Las imágenes
«Las imágenes sagradas, presentes en nuestras iglesias y en nuestras casas, están destinadas a despertar y alimentar nuestra fe en el misterio de Cristo» (CEC 1192).
Julio y agosto, además del calor propio del verano, nos ofrecen un tiempo propicio para la reflexión. Les propongo aproximarnos al tema de las imágenes. Para muchos cristianos es un tema controversial y para otros, de edificación de su fe. ¿Qué nos dice la Iglesia al respecto? Partiré de dos documentos: El Catecismo y la Ordenación del Misal.
El Catecismo dice: «Las imágenes sagradas, presentes en nuestras iglesias y en nuestras casas, están destinadas a despertar y alimentar nuestra fe en el misterio de Cristo. A través del icono de Cristo y de sus obras de salvación, es a él a quien adoramos. A través de las sagradas imágenes de la Santísima Madre de Dios, de los ángeles y de los santos, veneramos a quienes en ellas son representados» (CEC 1192).
La Ordenación del Misal, partiendo de SC 8, afirma: «En la Liturgia terrena, la Iglesia participa, pregustándola, de la Liturgia celestial que se celebra en la ciudad santa de Jerusalén, hacia la que tiende como peregrina, donde Cristo se halla sentado a la diestra de Dios, y, venerando la memoria de los Santos, espera tener parte con ellos y ser admitida en su asamblea.
Por eso, las imágenes del Señor, de la Santísima Virgen y de los Santos, según una tradición antiquísima de la Iglesia , se han de exponer a la veneración de los fieles en los edificios sagrados y se han de colocar en ellos de modo que lleven como de la mano a los fieles hacia los misterios de la fe que allí se celebran. Por consiguiente, téngase cuidado de que no aumente indiscretamente su número y de que en su colocación se guarde un justo orden para que no distraigan la atención de los fieles en la celebración misma. No haya habitualmente más de una imagen del mismo Santo. En general, la ornamentación y disposición de la iglesia en lo referente a las imágenes procure favorecer, además de la belleza y dignidad de las imágenes, la piedad de toda la comunidad» (OGMR 318).
Todo esto nos recuerda que el uso del lenguaje de las imágenes, tiene como finalidad expresar el misterio cristiano y despertar en nosotros las actitudes de la fe y de respuesta a la actuación salvadora de Dios. En ese sentido, podemos hablar de una pedagogía, o una finalidad pedagógica.
Aunque históricamente ha habido dificultades. En el AT se prohibió toda imagen (cf. Ex 20,3-5), por el peligro que tenía el pueblo de Israel de caer en la idolatría. También fue una preocupación de los primeros siglos de la Iglesia, porque no podían parecerse en nada a los cultos paganos y así no fueran confundidos.
Más adelante, siglos VIII-IX, en Oriente surge la problemática de los “iconoclastas”, los cuales lucharon violentamente contra las imágenes. Ante esta situación, se convocaron dos concilios (2º Nicea (787) y el 4º de Constantinopla (869) para encontrar una solución. Se motivó y defendió la legitimidad de las imágenes en el culto cristiano. Y en el siglo XVI los reformadores también se mostraron opuestos a las imágenes.
Concluyo con esta afirmación del P. Aldazábal: «La Iglesia ha hecho, ya desde la época de las catacumbas, una clara opción a favor de la imagen sagrada, reconociendo su valor pedagógico y comunicativo para la fe y la celebración. Una imagen sagrada de algún modo se convierte en mediadora de la cercanía de Cristo o de los Santos, y a la vez en cause de la respuesta de veneración y de fe de los cristianos. Evitando el peligro de la absolutización, que también ahora puede darse, y la desproporción en número y centralidad, que podría llevar a deseducar la fe de los cristianos».[1] ADH 836.
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