Nuestra Fe | Benedetta Capelli
Padre Pasolini: Adviento,
tiempo de espera confiada hacia la salvación
“La Parusía
del Señor. Una espera sin incertidumbres” es el tema de la primera de las tres
meditaciones hacia la Navidad de esta mañana, 5 de diciembre, en el Aula Pablo
VI. En presencia del Papa, el predicador de la Casa Pontificia subraya que
darse cuenta de una paz que falta o de la eficiencia que domina la vida “no
basta para convertir el corazón”, se necesita la gracia de Dios que libera del
pecado y de la muerte.
“No viandantes perdidos” sino
“centinelas que, en la noche del mundo, mantienen humildemente la confianza”
para ver surgir la luz “capaz de iluminar a todo hombre”. El Padre Roberto
Pasolini, predicador de la Casa Pontificia, acompaña en un recorrido en el que
el tiempo de Adviento se convierte en ocasión para ser “peregrinos hacia una
patria”, en un camino marcado por la esperanza y que tiene como horizonte la
salvación.
La primera meditación de las tres
previstas sobre el tema: “Esperando y acelerando la venida del día de Dios”,
desarrollada este viernes 5 de diciembre en el Aula Pablo VI con la
participación del Santo Padre León XIV, se centra en la Parusía del Señor e
introduce en un tiempo singular: la conclusión del Jubileo de la esperanza. “El
Adviento –subrayó el religioso capuchino– es el tiempo en que la Iglesia
reaviva la esperanza, contemplando no solo la primera venida del Señor, sino
sobre todo su regreso al final de los tiempos”. Es el momento en el que se está
llamado a “esperar y al mismo tiempo a apresurar la venida del Señor con una
vigilancia serena y laboriosa”.
Darse cuenta de la gracia de Dios
“Parusía” es un término que el
evangelista Mateo usa 4 veces en el capítulo 24 con un doble sentido:
“presencia” y “venida” y Jesús compara la espera de su venida con los días de
Noé antes del diluvio universal. Días en que la vida transcurría normalmente y
en que solo Noé construyó el arca, instrumento de salvación. Su historia remite
a preguntas necesarias para comprender de qué debe darse cuenta el hombre de
hoy.
Ante desafíos nuevos y complejos,
“la Iglesia está llamada a permanecer como sacramento de salvación en un cambio
de época”. “La paz –enfatizó el Padre Pasolini– sigue siendo un espejismo en
muchas regiones mientras las injusticias antiguas y las memorias heridas no
encuentran sanación, mientras que en la cultura occidental se debilita el
sentido de la trascendencia, aplastado por el ídolo de la eficiencia, la
riqueza y la técnica. El advenimiento de las inteligencias artificiales
amplifica la tentación de un humano sin límites y sin trascendencia”.
El misterio de un Dios que tiene confianza en el hombre
Darse cuenta no es suficiente, se
necesita reconocer “la dirección en la que el Reino de Dios sigue moviéndose
dentro de la historia”, volviendo a la capacidad profética del Bautismo. Darse
cuenta de la gracia de Dios, “aquel don de salvación universal que la Iglesia
celebra y ofrece humildemente, para que la vida humana sea aliviada del peso
del pecado y liberada del miedo a la muerte”. Una gracia a la que los ministros
de la Iglesia no pueden acostumbrarse, arriesgando a volverse tan familiares
con Dios que lo den por sentado. Darse cuenta por lo tanto del misterio de un
Dios que “continúa permaneciendo ante su creación con confianza inquebrantable,
en la espera de que los mejores días puedan –y deban– aún venir”.
Borrar el mal
El predicador de la Casa Pontificia
recordó que para reencontrar el rostro de Dios que acompaña a “su creación
herida” es necesario recurrir al relato del diluvio universal cuando el Señor
ve el mal en el corazón del hombre. Un mal que no se supera cambiando,
evolucionando porque la humanidad no solo necesita realizarse sino salvarse.
“El mal no debe ser simplemente perdonado: debe ser borrado, para que la vida
pueda finalmente florecer en su verdad y en su belleza”.
Borrar, en la cancel
culture en la que el hombre de hoy está inmerso, no es solo destruir
todo, eliminar lo que del otro nos parece fatigoso. “Cada día borramos muchas
cosas, sin sentirnos culpables y sin cometer mal alguno. Borramos –evidenció
Pasolini– mensajes, archivos inútiles, errores en un documento, manchas,
rastros, deudas. Muchos de estos gestos, de hecho, son necesarios para hacer
madurar nuestras relaciones y hacer el mundo habitable”. Borrar quiere decir
abrirse a Dios a partir de la propia fragilidad y permitirle a Él sanar.
La vida reflorece poniendo a Dios en el centro
El Señor no se cansa de encontrar a
“un hombre sabio, uno que busque a Dios” justo como sucedió con Noé que a su
vez se da cuenta de la gracia del Señor. En el hombre del arca, Dios encuentra
la posibilidad de borrar y de volver a empezar. “Solo cuando el hombre vuelve a
vivir ante el verdadero rostro de Dios, la historia –resaltó el Predicador de
la Casa Pontificia– puede verdaderamente cambiar”.
“El relato del diluvio nos recuerda
que la vida reflorece solo cuando reconstruimos el cielo, en la medida en que
ponemos a Dios en el centro”. El diluvio se convierte en “un pasaje de
re-creación a través de un momento de de-creación”. “Es un cambio provisional
de las reglas del juego, para salvar el juego mismo que Dios había inaugurado
con confianza”.
La decisión de no herir
El diluvio es por lo tanto “una
paradójica renovación de vida”, Dios no se olvida de la humanidad y pone su
arco sobre las nubes como signo de alianza, el Señor depone las armas con una
solemne declaración de no violencia. “Puede parecer –añadió el Padre Pasolini–
una metáfora audaz, casi inapropiada para hablar de Dios y del modo en que su
gracia se manifiesta. Y, sin embargo, la humanidad, después de milenios de
historia y de evolución, está todavía muy lejos de saber imitarla”, la tierra
de hecho está lacerada “por conflictos atroces e interminables, que no conceden
tregua a tantas personas débiles e indefensas”. Tranquiliza entonces la
decisión de quien, aun teniendo la posibilidad, elige voluntariamente no herir
porque comprende que solo en la acogida del otro, la alianza “podrá ser
duradera, verdadera y libre”.
El tiempo del bien
“Velen, pues, porque no sabéis en
qué día vendrá vuestro Señor”: es la última recomendación de Jesús. No saber el
día y la hora en que esto sucederá ha creado en el pasado mucha espera,
evidencia el predicador, pero hoy las cosas parecen invertidas. “La espera se
ha atenuado tanto que deja espacio, a veces, a una sutil resignación acerca de
su efectiva realización”, hoy prevalece “una vigilancia cansada, tentada por el
desánimo”.
El tiempo de la espera es el tiempo
para sembrar el bien y para esperar la venida de Jesucristo. Atención a dos
grandes tentaciones que afectan al hombre y a la Iglesia: “olvidar la necesidad
de ser salvados y pensar en recuperar el consenso cuidando la forma exterior de
nuestra imagen y reduciendo la radicalidad del Evangelio”. Es necesario
–remarcó el capuchino– volver “a la alegría –y también al esfuerzo– del
seguimiento, sin domesticar la palabra de Cristo”. Solo como “centinelas en las
fronteras del mundo”, como escribía el monje Thomas Merton, se espera el
regreso de Cristo.


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