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    jueves, 26 de marzo de 2020

    Dar con alegría, pedir con consideración

    Para Vivir Mejor | Dra. Miguelina Justo 


    Dar con alegría, pedir con consideración
    La fábula es un género literario antiguo, caracterizado por la brevedad, la presencia de personajes animados e inanimados y, sobre todo, por la intención de dejar una moraleja.  Esta enseñanza bien podría estar explícita en el relato, pero no siempre. En ocasiones, será tarea del lector descubrirla, tal es el caso del “El árbol generoso”. Esta fábula, escrita e ilustrada por Shel Silverstein, fue publicada en la década de los sesenta con gran éxito.  En ella intervienen solo un niño y un árbol, se describe su relación a lo largo del tiempo.
    Silverstein, establece en las primeras páginas del libro, que el árbol amaba al niño y que este jugaba feliz bajo su sombra.  El pequeño hacía una corona con las hojas, trepaba en su tronco.  Disfrutaba del dulce sabor de sus manzanas, y se mecía alegre en sus ramas.  El niño recibía lo que el árbol le daba con gran alegría, el árbol lo ofrecía con igual emoción.  
    Al transcurrir los años, el árbol empezó a permanecer mucho tiempo solo.   El pequeño había crecido y era ya muy grande para jugar en sus ramas. Solo quería dinero, eso quería.  El árbol le dio lo que tenía: sus manzanas.  Podría conseguir dinero al venderlas. El árbol confiaba que esto lo hiciera feliz.  El tiempo seguía pasando.  En soledad el árbol permanecía hasta que el niño-grande necesitaba algo más.  El árbol fue entregando todo lo que tenía, confiando que esto ayudaría a su antiguo compañero de juegos a encontrar la felicidad.  Le dio sus ramas para construir una casa, su tronco se convirtió en un bote para navegar lejos… El árbol no era realmente feliz.
    El tiempo siguió pasando, el niño se había convertido en un anciano. El árbol, apenado, le ofreció lo que quedaba de él, un viejo muñón donde su amigo podía descansar. Era todo lo que el niño-anciano quería. El autor termina el libro afirmando que entonces el árbol fue feliz. 
    Este libro ha despertado polémicos debates, tal como plantea Hines (2019). Este autor destaca la ambigüedad del relato , la riqueza interpretativa que encierra, la cual permite a algunos asegurar que es una oda a la generosidad y, a otros, que un relato plagado de insano egoísmo (Margalit, 2014).  Quizá esta última posición sea la más rica para el análisis. 
    Al examinar esta fábula se puede comprender la importancia de tener claro cuándo dar, cómo pedir y también cómo recibir.  El niño y el árbol fueron felices, sin duda, y lo fueron solo cuando entre ambos se pudo mantener un equilibrio respetuoso entre el dar, el pedir y el recibir.  El niño recibía aquello que el árbol daba de manera natural y espontánea.  El niño no pedía, se limitaba a recibir.  La relación se afectó cuando el niño, habiendo crecido ya, empezó a pedir aquello que entendía necesitaba: dinero, una casa, un bote....  El árbol, entregando aquello que le hacía árbol:  sus frutos, sus ramas, su tronco, erróneamente llegó a pensar que con esto su antiguo compañero encontraría la felicidad.  
    El niño pedía y el árbol daba, hasta que en este dar se deshizo. Al contrario de lo que sucedía al inicio de la relación, el niño grande parecía no saciarse, quería más.  Pedía, pero nada de lo que había recibía le satisfacía.  Era incapaz de reconocer que ya había recibido lo necesario para construir su propia felicidad.  Pedía sin siquiera darse cuenta de que destruía al ser que había antes amado. Curiosamente, en la edición en inglés el autor se refiere al árbol en femenino.  La figura del “dador” es mujer y quien “toma” es hombre.  En la edición en español ambos, tanto el niño como el árbol son descritos usando el género masculino.  Esto pequeño detalle tiene grandes implicaciones, ya que existen culturas donde la mujer es socializada para el dar, más aún en su rol de madre, y el hombre para recibir, como si fuera un hijo eterno.
    ¿Cuántas relaciones han terminado deshaciendo a los involucrados?  Madres, esposas, hijos, padres, trabajadores terminan enfermos, incapaces de dar porque antes lo dieron todo. Lo penoso es que ni siquiera reciben la satisfacción de haber complacido.  ¡Nunca es suficiente!  El que recibe sin medida, pide sin medida, exige sin límite, aunque lo haga sutilmente. 
    ¿Qué ha hecho del “dar” una compulsión? ¿Acaso la inseguridad, la necesidad de ser necesitados? Por otro lado, tristemente, el miedo a ser deshecho en la entrega ha convertido al egoísmo en una virtud: “piensa en ti, y en nadie más”, “exige, es tu derecho”.  El árbol vive para sí, sus sombras no cobijan ni sus frutos alimentan.  No conoce la felicidad de la entrega.
    El peligro no está en el dar, más bien en lo tener claro qué dar y cuándo hacerlo.  Entregar esto que se es, se convierte en fuente de gozo y crecimiento mutuo. El creerse responsable de la alegría de los otros, eximiéndose de su propia responsabilidad solo destruye tanto al dador, como a quien recibe. 
    Fomentemos el sano equilibrio en el dar y el recibir. Trabajemos para construir y mantener relaciones basadas en la reciprocidad y la gratuidad, así los niños seguirán jugando alegres a la sombra de un árbol frondoso y feliz.  

    Referencias
    Hines, M. (2019). Drawing the Line: The Giving Tree's "Adult" Lessons. Children's Literature 47, 120-148. doi:10.1353/chl.2019.0007
    Margalit, R. (Noviembre 5, 2014). “The Giving Tree” at Fifty: Sadder Than I Remembered.  The New Yorker.  Recuperado de https://www.newyorker.com/books/page-turner/giving-tree-50-sadder-remembered
    Silverstein, S.  (1964).  The giving tree. Estados Unidos: Harper Collins Publishers
    Silverstein, S.  (1988).  El árbol generoso (C. Pardo, Traducción). Caracas:  Litexsa Venezolana (Trabajo original publicado en el 1964)

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