mismo que se reconoce gusanito, en manos de Dios se
convierte en instrumento poderoso que allana montañas. No es que el gusano deje
de ser gusano; es que, permaneciendo gusano, deja que Dios actúe a través de
él. Esa es la lógica del Adviento: Dios no necesita superhéroes; necesita
corazones humildes que se dejen tomar de la mano.
El Salmo 144 lo proclama con alegría:
-
«El Señor
es clemente y misericordioso,
-
lento a la
cólera y rico en piedad…
-
El Señor
sostiene a los que van a caer,
-
endereza a
los que ya se doblan».
¿Quiénes son los que van a caer y los
que ya se doblan? Nosotros.
Los gusanitos que a veces ni siquiera tenemos fuerzas para levantar la cabeza.
Y ahí está Él, sosteniéndonos, enderezándonos.
Y llegamos al Evangelio. Jesús hoy nos da la clave para entender todo esto.
Hablando de Juan Bautista dice:
-
«Les
aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista;
-
y, sin
embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es más grande que él» (Mt
11,11).
¿Se dan cuenta del misterio? Juan es el más grande de los nacidos de mujer… ¡y
aun así es pequeño delante del Reino! ¿Por qué? Porque el Reino de Dios
no funciona con la lógica del mundo. En el mundo triunfa el fuerte, el que se
impone, el que tiene violencia para apoderarse de él (cf. v. 12). En el Reino
triunfa el que se deja tomar en las manos de Dios como un Niño que nace en
Belén.
Juan Bautista fue grande porque se hizo
pequeño. Se vistió de piel de camello, comió
langostas y miel silvestre, vivió en el desierto y gritó: «Preparad el camino
del Señor». Se reconoció gusanito… y Dios lo convirtió en voz que atraviesa los
siglos.
Hermanos, esta es nuestra vocación de
Adviento:
- Reconocernos
gusanitos en manos de Dios.
-
El
matrimonio que lleva años arrastrándose por la rutina o el dolor… es gusanito
en manos de Dios.
-
El enfermo
que ya no puede ni levantarse de la cama… gusanito en manos de Dios.
-
El joven
que se siente perdido entre tantas voces y presiones… gusanito en manos de
Dios.
-
El
sacerdote o la religiosa que a veces siente que su ministerio no da fruto…
gusanito en manos de Dios.
Y cuando nos dejamos tomar así, sin
resistencia, sin querer ser águilas antes de tiempo, entonces sucede el
milagro: ese gusanito se convierte en trillo que allana montañas de egoísmo,
de odio, de injusticia. No porque tenga fuerza propia, sino porque Dios
actúa a través de su pequeñez.
Termino con una imagen que me conmovió
esta semana. Una niña de
catequesis, al escuchar esta lectura, dibujó un gusanito sonriente dentro de
dos manos enormes. Y escribió debajo: «Dios me lleva en su palma y me dice
que no tenga miedo». Tenía 7 años… y entendió todo.
Que esta Eucaristía nos encuentre así
hoy: gusanitos felices y confiados en las manos del Padre.
Porque el que se deja llevar así…
aunque sea el más pequeño, ya está entrando por la fuerza del amor en el Reino
de los cielos.
¡No temas, gusanito mío! Yo te auxilio —dice el Señor. Amén.


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