Obras espirituales de misericordia
3. Corregir al que yerra
“Corregir al que yerra” es una obra de
misericordia inspirada en un texto clásico del Evangelio de Mateo, cuando trata
de los conflictos en el seno de la comunidad. En ese pasaje, el acento se
desplaza desde el pensamiento jurídico hacia una perspectiva más eclesiológica
y pastoral: “Si tu hermano llega a pecar, vete y repréndele, a solas tú con él.
Si te escucha, habrás ganado a tu hermano. Si no te escucha, toma todavía
contigo uno o dos, para que todo asunto quede zanjado por la palabra de dos o
tres testigos. Si les desoye a ellos, díselo a la comunidad. Y si hasta a la
comunidad desoye, sea para ti como el gentil y el publicano” (Mt 18,15-17).
La
cuestión de la corrección fraterna está presente en el Nuevo Testamento. La
corrección debe realizarse, no como un juicio, sino como un servicio de verdad,
y de amor al hermano, ya que se dirige al pecador no como un enemigo, sino como
un hermano (2Ts 3,15), para poder obtener el resultado de reconducir a la vida
a un prójimo que se estaba perdiendo (St 5,19).
Esta
corrección fraterna se ejerce con firmeza, pero sin asperezas (Sal 6,2), sin
humillar el que es amonestado (Ef 6,4). Un joven la puede realizar hacia un
anciano, pero con conciencia de su condición (1Tm 5,1). Es verdad, además, que
ninguna corrección resulta agradable en el momento, sino que duele, pero luego
produce fruto apacible de justicia a los ejercitados en ella (Hb 12,11).
La
corrección fraterna exige discernimiento: escoger el momento oportuno,
ejercerla de forma que crezca y no disminuya la estima que el hermano tiene de
sí mismo; evitar que sea la única manera con la cual uno se relacione con aquel
hermano; ejercerla sobre cosas verdaderamente esenciales; tender a liberar y no
tanto, a juzgar y condenar; corregir sabiendo que uno mismo también es limitado
y necesitado de corrección. Si todo esto acontece, la corrección fraterna que
sugiere esta obra de misericordia podrá dar fruto de paz y de bendición.[1]
Pero
cuidado, ¿si corrijo al que yerra, no manifiesto pretensión de llevar la razón?
En Mt 23,16 hay una advertencia contra los guías ciegos. Pablo exhorta a los
que se sienten fuertes: “Así pues, el que crea estar en pie, mire que no caiga”
(1Cor 10,12). En este sentido, para corregir, se necesita un sincero
discernimiento en el Espíritu.
En
la psicología moderna, para corregir al que yerra, se debe partir de la
siguiente manera: “Tengo la sensación de que ese camino no te hace bien”, “dudo
que para ti sea bueno”, “no me siento bien cuando te veo seguir ese camino”. La
propuesta es que, quien corrige, se implique a sí mismo, dejando a la otra
persona en libertad para que reaccione y reflexione. Con esas formulaciones la
persona corregida tomará conciencia de que es importante para quien le dice
tales cosas.[2]
Esas
tres obras anteriores son propias de una persona con espíritu conciliador.
¿Cómo me comporto para corregir los
errores ajenos?
¿Cómo me comporto cuando soy corregido?
Animando al compromiso
Corregir
teniendo como parámetro la dulzura de la Madre María.
Ejercitar en la
serenidad a la hora de puntualizar los errores ajenos. “El lodo se saca cuando
está seco”.
Acoger, sin
excusas, las correcciones que nos hacen.
Considerar que
en un encuentro fraterno no hay vencidos ni ganadores, sino hermanos y hermanas
que desean volver a Cristo.
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