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    domingo, 29 de diciembre de 2013

    Respuesta Presupuestaria

    Humanismo Integral | Ignacio Miranda.   Respuesta presupuestaria de la Palabra de Dios. 
    En este fin de año, como de costumbre, el tema más impactante es el presupuesto del Estado.
    Una definición de presupuesto, público o privado, personal o comunitario, tan sencilla como profunda, es que se trata de las estimaciones de los ingresos y de los desembolsos requeridos para realizar un proyecto. Los egresos incluyen tanto los gastos como los ahorros para destinarlos a la inversión.
    El presupuesto presentado por el Gobierno Central para el año 2014, asciende a RD$613 mil millones. Es una suma que se encamina al billón de pesos, cifra que muchas personas letradas no saben leer ni escribir.
    Es importante señalar que la racionalidad y bondad de un presupuesto no radica en su monto, sino en su capacidad para impulsar el desarrollo integral del país animado por la sostenibilidad de modo que la participación de todos los miembros de la sociedad en todas sus riquezas augure un horizonte de eternidad.
    Hemos dicho, en diversas ocasiones, que un presupuesto racional debe caracterizarse por reducir sus gastos al nivel que requieran los objetivos del desarrollo, priorizando, con relación al ingreso, minimizar los impuestos al consumo maximizando las cargas tributarias basadas en los beneficios netos de las empresas, los rentistas, los altos ingresos personales, reduciendo a su menor expresión, el sacrificio fiscal, comenzando por las exoneraciones.
    Del mismo modo que lo expresado para los ingresos, la racionalidad en los desembolsos debe fundamentare en la reducción del gasto a su capacidad de apoyo a la inversión para el desarrollo dinámico y sostenible.
    Es obvio que la estructura del gasto ineficaz orientado a la complacencia política y al asistencialismo tranquilizante, por una parte, y, por la otra, el financiamiento, no solo de la inversión, sino también de gastos corrientes, mediante la deuda pública, es una carga injusta para el contribuyente tanto del presente como del futuro.
    La reducción de gasto tiene que comenzar con la creación de una estructura estatal, tan racional como austera, fusionando cargos repetidos que todos los conductores de la sociedad saben cuáles son.
    La austeridad no consiste en economizar centavos mientras de gastan millones. Se trata de un valor orientado a usar los recursos que satisfacen las necesidades reales para promover el desarrollo integral personal y social, prescindiendo de carencias ficticias y complacencias sectarias, dando primacía al bien común sobre los intereses particulares.
    El valor de la austeridad va más allá de un discurso. Finca sus raíces en los principios y las normas que fundamentan el uso racional del ingreso. Esto requiere de funcionarios capacitados por su instrucción, experiencia, actualización y honestidad, que encarnen esos valores y principios.
    Los recientes titulares periodísticos y comentarios de otros medios de comunicación, contradicen el discurso de conductores de nuestra sociedad que se pronuncian con frecuencia a favor de un sistema económico solidario. Ese discurso ampliado con muchos otros términos usados por comunicadores, políticos y hasta economistas, generan falsas esperanzas y crean confusiones. Uno de ellos es el de baja presión tributaria, descociendo las fuentes del ingreso y el sacrificio fiscal, sugiriendo un incremento de los impuestos.
    La estructura tributaria dominicana descansa en el impuesto al consumo que, en su naturaleza, es inflacionaria, reduciendo el poder adquisitivo y la capacidad de compra del consumidor. En adición a esto, hágase esta pregunta: ¿a cuánto asciende, las evasiones y otros disfraces con que se carga a los consumidores, como “subsidios” y “tarjetas de solidaridad”, para ocultar la incapacidad gerencial, la complacencia políticas y adormecer la conciencia de los más desposeídos?
