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    martes, 11 de noviembre de 2014

    Oración y Paciencia

    Apuntes Misioneros | Pedro Ruquoy, cicm.



    “La oración más grande es la paciencia" (Buda)  
    Siddharta Gautama llamado "El Sabio de las Sakyas" o "El Buda" nació en Nepal más o menos 620 años antes de Cristo. El es considerado como el fundador de la religión budista. Se le atribuye esta bella declaración: "La oración más grande es la paciencia": El Dalai Lama, jefe espiritual de los tibetanos desde su largo exilio suele repetir esta frase que le da fuerza para mantenerse en paz en medio de las adversidades de la vida. Yo descubrí este proverbio budista al prepararme a recibir la visita de un inspector del medio ambiente quien no se cansa de provocarnos con reportes negativos sobre la falta de limpieza y de higiene que suele existir en uno u otro rincón de nuestro orfanato. Yo pensaba pelear con él y echarle en cara unos cuantos "San Antonio" cuando encontré esta citación sobre la paciencia. Esta me quedó en la mente hasta este momento. La verdad es que siempre decimos que toda nuestra vida debe ser oración y, para que cada momento sea oración no hay duda de que necesitamos siempre paciencia. Aunque el sabio budista va más allá: ¡la paciencia misma se vuelve oración!

    Nuestros 103 huérfanos y huérfanas empiezan el día muy temprano. a las 5 de la madrugada, ya están moviéndose como hormigas alrededor de las chozas y los problemas se multiplican. Francis no encuentra sus zapatos, a Eddy le duele la cabeza, Mildred ha perdido su uniforme escolar, Seferino se ha quedado dormido, Mangani se esconde debajo de la cama para no ir a la escuela, el agua para el té no está lista, … Se podría llenar toda esta revista con la serie de problemas que enfrentamos aquí cada mañana.

    Y yo me quedo mirando el espectáculo sentado cerca de la estufa y esperando que la greca empiece a silbar para anunciar que el primer cafecito de la jornada está listo. A cada rato me da ganas de enojarme, de brincar sobre uno u otro niño haragán y de darle una buena nalgada. Pero trato de quedarme tranquilo y de esperar que las aguas del río se vuelvan a su cauce. ¡Bueno! Las horas pasan pero durante todo el día, hay que repetir las mismas cosas: ¡No jueguen con pelotas en frente de las ventana! ¡Pidan permiso para salir de la propiedad! ¡No tiren la basura en el piso! ¡Limpien su habitación! ¡Rieguen las hortalizas!.... Y así, después de llamar constantemente la atención de mis carajitos, llego a la capilla, a la hora de la oración de la noche completamente agotado pero con bastante fuerza para de nuevo repetir la misma cosa: "Para vivir juntos tenemos que respetar ciertas reglas; He aquí las cuatro reglas más importantes: tenemos que estudiar juntos, trabajar juntos, escuchar a nuestros educadores y ser respetuosos hacia los demás…" Y les hago repetir las cuatro reglas tres o cuatro veces sabiendo que al día siguiente tendré que volver a decir la misma cosa.

    Obviamente, una de las cosas más importantes que estoy aprendiendo aquí es la paciencia. Pero nunca había pensado que esa paciencia se podía volver una auténtica oración. No se trata solamente de controlar sus impulsiones sino de mantener la paz interior a pesar de los truenos que estallan a toda hora. Y cuando la paciencia llega a ser serenidad, ella se transforma en un ramillete de flores en las manos de Dios mismo. Pero la paciencia no es sólo una cuestión de esfuerzos personales; es un regalo de Dios que exige un largo proceso de aprendizaje. En este proceso, el problema mayor reside en nuestra convicción de que el tiempo es nuestro. Nos sentimos dueños del tiempo. Elaboramos programas y horarios como si el desarrollo de la historia dependía de nosotros solos. Somos esclavos del tiempo olvidándonos que el verdadero dueño del tiempo es Dios. Es él y sólo él quien guía la historia.

    La paciencia es un regalo de Dios que exige un largo proceso de aprendizaje. En este proceso, me ayuda muchísimo observar los más pequeños: Natasha, la más pequeña de nuestra gran familia, se acostumbra a venir a sentarse a mi lado en el momento de la cena. Su gran placer es comerse unas fresas con un tenedor. Ella corta las fresas en minúsculos pedacitos y después de varios intentos, toma cada pedazo con el tenedor y lo lleva a su boquita con una sonrisa de complacencia. Todo el proceso le toma más de diez minutos. En realidad, lo que le interesa a la pequeña Natasha es estar conmigo y por eso ella toma tiempo.

    A veces me tomo tan en serio y pienso que el tiempo es mío; entonces pierdo fácilmente la paciencia frente a los demás. Sobre este punto, me llama la atención una afirmación que viene no del Budismo sino del Islam: "Cuando estés tentado a perder la paciencia con alguien, recuerda cuan paciente Allah ha sido contigo todo el tiempo."

    El Budismo y el Islam son dos religiones muy presentes aquí en Zambia. Ambas insisten sobre la paciencia como un don divino. Por cierto, los cristianos también destacan la importancia de la paciencia. San Francisco de Sales, Obispo y Doctor de la Iglesia decía: "Ten paciencia con todas las cosas, pero sobre todo contigo mismo."

    Terminemos con un verso del gran poeta latinoamericano Pablo Neruda:

    "Sólo con una ardiente paciencia conquistaremos la espléndida ciudad que dará luz, justicia y dignidad a todos los hombres. Así la poesía no habrá cantado en vano."
    ADH 784

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