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    sábado, 26 de enero de 2013

    El Bicentenario de Duarte


    No es lo mismo ni es igual | Pablo Mella.




    El Bicentenario de Duarte: Un juego de espejos
    El 26 de enero de 2013 se cumplen los doscientos años del nacimiento de Juan Pablo Duarte. ¿Qué va a suceder en las celebraciones de este bicentenario? Pues bien, básicamente las mismas cosas que siempre han sucedido desde que se comenzó a construir la figura mítica de Duarte en 1884, cuando sus restos fueron repatriados de Caracas. Se usará la memoria de Duarte para que determinadas figuras públicas e intelectuales neoconservadoras proclamen palabras moralizadoras, mientras se siguen aprovechando de las estructuras de exclusión social que vienen desde tiempos coloniales. Lo normal es que se use la figura de Duarte para mantener la propia vigencia social o política.
    En esta primera reflexión del año quisiera mostrar cómo funciona el discurso duartiano para justificar la propia vigencia política de sus enunciadores. Por razones de espacio, me limitaré a mostrar cómo se construyen las figuras de “Duarte anti-haitiano” y de “Duarte hombre perfecto”. En el desarrollo de la explicación señalaré las consecuencias ideológicas de la construcción de estas figuras, que funcionan como “espejos moralizantes” donde la ciudadanía debe reflejarse y evaluarse.

    1) El espejo de Duarte anti-haitiano
    Lo primero que se suele destacar es que Duarte era visceralmente anti-haitiano desde su niñez. Se suele poner como prueba la escena adolescente en que sale del país rumbo a Europa, vía Nueva York, para supuestamente formarse políticamente en contra de la opresión haitiana. En realidad, como dice su hermana Rosa con todo candor en sus “Apuntes”, Juan José Duarte hizo viajar a su hijo Juan Pablo dentro de su mentalidad de comerciante, “porque le convenía a sus intereses”, “contando con que (Juan Pablo) se dedicaría al comercio”, y por eso “lo puso a aprender teneduría de libros e idiomas” .
    En el comienzo de la travesía del viaje a Nueva York, aparece la famosa escena en que el Capitán del barco le pregunta al Duarte adolescente si no le daba pena decir que era haitiano (Apuntes, p. 152). A lo que Duarte responde: “Yo soy dominicano”. De acuerdo a la narración, el Capitán reaccionó a esta respuesta diciendo al joven: “tú no tienes nombre, porque ni tú ni tus padres merecen tenerlo porque cobardes y serviles inclinan la cabeza bajo el yugo de sus esclavos”. El resultado de este intercambio, de acuerdo a los “Apuntes” de Rosa Duarte, es que Juan Pablo se empeña desde entonces en formarse para mostrar al mundo que los dominicanos “no tan solo teníamos un nombre propio, sino que nosotros éramos dignos de llevarlo”.
    Como toda narración, esta escena es susceptible de muchas lecturas. Una que salta a la vista y nadie repara es el racismo esclavista del Capitán del barco. La interpretación anti-haitianista estándar da a entender que Duarte adopta la posición del Capitán y se invita a la ciudadanía dominicana a adoptar la misma actitud. Sin embargo, Duarte no reproducirá en su vida este racismo esclavista, ni manifestó desprecio a la negritud del pueblo haitiano, porque sabía que buena parte del pueblo dominicano simpatizaba con los ideales republicanos del vecino pueblo. Más aún, puso como principio primero de su Constitución un artículo desconocido para cualquier otra constitución moderna: el denominado “Principio de la Unidad de la raza”, elemento que no solo ha sido ignorado en las enseñanzas escolares sobre Duarte, sino mal interpretado por duartianos notables como Alcides García Lluberes, hijo de José Gabriel García, padre de la historia dominicana. En realidad, Duarte no fue “anti-haitiano” en sentido étnico, sino “anti-dominación extranjera”, independientemente de quien la ejerciera.
    Esta figura de Duarte “independentista” es la que evoca José María Serra en 1887, en sus famosos “Apuntes para la historia de los Trinitarios”. Narra que un día se le acercó Duarte como transformado con esta reflexión, que no tiene sentido étnico, sino político:
    Entre los dominicanos y los haitianos no es posible una fusión. Yo admiro al pueblo haitiano desde el momento en que, recorriendo las páginas de su historia, lo encuentro luchando desesperadamente contra poderes excesivamente superiores, y veo cómo los vence y cómo sale de la triste condición de esclavo para constituirse en nación libre e independiente. Le reconozco poseedor de dos virtudes eminentes, el amor a la libertad y el valor… ¡No más humillación! ¡No más vergüenza! Si los españoles tienen su monarquía española, y Francia la francesa; si hasta los haitianos han constituido la República Haitiana, ¿por qué han de estar los dominicanos ya a la Francia, ya a España, ya a los mismos haitianos, sin pensar en constituirse como los demás? ¡No mil veces! ¡No más dominación! ¡Viva la República Dominicana!
    Como puede verse por la enumeración, antes de mencionar a Haití como fuente de humillación, aparecen mencionadas España y su monarquía, y Francia. Lo inaceptable para Duarte eran las relaciones de dominación, no la cuestión racial.
    La problemática que Duarte llamó “la unidad de raza” era especialmente delicada en la naciente República Dominicana, pues la población era mayoritariamente afrodescendiente. Duarte se pelea con sus seguidores políticos justamente por su inclinación racista, como queda consignado en las mismas memorias de Rosa Duarte (Apuntes, p. 153). El principio de “unidad de la raza” queda metafóricamente expresado en una estrofa de la famosa poesía titulada “El criollo”, de la pluma del propio Duarte, en polémica contra Santana y la Anexión a España:
    ¿Derecho de gentes en qué te ofendimos?/ Nosotros valientes honrarte supimos
    ¿Por qué un vil tirano conculca tus leyes? / Porque es un villano mandado por Reyes. (…)
    Los blancos, morenos, cobrizos, cruzados, / marchando serenos, unidos y osados,
    la patria salvemos de viles tiranos/ y al mundo mostremos que somos hermanos.