    Esa riqueza tiene que basarse en el trabajo y, en ningún caso, en el juego de azar u otro vicio. La economía solidaria se fundamenta en el esfuerzo personal y la cooperación comunitaria, que enriquece a todos y no empobrece a nadie porque está animada por la equidad integral.
    Navidad es la época más propicia para reflexionar sobre la economía solidaria, cuya raíz es más profunda que “regalía pascual” “sueldo 13”, “doble sueldo”, que, en la actualidad, trae como consecuencia incremento de venta que favorece el comercio; pero también grandes gastos para los consumidores, sobre todo en esta época que caracterizada por la cultura del desperdicio”.
    Navidad es el inicio del centro de la Historia de la Humanidad que representa la Era Cristiana, con el nacimiento de Jesucristo, la Palabra de Dios encarnada, que establece su morada entre nosotros, que con su Espíritu Santo ilumina nuestros pasos y con su ardor dinamiza nuestras acciones en función del bien común.
    Cada día me reafirmo más en la mi firme convicción de que los problemas sociales, políticos y económicos tienen sus respuestas más profundas y realistas en la Palabra de Dios. En esto se fundamenta nuestra propuesta de una espiritualidad presupuestaria fundamentada en la Palabra de Dios, es nuestro aporte a ese sistema de economía solidaria del que tanto se habla pero con criterios diversos y a veces contradictorios.
    Este sistema tiene que fundamentarse en una primacía del trabajo sobre el capital y de los bienes sobre el dinero, afincándose en cuatro pasos metodológico sucesivos: ser, tener, producir, compartir.
    El Estado, como rector del bien común, debe formular su presupuesto, orientado hacia el desarrollo integral, en función del bien común, apoyado en los valores de la honestidad, transparencia, la austeridad, programación, ahorro, productividad, trabajo en equipo.
    El Evangelio según San Lucas contiene una extraordinaria riqueza presupuestaria incrementada por los principios de su maestro Pablo:
    Capítulo 3: “…unos recaudadores, que le preguntaron, Maestro, ¿qué tenemos que hacer? El les contestó: No exijan más de lo que tienen establecido. Unos guardias le preguntaron: Y nosotros ¿qué tenemos que hacer? El les contestó: No hagan violencia a nadie, ni saquen dinero, confórmense con su paga”.
    Capítulo 8: “…nada hay oculto que no deba descubrirse, ni nada secreto que no deba saberse o hacerse público”.
    Capítulo 11: “Guárdense de toda codicia, que aunque uno tenga de sobra, la vida no depende de los bienes... Son los paganos quienes ponen su empeño en esas cosas; ya sabe el Padre que tienen ustedes necesidad de eso. En cambio, busquen que él reine; y eso se les dará por añadidura”.
    Capítulo 14: “Si uno de ustedes pretende construir una torre, ¿no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? No suceda que, habiendo hecho los cimientos y no pudiendo completarla todos los que miren se pongan a burlarse de él, diciendo éste empezó a construir y no puede concluir”.
    “Que la única deuda que tengan sea la del amor mutuo” (Romanos 13).
    “No he deseado dinero, oro ni ropa de nadie; saben por experiencia que estas manos han ganado lo necesario para mí y mis compañeros. (Hechos 20).
    “La manifestación particular del Espíritu se le da a cada uno para el bien común… Es un hecho que el cuerpo siendo uno, tiene muchos miembros, pero los miembros, aún siendo muchos, forman entre todos un solo cuerpo” (I Corintios 12).
    Austeridad es el valor que, en su legítima esencia, más identifica la Navidad puesto que Jesucristo, en su naturaleza divina es el hijo de Dios; y en su humanidad, descendiente del Rey David, como señala San Pablo, en su segunda carta a los filipenses: “no se aferró a su categoría”. Más aún, nació en la más absoluta pobreza material, en un establo, y su cuna fue un pesebre; pero en la más alta dignidad divina y humana: pastores y reyes le adoraban y “una legión del ejército celestial alababa a Dios diciendo: “Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que él quiere tanto”.

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