Nuestra Fe | P. Ciprián Hilario, msc
Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María
(Lunes
8 de diciembre 2025, lecturas: Génesis 3,9-15.20. Salmo 97,1.2-4. Efesios
1,3-6.11-12. Lucas 1,26-38)
Queridos
hermanos y hermanas:
Hoy
la Iglesia entera se viste de fiesta para celebrar el primer gran «sí» de la
historia de la salvación: el «sí» de Dios al crear a María inmaculada desde
el primer instante de su concepción, y el «sí» de María al aceptar ser la
Madre del Salvador. Las lecturas que acabamos de proclamar nos dibujan el
arco completo de este misterio de gracia.
Comenzamos
en el principio, con el drama del Génesis. Después del pecado, Adán y
Eva se esconden. Dios los busca: «¿Dónde estás?». Y en medio del
castigo, brota la primera luz de esperanza: la protoevangelio: «Pondré
enemistad entre ti y la mujer, entre su linaje y el tuyo». Esa mujer nueva,
esa Eva nueva, es María. Desde el primer momento de su existencia, Dios la
preservó del pecado original, la llenó de gracia, la hizo «llena de gracia», es
decir, totalmente habitada por el amor de Dios. No es un privilegio caprichoso;
es una preparación: Dios prepara a la que será la Madre de su Hijo, el lugar
donde el Verbo pondrá su morada.
El
Salmo 97
nos ha hecho cantar la alegría del mundo entero: «Los confines de la tierra
han contemplado la victoria de nuestro Dios». Esa victoria ya comenzó en el
seno de santa Ana, cuando María fue concebida sin mancha de pecado. El mundo
aún no lo sabía, pero la salvación ya había dado su primer paso silencioso.
San
Pablo, en la carta a los Efesios, nos revela el plan eterno de Dios: «Nos
eligió en Cristo antes de la creación del mundo para que fuésemos santos e
irreprochables ante él por el amor». ¡Antes de la creación del mundo! María
es la primera realización visible de ese proyecto de santidad. En ella vemos lo
que Dios quiso para cada uno de nosotros: ser santos e inmaculados. Ella es la
primicia, la primera redimida, la primera que vive plenamente la gracia de la
redención de Cristo, aplicada de manera preventiva, por los méritos futuros de
su Hijo.
Y
llegamos al Evangelio. El ángel Gabriel entra en Nazaret y saluda:
«Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo». María se turbó. No porque
dudara del saludo, sino porque comprendió la inmensidad de lo que se le pedía.
«¿Cómo será esto, pues no conozco varón?». Pregunta no de incredulidad, como
Zacarías, sino de humildad sincera. Y entonces pronuncia el fiat que cambió la
historia: «Hágase en mí según tu palabra».
Hermanos,
aquí está el corazón de la fiesta de hoy: María es inmaculada porque Dios la
amó primero, y ella respondió con un amor total, sin reservas, sin sombra de
egoísmo. Su Inmaculada Concepción no la alejó de nosotros; al contrario, la
hizo la más cercana, la más solidaria, la Madre que entiende nuestra lucha
porque ella misma fue probada en todo menos en el pecado.
En
un mundo que a veces parece ahogado por el pecado, por la desconfianza, por el
«no» a Dios, hoy contemplamos a María y escuchamos de nuevo la pregunta que
Dios sigue haciéndonos a cada uno: «¿Dónde estás?». Y María nos enseña
la respuesta: «Aquí estoy, Señor, hágase en mí según tu palabra».
Pidámosle
hoy a la Inmaculada que nos obtenga un corazón puro, un corazón capaz de decir
«sí» sin condiciones, un corazón donde Cristo pueda nacer de nuevo este
Navidad.
Que
María, la Toda Santa, la Inmaculada Concepción, nos cubra con su manto y nos
lleve siempre a Jesús, fruto bendito de su vientre. Amén.


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