Meditaciones | Sandy Yanilda Fermín
El Espíritu Santo en
nuestras vidas
Recuerdo a
mi madre hospitalizada para un verano hace unos años, tenía situaciones
respiratorias y tuvieron que ponerle oxígeno. La veíamos y nos entristecíamos, de
sólo hecho de pensar, ¿si le faltaría el
aire, que sucedería?
En ese
momento vimos cuán importante es el aire, y vi como el aire continuamente nos
acompaña y nunca nos deja solos. El aire siempre está ahí. Ese recuerdo, me
hizo reflexionar ¿cómo serían nuestras
vidas, sin el Espíritu Santo?
El Espíritu Santo es el aire que necesitamos en
nuestras vidas para poder vivir. Si no tenemos el espíritu no podemos
transcender. ¿Intentemos caminar sin aire? ¿Pensemos hablar sin aire?
Dios nos manifiesta su espíritu. No podríamos amar a
Dios, si no existiera el Espíritu Santo. El
amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones. Sin el Espíritu Santo
no podríamos llamarnos cristianos. No podríamos ser santos, ser hijos de Dios.
Hay una
canción que dice: “Espíritu Santo, te
necesitamos”. El Espíritu Santo es
como el aire que respiramos. Si nos falta el aire, es como cuando dejamos
de amar a alguien. Al tener el Espíritu Santo, es como enamorarnos de nuevo, es
ver su energía, su fuerza, lo que nos impulsa
a movernos, es como ese fuego que nos quema por dentro.
En varias
ocasiones de la historia de la salvación, vemos como el Espíritu Santo, se
manifiesta de diferentes maneras, revoletea y es como inquietar a hacer el bien. Hay momentos
que da calma, te sacude y te exige salir del pecado.
Hay otros
momentos, en que el Espíritu Santo, es el misterio de nuestra fe, donde lo vemos
de manera natural, acompañar al pueblo
de Israel en todo su peregrinar. En el bautismo de nuestro Señor Jesús se posó
de una manera impresionante. Y el profeta
Elías, escucha al viento y descubre la
suave brisa. En Pentecostés, es como
ese fuego que quema.
Los profetas
fueron inspirados por el Espíritu Santo. Dios les daba su espíritu y no les
temblaba la voz. Por medio de María santísima, nos llenamos de su espíritu
santo, de su santa presencia. De su vida,
nos damos vida. Así no faltara el espíritu santo en ninguna familia.
El Espíritu Santo,
es como sol, que es fuego, que es calor, que es luz, pero más allá de nuestra
razón, es el Amor de Dios y su Hijo
que se aman en una eterna unión.
Es ver su
Gloria, es cantar, alabar, dar gracias, es lo sublime, lo delicado, lo tierno y
esmerado, lo admirable, lo misterioso, lo esencial en nuestras vidas para salvarnos y tener una vida plena.
Sin el poder
del Espíritu Santo no podríamos amar. Es el agua llena de santidad, que penetra en nuestra alma y nos limpia.
Es lo que enciende la llama del amor,
es lo que aviva nuestro interior y
nos da el impulso para buscar una
solución.
Es la fuerza
que necesitamos, que aparece como un soplo. Es lo que nos hace perdonar, es la valentía que nos impulsa a predicar. Es el Poder de
lo alto, para entregar nuestra vida al Señor y consagrarla sólo a él. Es lo que
nos sostiene, es un regalo de Dios. Es una
gracia.
El Espíritu Santo
es como un sol al amanecer. Es la belleza del atardecer. Es contemplar la
naturaleza, con grandeza sin dejar
de lado la sombra del altísimo que nos cubre
con su fortaleza.
En este tiempo de Adviento, que el Espíritu
Santo nos ayude a esperar en el Señor, y le digamos que, sin él no hay
salvación. Termino con esta canción: “Ven Espíritu Santo, lléname, ven aquí y
haz morada, toma mi Corazón, hazlo tu
habitación y no salgas, quiero que seamos uno, no salgas, oh! llénanos de ti,
llénanos de ti”.
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