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    lunes, 6 de noviembre de 2017

    Jesús nos enseña a orar

    Espiritualidad Litúrgica | Roberto Núñez, msc



    Jesús nos enseña a orar
    «Cuando oren pidiendo algo, crean que se les concederá, y así sucederá» (Mc 11,24).
    En este mes les invito a continuar reflexionando en torno a la oración y a fijarnos específicamente en Jesús, que nos enseña a orar y es nuestra primera referencia de oración. El Catecismo de la Iglesia Católica nos ofrece una visión teológica sumamente edificante en este sentido.
    «Cuando Jesús ora, ya nos enseña a orar. El camino teologal de nuestra oración es su oración a su Padre. Pero el Evangelio nos entrega una enseñanza explícita de Jesús sobre la oración. Como un pedagogo, nos toma donde estamos y, progresivamente, nos conduce al Padre. Dirigiéndose a las multitudes que le siguen, Jesús comienza con lo que ellas ya saben de la oración por la Antigua Alianza y las prepara para la novedad del Reino que está viniendo. Después les revela en parábolas esta novedad. Por último, a sus discípulos que deberán ser los pedagogos de la oración en su Iglesia, les hablará abiertamente del Padre y del Espíritu Santo».[1]
    Esta es la perspectiva en que el Catecismo nos invita a acercarnos a la enseñanza de Jesús sobre la oración. San Mateo narra que Jesús, en los inicios de su predicación, en el Sermón de la Montaña, invita a que la oración vaya acompañada de la conversión del corazón. Y esa conversión se concretiza en: «la reconciliación con el hermano antes de presentar una ofrenda sobre el altar (cf Mt 5, 23-24), el amor a los enemigos y la oración por los perseguidores (cf Mt 5, 44-45), orar al Padre "en lo secreto" (Mt 6, 6), no gastar muchas palabras (cf Mt 6, 7), perdonar desde el fondo del corazón al orar (cf, Mt 6, 14-15), la pureza del corazón y la búsqueda del Reino (cf Mt 6, 21. 25. 33). Esta conversión está toda ella polarizada hacia el Padre, es filial» (CCE 2608).
    Para Jesús, la oración y la conversión son dos realidades inseparables. Sólo aprende a orar en la fe un corazón decidido a convertirse. Pero al ser filial la conversión, lo es también la fe, la cual sólo es posible porque Jesús, al hacerse Hijo, nos abre el acceso al Padre. No está sujeta a lo que nosotros sintamos o comprendamos.
    Por eso es que Jesús nos invita a que "busquemos" y que "llamemos" porque él es la puerta y el camino (cf Mt 7, 7-11. 13-14). No tenemos otra referencialidad. Y como Hijo, Jesús nos enseña esta audacia filial: "todo cuanto pidan en la oración, crean que ya lo han recibido" (Mc 11, 24). Tal es la fuerza de la oración, "todo es posible para quien cree" (Mc 9, 23), con una fe "que no duda" (Mt 21, 22).
    La oración de fe, además, debe pasar del mero “Señor, Señor”, a disponer el corazón para hacer la voluntad del Padre (Mt 7, 21), a cooperar con el plan divino (cf Mt 9, 38; Lc 10, 2; Jn 4, 34). Por eso «en Jesús "el Reino de Dios está próximo", llama a la conversión y a la fe pero también a la vigilancia. En la oración, el discípulo espera atento a aquél que "es y que viene", en el recuerdo de su primera venida en la humildad de la carne, y en la esperanza de su segundo advenimiento en la gloria (cf Mc 13; Lc 21, 34-36). En comunión con su Maestro, la oración de los discípulos es un combate, y velando en la oración es como no se cae en la tentación (cf Lc 22, 40. 46)» (CCE 2612).
    También nos recuerda el Catecismo que san Lucas nos transmite tres parábolas de Jesús sobre la oración: «La primera, "el amigo importuno" (cf Lc 11, 5-13), invita a una oración insistente: "Llamen y se les abrirá". Al que ora así, el Padre del cielo "le dará todo lo que necesite", y sobre todo el Espíritu Santo que contiene todos los dones… La segunda, "la viuda importuna" (cf Lc 18, 1-8), está centrada en una de las cualidades de la oración: es necesario orar siempre, sin cansarse, con la paciencia de la fe. "Pero, cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará fe sobre la tierra?"… La tercera parábola, "el fariseo y el publicano" (cf Lc 18, 9-14), se refiere a la humildad del corazón que ora. "Oh Dios, ten compasión de mí que soy pecador". La Iglesia no cesa de hacer suya esta oración: "¡Kyrie eleison!"» (CCE 2613).
    En la próxima entrega continuaremos en la enseñanza orante de Jesús.




    [1] CCE 2607.

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