    2) El espejo de Duarte “hombre perfecto”
    Hay otro mal servicio que hace la literatura duartiana. Esta consiste en pintar a Duarte sin ninguna falta, como un “hombre perfecto”. Sabemos que Balaguer lo llamó “El Cristo de la libertad”, pero una atenta lectura del libro de este tirano dominicano neotrujillista pondrá de manifiesto la superficialidad analítica y la perspectiva interesada de mostrar a un Duarte modelo de dominicano porque “se consagró a la política en castidad”.
    El “Duarte hombre perfecto” se alcanza a través de dos recursos discursivos que pueden descubrirse fácilmente en la literatura de exaltación de su figura. La primera es abstraer la personalidad de Duarte del paso del tiempo; la segunda es no evaluar adecuadamente las consecuencias de sus acciones en la coyuntura que le tocó vivir y decir que siguen siendo sus logros los que rigen la nación dominicana actual.
    Un ejemplo claro de la sustracción de la personalidad de Duarte al paso del tiempo es la escena antes citada. Parecería que este ser “predestinado” (como lo llamó el Padre Meriño el 27 de febrero de 1884 al enterrar sus restos en la Catedral) hizo todo desde el principio en vistas a la libertad de su Patria. Si el texto de Rosa Duarte dice claramente que su papá envía a Juan Pablo a estudiar fuera del país en vista a los negocios, la literatura duartiana interpreta que desde el principio Duarte fue a formarse políticamente. Igualmente, si su padre, Juan José Duarte, se niega a firmar un documento de apoyo a Boyer, se afirma que lo hizo por su sentido patriótico “dominicano”, cuando en realidad era un posicionamiento en favor de la monarquía española.
    Esta idea de la “perfección desde el nacimiento” del “Duarte predestinado” trae como consecuencia entonces que no se evalúe equilibradamente el significado de su acción para el contexto de su tiempo. En términos reales, el proyecto político de Duarte fue un fracaso y lo sigue siendo hasta hoy día. Santana lo neutralizó estratégicamente mandándolo al exilio el 22 de agosto de 1844, como castigo por la asonada con que tomó el poder político de la naciente República complotado con sus partidarios. Duarte no supo articular bien el golpe de Estado que lideró el 9 de junio de 1844 contra la Junta Central Gubernativa y se mantuvo ambiguo cuando en un exceso de entusiasmo Ramón Mella lo declaró presidente de la naciente república, sin apego a la ley. En las exaltaciones descontextualizadas de Duarte nunca se señala que fue golpista o que le gustaba de manera algo enfermiza ser llamado “General”, como a todos los hombres políticos de su tiempo. Por su fracaso político real es que Duarte muere en el exilio y su figura acabó siendo prácticamente desconocida durante cuarenta años en la opinión dominicana, hasta 1884, cuando regresan sus restos mortales de Caracas. Hasta esta fecha, no pocos dominicanos creían que el “Padre de la Patria” debía ser Francisco Sánchez.
    Así, las acciones de Duarte no se miden correctamente y se repite sin cesar en los discursos duartianos algo que es falso: “los valores de Duarte son los que siguen fundando la Patria dominicana de hoy”. El mismo político corrupto que financia una edición sobre el pensamiento de Duarte con fondos públicos es el que nos dice que “Duarte no fue corrupto”. El mismo partido autoritario que no escucha al pueblo manifestarse en su contra es el que dice que Duarte, como antecesor de Bosch, es el creador de la democracia dominicana, porque “fundó un partido de cuadros y llevó a cabo la segunda ley de la dialéctica histórica, que consiste en el paso de la cantidad a la cualidad”. El mismo militar intrigante que es ayudado a escribir sus artículos nos dice en lenguaje férreo e igualmente idealizado que Duarte es una figura frágil de “carne y hueso”, confundiendo en sus decires “democracia” con “defensa nacional”.

    3) Celebrar la memoria de Duarte
    Si queremos celebrar la memoria de Duarte tendrá que hacerse criticando principalmente la literatura duartiana y los tradicionales actos conmemorativos duartianos. Duarte fue un gran hombre, no cabe duda. Pero fue un hombre de su tiempo. Hoy día es inviable un proyecto político de nación de espaldas al resto de las naciones del mundo, en estos tiempos en que la globalización capitalista exige como contrapeso un modo de colaboración trans-nacional que respete los derechos humanos de todas las personas, especialmente de los migrantes.
    Si queremos celebrar la memoria de Duarte debemos tomar distancia de la manera racista y tendenciosa en que se nos ha contado la historia patria, para que los que compartimos este territorio “al mundo mostremos que somos hermanos”. ADH 764, Enero 2013.


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