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    jueves, 2 de febrero de 2012

    Independizarnos de la Violencia estructural


    No es lo mismo ni es igual | Pablo MELLA. Las Independencias nacionales del siglo XIX en América Latina dejaron intactas las relaciones de violencia estructural heredadas de la Colonia y en muchos aspectos las profundizaron. La Independencia dominicana no es una excepción. Preguntarnos éticamente por nuestra independencia a comienzos del siglo XXI implica desplazar el ideal patriótico del siglo XIX hacia el horizonte de la ciudadanía cosmopolita y de paz universal, que exige nuevas relaciones internacionales. La noción de violencia estructural nos puede servir para interpretar los desafíos de una independencia para estos tiempos, con sensibilidad intercultural.

    1. La noción de violencia estructural
    El término “violencia estructural” fue creado por el sociólogo noruego Johan Galtung, con el objetivo de encontrar novedosos caminos para la paz social. Con este término, identifica situaciones en las que se atenta contra necesidades humanas básicas como efecto de la diferencia entre los grupos sociales. Dicho en otros términos, la noción de “violencia estructural” visibiliza el conflicto entre dos o más grupos de una sociedad debido al reparto injusto de los recursos, porque dicho reparto se realiza de manera sistemática a favor de un grupo en perjuicio de otro. Entre estos conflictos grupales o de estratos sociales se destacan los siguientes: conflictos de género, conflictos étnicos, conflictos de clase, conflictos de nacionalidad y conflictos generacionales. Es importante señalar que la noción de violencia estructural contempla la posibilidad de identificar otras formas de conflicto social.
    Un aporte significativo de la noción de “violencia estructural” es que ayuda a situar y dimensionar otras dos formas de violencia. La prensa y la opinión pública se hacen eco normalmente de la “violencia directa”, es decir, de agresiones físicas o psicológicas: un asesinato, una puñalada, una golpiza, una tortura, una agresión verbal o insulto, un asalto callejero, u otras formas de maltrato físico o psicológico. Las víctimas de este tipo de violencia suman mucho menos que las víctimas de la violencia estructural, aunque no por ello dejan de ser acciones condenables. Existe además la “violencia cultural”. Esta se refiere a expresiones del mundo simbólico (medios de comunicación, costumbres, lenguas, sistemas educativos, religiones, arte, ciencias…) que se utilizan para justificar o legitimar la violencia estructural y la violencia directa. Estas mediaciones ideológicas nos hacen percibir como "normales" o “comprensibles” situaciones de violencia profunda. En este sentido, también se puede hablar de “cultura de la violencia”.
    Además, la noción de violencia estructural ayuda a establecer vínculos entre las otras formas de violencia. Se puede mostrar, como lo han hecho las feministas dominicanas, que existe un vínculo interno entre cultura patriarcal y feminicidio. La violencia directa sistemáticamente dirigida contra las mujeres no se explica a fondo por razones pasionales. Lo mismo puede señalarse en otros escenarios de violencia directa.

    2. Violencia estructural de las repúblicas latinoamericanas
    Las repúblicas latinoamericanas, nacidas en el siglo XIX, reprodujeron muchas de las exclusiones sociales que se fraguaron en los tiempos coloniales, e hicieron aparecer otras. Señalemos las principales.
    - Etnicidad y racismo: las independencias latinoamericanas fueron realizadas por los sectores criollos. Las mayorías indígenas y afrodescendientes siguieron marginadas del poder y del acceso a los bienes modernos. Basta con revisar las páginas sociales de nuestros periódicos para constatar el “blanqueamiento” de la élite dominicana. A fines de 2011, una orden salida de la seguridad presidencial mandó hacer redadas de delincuentes en “los barrios calientes”. Los apresados eran ciudadanos con más pigmentación en la piel.
    - Patriarcado: las independencias latinoamericanas no transformaron la cultura patriarcal. Las mujeres siguen ocupando posiciones desventajosas en el reparto de los bienes de estas sociedades.
    - Autoritarismo religioso: el catolicismo institucional supo articularse con la versión criolla de poder republicano. La formación del clero también respondió a las expectativas sociales de estas élites. Todavía no han aprendido los católicos latinoamericanos a practicar el diálogo interreligioso. En la esfera pública más influyente, las manifestaciones religiosas no católicas, sobre todo indígenas y afroamericanas, siguen siendo marginadas.
    - Militarismo: las independencias del siglo XIX fueron realizadas por sujetos militarizados. Existe en América Latina una “clase militar”, muy politizada, que acumula riqueza con prácticas en el límite de la legalidad. La nueva forma de esa ilegalidad es la amplia implicación de las esferas militares en el narcotráfico internacional y nacional.
    - Enllavismo: no encontramos otra palabra para expresar lo siguiente. En América Latina, solo los sectores que se congracian con el poder sociopolítico prosperan grandemente en los negocios. Por ejemplo, el hombre más rico de América Latina, y quizá del mundo, un mexicano, comenzó su acumulación de capital con grandes favoritismos recibidos por el Partido Revolucionario Institucional (PRI).
    - “Ciudad letrada”: esta expresión es del pensador uruguayo Angel Rama. Se refiere a la manera en que se ha organizado la cultura hegemónica en América Latina, y que se plasma en la organización territorial. Las grandes ciudades costeras o centralizadoras, especialmente las capitales, acumulan las riquezas en nombre de la superioridad cultural. En el siglo XIX, las élites latinoamericanas urbanas despreciaban la cultura de las mayorías en el nombre de la “civilización”, declarándola “bárbaras”. Hoy la desprecian en el nombre del “progreso” y la “globalización”, declarándolas “atrasadas” o “locales”.
    - Nacionalismo estatal: la gran novedad que introdujeron las independencias latinoamericanas fue la división del territorio en estados. Se trazaron las fronteras, se creó una historia oficial y en nombre de ella se hizo la guerra a las poblaciones vecinas. Esta guerra continúa en muchos puntos de América Latina con dos expresiones más notorias: tensiones armadas en la línea fronteriza (las fronteras se administran “militarmente” para aumentar el oportunismo) y denigración y explotación de trabajadores inmigrantes, proveniente del país vecino más pobre.

