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    jueves, 9 de junio de 2011

    Palabras y Silencios


    En el camino de la vida conviene cargar una mochila pertrechada con una buena provisión de palabras, pero también de silencios. Hay momentos para hablar y momentos para callar, como dice el sabio de la Biblia. Y conviene discernir el momento oportuno tanto para la charla como para el sigilo. Tan nefasto puede resultar la palabra cuando lo que procede es el silencio como viceversa.
    En esta sociedad nuestra donde la publicidad resulta ensordecedora y agobiante resulta ineludible discernir el tipo de palabras que se dicen a nuestro alrededor. Porque pueden ser de muy diverso talante. Clasifiquémoslas, aunque sea aproximadamente, en tres clases: palabras frívolas, autoritarias y autorizadas.

    Tres clases de palabras
    Las palabras frívolas son las más abundantes. Sufren un enorme desgaste y no menos desprestigio por cuanto nada tienen que ver con los asuntos fundamentales de la vida. Se echa mano de ellas para pasar el rato, para huir del silencio. Incluso sucede algo paradójico, por más que frecuente: uno habla -sobre todo cuando su cargo le propicia la ocasión- para cumplir el expediente de articular palabras eludiendo el compromiso de decir algo.
    Palabras vacías, insustanciales, que se escuchan tal vez con tolerancia o indiferencia, pero que a nadie convencen ni interpelan. Quizás los del mismo partido o de la misma cuerda aplaudirán al final del discurso, pero se trata de aplausos desganados, impulsados sólo por el compromiso o la adulación.
    Las palabras autoritarias son las que se dicen con energía, probablemente acompañadas del consiguiente puñetazo sobre la mesa. No obstante el ímpetu con que salen de la boca del protagonista, tampoco convencen. Asustan, provocan temor, formulan amenazas... Pero no persuaden, no estrechan vínculos de mayor cercanía. Palabras que disgustan e incomodan, pues se pronuncian desde el dominio, la prepotencia y la arrogancia.
    Las palabras autorizadas, en cambio, andan acompañadas de gestos y actitudes que las autentifican y las hacen creíbles. Expresan el talante sincero de toda una vida, la coherencia sostenida de quien las pronuncia. Convencen porque las avala el prestigio moral ganado a pulso día tras día. De ahí que haya oídos dispuestos a escucharlas con respeto y agrado.
    Nada mejor, en este punto, que remitir al evangelio. La gente que escuchaba a Jesús se admira y comenta: Éste sí que habla con autoridad y no como los fariseos…La palabra convence cuando transparenta la coherencia del comportamiento.

    Tres tipos de silencios
    Tras las palabras, los silencios. Como una partitura de música requiere de compases mudos para resaltar los tonos y la melodía, de igual manera la vida de la persona necesita alternar el hablar con el callar. Los silencios resultarán beneficiosos si no tienen que ver con la mudez provocada por el enfado, el despecho, la indiferencia o la ignorancia.

    Como existen palabras inconvenientes, también se dan silencios inapropiados y de muy distinta calidad. El que calla porque malquiere a su prójimo, recurre al silencio. El que calla por respeto a no herir el sentimiento ajeno, pero se hace presente en el momento del dolor y abraza al amigo, recurre igualmente al silencio. Un mismo comportamiento, pero muy distinta actitud.
    Callar es positivo cuando significa huida del ruido y de la superficialidad del entorno. Aunque normalmente no queda más remedio que vivir en medio del ajetreo cotidiano, sin embargo, conviene tomar distancias -y silencios- para no ejercer siempre de actores.
    En efecto, el espectador puede tomar distancia de la escena, visualizarla con perspectiva y luego juzgar según venga al caso. Mientras que el actor se pierde en la escena y no logra obtener una perspectiva más amplia. Es preciso reflexionar sobre los valores y contravalores que mueven a la gente, sobre el mañana y el más allá. Lo cual requiere de silencio y distanciamiento.
    Existe también un silencio respecto de uno mismo. Sin duda es el más costoso. Bucear en las profundidades del propio ser resulta un ejercicio muy saludable, aunque se haga cuesta arriba. Porque auscultando las profundidades del corazón humano es donde se suscitan los interrogantes más profundos y donde surgen las respuestas más cruciales. Dios, los hombres y las cosas adquieren un especial relieve en este ámbito interior.
    Finalmente hay que referirse al silencio respecto de Dios. Para el individuo religioso es esencial escuchar y acoger la Palabra que está por encima de cualquier otra palabra, que nos puede sorprender en cualquier momento porque no disponemos de ella a voluntad. Conviene permanecer constantemente atentos por si la Palabra quiere manifestarse. Cualquier rumor o interferencia podría perjudicar la escucha.
    El silencio es un buen camino para llegar hasta el Absoluto. Los más convencidos han decidido marcharse al desierto y darle vueltas a un silencio preñado de canción. La soledad sonora de la que hablaba el místico S. Juan de la Cruz.
    Las razones del corazón / Manuel Soler Palá, msscc

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