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    jueves, 23 de diciembre de 2021

    La Misericordia de Dios


    Testimonios | Maritza Josefina Coss/ADH

     


    La Misericordia de Dios

     

    El 8 de octubre de este año recibo una llamada de mi hija Carmen Luisa: mami, por favor escúchame un momento.  Esa forma no era usual en ella por lo llamo mi atención.  Dime.  Me diagnosticaron un tumor en la cabeza y tengo que operarme.   Perturbada le dije: ¿tú estás segura?   Si, voy camino al Neurocirujano que me esta tratando.  A seguidas recibo dos llamadas; su hermana y su papá.  ¿Qué haremos?, respondí: escuchar la opinión de otros profesionales y ponerlo todo en las manos de Dios.   De todos modos, él me dice: si hay que operar, prefiero que sea en USA.  Con el seguro internacional, minimizamos riesgo porque la tecnología es más avanzada.  Todo eso, estaba en nuestras manos hacerlo, pero, protegerla y asegurar su vida con el éxito de la cirugía, sólo Dios en su absoluta soberanía tenía poder para ello.   

     

    La opinión Dr. José Joaquín Puello, Neurocirujano, coincidió con la del Dr. Santiago Valenzuela quien la estaba tratando.  Desde ese momento sentí haber empezado a cargar una cruz muy pesada; la angustia y el temor a lo desconocido, me golpeaban.  Vino a mi mente la subida de Jesús, camino al Gólgota, con el madero a cuestas.   De nuevo me tocaba vivir un momento difícil, después de que, por la gracia y la misericordia de Dios, mi Mamá con 97 años, superó el Covid, teniendo estas condiciones: no vidente, hipertensa y sin vacunar.

     

    Decidí refugiarme en el silencio de María; orar, pedir fortaleza y estar atenta a la voz de Dios.  Tenía que ser fuerte, transmitir confianza, fe, y seguridad de que, en las manos de Dios todo saldría bien, conforme a sus planes y propósitos.


    Hay cosas que suceden en nuestras vidas y no entendemos el ¿por qué y para qué?  Pablo nos alienta, y en su carta a los Rom 8:28 nos dice: “y sabemos que para los que aman a Dios, todas las cosas son para bien, esto es, para los que son llamados conforme a Su propósito.  

     

    Ella lucía tranquila, pero una noche, se abandonó en mis brazos y llorando me dijo: “mami tengo miedo”, de qué le dije; de morirme, respondió; seguido le dije: Dios está contigo, no tengas miedo, ten fe que Él siempre estará contigo y yo también.  El apóstol Pablo, nos dice: “en la vida y en la muerte, somos del Señor, Rom.14,8.  Y el Profeta Isaías dice: “No temas porque yo te redimí, te puse nombre, mío eres.  Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo….”, Isaías 43,1-2.   Cuando te vengan esos pensamientos repite estas palabras tres veces siempre que puedas, y hazlo conmigo ahora: “Jesús, hijo de David, ten compasión de mi”; luego haz el Padre Nuestro, eso te dará la Paz que necesita.  

     

    Seleccionamos el hospital y el doctor y, en una semana ya estábamos en Baltimore, con cita previa y fecha probable para la cirugía. ¡Bendito Dios! Comenzamos a ver la mano de Dios obrar.   Primero nos fuimos ella y yo. Subiendo y bajando calles, escaleras y edificios, empecé a vivir mi desierto, apartada de todo y todos.  Cada momento, era una experiencia que debilitaban mis piernas. ¿En quién apoyarme? A quien iré Señor, si sólo Tú, tienes palabras de Vida eterna, Jn.6,68.   Recordé estas palabras de Jesús: “Padre, si es posible aparta de mi este Cáliz”, eso quería yo.  La resequedad jamás se apartó de mi boca.  “Tengo Sed” dijo Jesús en la Cruz; el amargo sabor que sentía, era como el vinagre con el que mojaron sus labios.   

     

    Cinco días después de nuestra llegada a USA, llegó su hermana, fue mi cirineo en ese momento; dos días después estaba toda la familia.  No hay mayor tranquilidad para un enfermo, que el respaldo y el apoyo de su familia.   Esta situación nos permitió estar más cerca, y codo a codo con ella con un mismo sentimiento, y una misma actitud, nos fortalecíamos.  De igual forma, el acompañamiento con las oraciones continuas del resto de la familia, tíos, primos, amigos, compañeros de trabajo; mi grupo “Los Amigos de Jesús”, y la gran comunidad Parroquial del Divino Niño Jesús, nos ayudó a mantenernos firmes en la fe.  

     

    Mis hermanos/as, definitivamente hay que congregarse.  Los mensajes, y llamadas, que recibíamos a diario, dándonos ánimo, fue el desborde del Amor de Dios.   Gracias Señor.  

     

    Comenzamos la novena a Santa Faustina, para terminarla justo el día de la cirugía y así fue. 25 de octubre 12:15 p.m., comienza la cirugía. Después de 7 intensas horas de espera durante las que hice una larga cadena de Padres Nuestro, y el Rosario de la Misericordia; por unos minutos, cerré los ojos y descansé en el Señor.   Todo cuanto pedimos y nos es concedido es por la gracia y la misericordia de Dios.   Ese día no probé alimento alguno; fue el más auténtico ayuno que he podido entregar al Señor.    A las 5:15 p.m., salió el doctor y me dio la gran noticia: “Madre, todo está bien. Ella está bien.  Le avisamos en 2 horas para verla en cuidados intensivos. 

     

    Mis hermanos y hermanas, no hay otro a quien agradecer y enaltecer, sino es a Dios.  No somos dueños de nada, nada nos pertenece, todo cuanto tenemos es pasajero.  La vida nos cambia en fracciones de segundo.  2 Cor 12:9, Pablo nos dice que Dios dejó en él un aguijón en la carne, para que no se enalteciera, y es que, somos muy dados a creernos que lo podemos todo, que tener bienes materiales de mucho valor, equivale a tener poder más allá de lo que produce el poder pasajero del dinero, ese aguijón también está en nosotros; un aguijón mensajero de Satanás que nos abofetea, dice Pablo.  Y a pesar de Pablo rogar mucho al Señor que se lo quitara, Él le dijo, y hoy nos dice a nosotros: «Bástate mi gracia, porque mi poder se perfecciona en tu debilidad».  

     

    Mi hija es primero hija de Dios, antes que mía, por lo tanto, su amor es más puro y más fuerte que el mío; su cuidado superior al mío; su sabiduría inalcanzable y su poder superior a todas las cosas porque Él las creo.  Ante cualquier dificultad, simplemente doble las rodillas, inclínese reverente y suplique a Dios su piedad y misericordia, que no tienen límites y Él se place en regalárnosla.  Gracias Señor.  No retengas Tu compasión de mí; tu misericordia y tu fidelidad me guarden continuamente. Amén. Sal 40:11

     

     

     

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