    3. Vínculos de la violencia estructural con las otras formas de violencia
    Nos escandalizamos y preocupamos por la ola de violencia directa que nos arropa en República Dominicana. Pero no estamos igualmente escandalizados por la violencia estructural que ayuda a generarla. Es hora de hacer los vínculos entre las diferentes formas de violencia y organizarnos para enfrentarlas.
    Nos escandalizada la violencia armada. Si hurgamos, descubriremos que detrás del negocio de las armas hay ex – militares y que muchos de los actos violentos con armas tienen como protagonistas militares o policías “militarizados”. Ya en la primera quincena de enero de 2012, la Comisión Nacional de Derechos Humanos denunció el homicidio de 10 personas por parte de la policía. Las soluciones militaristas forman parte de nuestra violencia cultural. Sería conveniente que las “efemérides patrias” desmilitaricen las narrativas conmemorativas de la Independencia dominicana.
    Si nos escandaliza la violencia directa de los barrios pobres, veremos que está vinculada con los mecanismos de exclusión social de la “Ciudad Letrada”. La pobreza, que es pluridimensional, solo se enfrenta eficazmente atendiendo primordialmente tres cosas: salud, educación y oferta de trabajo. La violencia directa en el trato cotidiano no mejorará con charlas sobre valores. La gente se siente presionada por las escasísimas oportunidades que tiene. Mientras existan islotes educativos y hospitalarios de privilegio, los sistemas educativos y sanitarios no van a cambiar. Pongamos un ejemplo contrastante. El Rey de Bélgica va al mismo hospital que un obrero. Esto sería impensable para la élite dominicana.
    Los medios de comunicación nos alarman con los enfrentamientos físicos puntuales entre dominicanos y haitianos en determinados pueblos o campos. La violencia mayor, sin embargo, es cultural y estructural. Mientras confirma como director de migración a un miembro del partido más reaccionario y nacionalista, el poder de la “Ciudad Letrada” dominicana acaba de construir una Universidad a nuestro vecino pueblo de Haití. Este signo de solidaridad es loable en muchos sentidos, pero no dejará de ser ambiguo. Puede servir para legitimar los abusos cotidianos contra los inmigrantes. Ahora se dirá: “Somos amigos de Haití, hasta les construimos una universidad para el progreso”. Si en esa Universidad podrán estudiar unas diez mil personas, son cientos de miles los haitianos y dominicanos de ascendencia haitiana que sufren menosprecio étnico en la cotidianidad, algo que se legitima como defensa de la nacionalidad. Esta iniciativa no ayudará a cuestionar la Constitución 2010, amañada para la exclusión racista de dominicanos de ascendencia haitiana, justo en el 2012 declarado “Año del Estado de Derecho”. El mejor aporte que podemos hacer, tanto a Haití como a República Dominicana, es reescribir la historia oficial de las relaciones dominico-haitianas e impulsar políticas sustentables de cooperación territorial a través de la Comisión Mixta Bilateral.
    Seguir promoviendo la simbología patriótica del siglo XIX como ideal ético no hará otra cosa que reforzar la etnicidad excluyente. Por eso, es preciso un nuevo sentido de independencia política que nos libere de la violencia estructural. No es lo mismo ni es igual | Pablo Mella | Instituto Filosófico Pedro F. Bonó

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