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    lunes, 2 de septiembre de 2019

    Meditar la Palabra

    Valor del Mes | P. Juan Tomás García, msc


    Meditar la Palabra




    Acostumbramos promover la lectura y el estudio de la Biblia en septiembre, de manera especial, durante este mes, difundimos y valoramos la palabra de Dios meditándola en todo tiempo y en cualquier lugar. Una de las mejores maneras de valorar la palabra es meditándola para sacarle el adecuado provecho en nuestra práctica de fe. Meditando la Palabra, tenemos el tiempo necesario para hacerle algunas preguntas en torno a nuestra realidad y a la acción de Dios en ella. De lo contrario, la palabra puede entrar por un oído, salir por el otro y perderse en el ambiente, sin apurar ningún cambio, ningún giro en nuestro comportamiento de cara a los demás ni frente a Dios.




    Meditar la Palabra


    El valor de la meditación está en la búsqueda del sentido del texto de la palabra de Dios que leemos o escuchamos. La Palabra de Dios nos habla, nos sensibiliza, nos hace accionar hacia lo que proclama. Nace de la palabra de Dios, la misión, el compromiso personal y comunitario y la alabanza agradecida a Dios por permanecer firme en el acompañamiento de su necesitado pueblo. Para aprovechar la Palabra de Dios es necesaria la meditación. La meditación nos llevará a la oración confiada y fundamentada en la vida real. Así la Palabra de Dios iluminará la realidad con propuestas claras y necesarias para su transformación y animación.


    La meditación es una forma de oración bien cuidada por Jesús quien se comunica con su Padre en el silencio y la soledad. Jesús solía retirarse de noche para meditar y orar. Tanto en momentos de “éxito” como en tiempo de “fracaso”. Jesús busca y se mantiene fiel a su padre practicando la meditación, buscándole sentido a la realidad en la oración. Algunos teólogos piensan que uno de los rasgos más positivos en el cristianismo contemporáneo es ver cómo se va despertando la necesidad de cuidar más la comunicación con Dios, el silencio y la meditación. Los cristianos más lúcidos y responsables quieren arrastrar a la Iglesia de hoy a vivir de manera más contemplativa.


    El encuentro personal


    Otros piensan que esta reflexión se hace urgente porque los cristianos, por lo general, ya no sabemos estar a solas con el Padre. Los teólogos, predicadores y catequistas hablamos mucho de Dios, pero hablamos poco con él. La costumbre de Jesús se olvidó hace mucho tiempo. En las parroquias se hacen muchas reuniones de trabajo, pero no sabemos retirarnos para descansar en la presencia de Dios y llenarnos de su paz, fortaleza y consuelo. Muchos grupos cristianos se reúnen en grupos de oración, pero esta oración, por lo general se expresa a grandes voces que no dejan espacio a la voz de Dios, es una catarsis humana que, en las mayorías de los casos, no pasa del momento no enriquece la esperanza pues recurre al monólogo autorreferente e intimista.


    En medio del activismo, en el que no se dejó atrapar Jesús, pues supo encontrar tiempo para reposarse en la oración y la meditación silenciosa, se nos invita a volver a él para descansar y encontrar alivio y consuelo. Toda persona tiene que contar con el cansancio y la fatiga si se afana por descubrir y vivir la voluntad de Dios con entrega y responsabilidad. Cuando las fuerzas se desgastan y el agobio se apodera de nosotros, quedan atrás la euforia y la vitalidad de otros tiempos, entonces comenzamos a sentir la falta de aliento, la impotencia, el hastío y el desánimo.


    Para combatir el cansancio, la fatiga y el desánimo tenemos que comenzar aceptando con paciencia este cuadro humano como «compañero de camino». Pero, al mismo tiempo, hay que recordar que la meditación de la Palabra de Dios, el retirarnos en soledad y el silencio pueden sanar de nuevo nuestras raíces y ayudarnos a recobrar las fuerzas para continuar el camino. La meditación de la Palabra, la oración callada, humilde y confiada puede devolvernos el aliento y la vida en las horas bajas del cansancio y el agobio. Es la meditación de la Palabra de Dios la que nos facilita enraizarnos de nuevo en lo esencial nuestra vida.


    Lema: Dichoso quien medita la Palabra de día y de noche
    Salmo, 1,2. Meditarás la Palabra día y noche” Josué 1, 8.


    La Palabra ilumina la realidad


    La meditación es: silencio, reverente escucha y obediente recepción de la Palabra de Dios, en vista a conformar según ella toda la vida; ser y estar con Dios: “permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí solo, si no está unido a la vid, así sucede con ustedes” (Jn 15,4); acercarse a aquel misterio de la unión con Dios, que los Padres Griegos llamaron divinización del hombre: “Dios se ha hecho hombre para que el hombre sea Dios” (San Atanasio). Pensar sobre alguna verdad de fe, para creer con mayor convicción, amarla como un valor concreto que me atrae, practicarla con la ayuda del Espíritu Santo. Se trata de un conocer amorosamente. Implica reflexionar, amar, y tener objetivos prácticos. La meditación no es huida irresponsable de los problemas, la meditación auténtica nos envía constantemente al amor del prójimo, a la acción y al compromiso y entrega por el reino.


    La meditación de la Palabra de Dios, a través de la confianza, nos lleva a nuestro interior, donde nos encontraremos con el mismo Dios, centro de nuestro ser. Así podremos apostarlo todo por el reino que Dios nos ha revelado en Jesucristo, vender todo lo demás para aceptar la propuesta y el mensaje de la Buena Noticia que él nos trae. Necesitamos redescubrir el valor de la meditación y el silencio frente a la Palabra de Dios, la cual crea en nosotros un ambiente favorable para la reflexión, para la contemplación, para la escucha sabia de Dios y de los otros, para el discernimiento y la misión. En la tradición cristiana, la meditación se ve sobre todo como una reflexión sobre Dios a partir de las Escrituras. “María guardaba todo esto en su corazón, y meditaba acerca de ello” (Lc 2:19).


    Cómo acoger la Palabra


    Al situarnos frente a un texto de la Palabra de Dios preguntémonos: 1) ¿Qué dice el texto? Sin agregar nada, las palabras y frases como están escritas; 2) ¿Qué nos dice el texto? ¿cuál es el mensaje que deja el texto a la comunidad en la realidad que vivimos?; y 3) hagamos un momento de oración a partir de los elementos que han brotado en la meditación de la Palabra de Dios: Acción de gracia serena, alabanza frente a las maravillas de Dios y súplicas o peticiones desde nuestra realidad. ADH 837.



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