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    sábado, 2 de marzo de 2019

    Valores: Conversión y Fe

    Valor del Mes | P. Juan Tomás García, msc


    “Conversión y Fe” 
    "Conviértanse y crean en el Evangelio (Mc 1, 15), con este lema se nos invita a promover el valor de la conversión y la fe durante el mes de marzo. Convertirse es cambiar todo lo que descubrimos que nos aparta del camino de Dios y asumir un proceso de reconocimiento de su presencia salvífica entre nosotros. Desde el seis de marzo, Miércoles de Ceniza, estaremos viviendo la Cuaresma que nos invita intensamente a la conversión.
    Antes que Jesús, Juan Bautista anunciaba la necesidad de la conversión para acoger al Mesías que se aproximaba. Juan llamaba a un cambio radical pues Dios quiere reorientar la vida hacia su verdadera meta. Esta conversión no consiste en hacer penitencia. No basta tampoco pertenecer al pueblo elegido. No es suficiente recibir el bautismo del Jordán ni el nuestro. Es necesario "dar el fruto que pide la conversión": una vida nueva, orientada a acoger el reino de Dios, la fraternidad y la justicia.

    Llamada a la conversión
    El llamado a la conversión de Juan Bautista y de Jesús nos animan a vivir conscientes de nosotros mismos y de lo que buscamos para no abandonarnos a realidades que nieguen nuestra fe. Este mensaje que comienza a escucharse ya en el desierto será el núcleo del mensaje de Jesús, la pasión que animará su vida entera. Viene a decir así: "Comienza un tiempo nuevo. Se acerca Dios. No quiere dejarnos solos frente a nuestros problemas y conflictos. Nos quiere ver compartiendo la vida como hermanos. Acogiendo a Dios como Padre de todos. No olvidar que están llamados a una Fiesta final en torno a su mesa". Somos invitados vivir en una Iglesia donde se acoja la invitación al cambio, a la conversión al reino de Dios. Es la manera de acoger a Jesús y su proyecto. Que venga el reino de Dios y se realice la salvación del género humano.

    Conversión comunitaria
    Esta conversión no es sólo un cambio individual de cada uno o cada una, sino el clima que hemos de crear en la Iglesia, pues toda ella ha de vivir acogiendo el reino de Dios. La conversión no consiste tampoco en cumplir con más fidelidad las prácticas religiosas, sino en "buscar el reino de Dios y su justicia" en la sociedad. Para esto tenemos que comenzar en nuestras comunidades cristianas sectoriales, parroquiales y zonales para llegar a las diócesis, a las Arquidiócesis, a los países y al mundo entero. No es suficiente cuidar en las comunidades cristianas la celebración digna de los "sacramentos" de la Iglesia. Es necesario, además, promover los "signos" del reino que Jesús practicaba: la acogida a los más débiles; la compasión hacia los que sufren; la creación de una sociedad reconciliada; el ofrecimiento gratuito del perdón; la defensa de toda persona. Por eso, animado por un deseo profundo de conversión, el Concilio Vaticano II dice así: "La liturgia no agota toda la actividad de la Iglesia, pues para que los hombres puedan llegar a la celebración, es necesario que antes sean llamados a la fe y la conversión".

    Un tiempo de gracia
    Los tiempos de trasformaciones radicales son tiempos de gracia y de conversión, que exigen un talante y unas actitudes específicas. Hemos de aprender a vivir cambiando. Esto significa aprender a "despedir" cosas que ya no evangelizan ni abren caminos al reino de Dios, como tal vez lo hicieron en otros tiempos; y aprender a tantear y ensayar caminos de innovación. Estamos ya "despidiendo" formas tradi­cionales de pastoral y evangelización, pensadas para una socie­dad de cristiandad que ya no existe. Estamos dejando atrás lo viejo y empezamos a dar pequeños pasos hacia lo nuevo y des­conocido. Esto es asumido por el Plan Pastoral que nos anima y acompaña en la búsqueda de crecimiento y madurez en la fe. Muchas son las resistencias que encontramos en nosotros mismos y en los demás, dado que es más cómodo vivir instalados en lo conocido y aprendido, pero así no se avanza.

    Apertura a lo nuevo
    En nuestras comunidades hemos de dedicar mucho más tiempo, más oración, más atención y energías a descubrir llama­das nuevas, carismas nuevos, servicios nuevos y caminos nuevos de conversión innovadora. Y menos tiempo al análisis de las deficiencias, la escasez de medios, las dificultades... y los tiempos pasados. Estas prácticas pueden hacernos sentir mucho más vulnerable y poco sig­nificativos, experimentar el alejamiento masivo de bautizados; la esca­sez extrema de presbíteros; la pérdida de presencia y de poder social. Necesitamos arraigar profundamente nuestra fe en el Dios de Jesús. Sólo así seremos capaces de un nuevo comienzo, sin perder la identidad personal y comunitaria de seguidores de Jesús y miembros de nuestra Iglesia. Nuestra fuente inagotable de energía es Jesús. Sólo en Él vamos a poder encontrar fuerzas para sentirnos fascinados por su proyecto. Esto es conversión desde la fe.

    Fe en el Dios de Jesús
    La fe en el Dios de Jesucristo nos ayuda a ir asumiendo la realidad como un proceso creciente, dirigido al reconocimiento del amor que Dios nos tiene y a involucrarnos con un compromiso de Fe. Los males que encontramos en nuestro mundo, las señales de abandono del proyecto de Dios, las crisis, las deserciones, el ambiente de decadencia de la Iglesia, los cúmulos de pecados que cometemos, son de gran valor para tomar conciencia de los profundos cambios que se necesitan producir en nuestras comunidades para ser realmente hermanos y hermanas en camino hacia una vida más humana y digna según la voluntad de Dios. Es la fe la que nos permite la conversión, y ésta, nos hace crecer y confiar en la misericordia de Dios.
    Aprovechemos la Cuaresma para vivir de manera más fraterna, justa y comunitariamente nuestra fe, dando los pasos necesarios para encarnar lo que creemos y queremos. Cambiemos positivamente de rumbo. Elijamos lo que es mejor para nosotros, discernamos comunitariamente lo bueno y no lo posterguemos. Demos los frutos de la conversión. Se trata de estar en todo momento dispuestos a darnos a los demás, a "acogernos mutuamente." Así estaremos haciendo, humildemente, presente el Reino de Dios, creando un ambiente en el que reine el amor en nuestras relaciones. Vivamos con esperanza la Conversión y La Fe. ADH 832.

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