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    jueves, 22 de febrero de 2018

    La oración de Acción de Gracias

    Espiritualidad Litúrgica | Roberto Núñez, msc 


    La oración de Acción de Gracias  
    «La acción de gracias caracteriza la oración de la Iglesia que, al celebrar la Eucaristía, manifiesta y se convierte más en lo que ella es…» (CEC 2637).

    Iniciamos el 2018 con ánimos renovados y la oración sigue siendo nuestro tema de reflexión. Ahora enfocamos nuestra mirada hacia la oración de acción de gracias. El Catecismo ubica esta acción de gracias, como un momento cumbre, en la Eucaristía, sacramento por excelencia, al afirmar: «La acción de gracias caracteriza la oración de la Iglesia que, al celebrar la Eucaristía, manifiesta y se convierte más en lo que ella es. En efecto, en la obra de salvación, Cristo libera a la creación del pecado y  de la muerte para consagrarla de nuevo y devolverla al Padre, para su gloria. La acción de gracias de los miembros del Cuerpo participa de la de su Cabeza».[1]
    Siguiendo estas lineamentas del Catecismo, podemos notar que toda acción de gracias es unirnos a Cristo nuestra Cabeza, como su cuerpo eclesial. Nos recuerda, también, que la acción de gracias caracteriza la Iglesia. Esto, además, nos anima a recordar aquel episodio de la curación de los diez leprosos que nos narra Lucas (Lc 17,11-19). Pero también Jesús se dirigía constantemente al Padre para darle gracias. La escena típica nos la narra Mateo 11,25: “Gracias Padre, Señor del cielo y de la tierra…” Lo mismo podríamos decir del capítulo 17 de san Juan. Jesús, siendo agradecido, nos enseña e invita a serlo también nosotros.
    Y el Catecismo nos anima a completar esta visión al señalar: «Al igual que en la oración de petición, todo acontecimiento y toda necesidad pueden convertirse en ofrenda de acción de gracias. Las cartas de San Pablo comienzan y terminan frecuentemente con una acción de gracias, y el Señor Jesús siempre está presente en ella. “En todo den gracias, pues esto es lo que Dios, en Cristo Jesús, quiere de ustedes” (1 Ts 5, 18). “Sean perseverantes en la oración, velando en ella con acción de gracias” (Col 4, 2)».[2]
    Reza un viejo adagio que “es de bien nacidos ser agradecidos”. Aunque, con frecuencia, somos mezquinos para agradecer, estamos llamados permanentemente a la acción de gracias. Y en la liturgia, el espacio privilegiado para ella, es la celebración de la Eucaristía.
    El Misal, al presentar la Plegaria eucarística, la muestra como plegaria de acción de gracias y de consagración. Nos dice: «Ahora empieza el centro y la cumbre de toda la celebración, a saber, la Plegaria eucarística, que es una plegaria de acción de gracias y de consagración. El sacerdote invita al pueblo a elevar el corazón hacia Dios, en oración y acción de gracias, y lo asocia a su oración que él dirige en nombre de toda la comunidad, por Jesucristo en el Espíritu Santo, a Dios Padre. El sentido de esta oración es que toda la congrega­ción de los fieles se una con Cristo en el reconocimiento de las gran­dezas de Dios y en la ofrenda del sacrificio. La Plegaria eucarística exige que todos la escuchen con silencio y reverencia».[3]
    El primer elemento de la Plegaria es denominado “acción de gracias”. Así la describe el Misal: «Acción de gracias (que se expresa sobre todo en el prefacio): en la que el sacerdote, en nombre de todo el pueblo santo, glorifica a Dios Padre y le da las gracias por toda la obra de salvación».[4] En el diálogo del prefacio, después de invitar a dar gracias a Dios, inmediatamente se procede a justificar por qué dar gracias. “En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias”.
    Todo esto continúa recordándonos que estamos llamados a ser agradecidos en todas las circunstancias de nuestra vida, aunque en el momento entendamos lo contrario. Seamos agradecidos con Dios y con nuestros hermanos. ADH 820



    [1] CEC 2637.
    [2] CEC 2638.
    [3] OGMR 78.
    [4] OGMR 79.

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