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    lunes, 23 de marzo de 2020

    Eucaristía virtual por coronavirus

    Nihil Obstat / Martín Gelabert Ballester, op


    Eucaristía virtual por coronavirus
    La próxima semana santa será extraña. Muchos ciudadanos notarán a faltar las típicas procesiones que, además de ser un evento religioso, se han convertido en eventos culturales, que atraen turismo. Lo más importante: muchos católicos lamentarán no poder acudir presencialmente a los Oficios del jueves y viernes santo, y a la vigilia pascual. Las procesiones no, pero los oficios sí que podrán seguirse y verse por televisión o por redes sociales. Pero no es lo mismo, porque un elemento fundamental de las celebraciones es la comunidad. La Eucaristía requiere presencia de pueblo, porque es celebración de la Iglesia que hace Iglesia.
    También es verdad que es posible estar unidos sin estar juntos. Y estas celebraciones virtuales pueden servir para sentirnos unidos sin estar juntos en un mismo lugar. El tiempo de confinamiento que vivimos pone en valor la comunión de los santos, más allá de la presencia física. De hecho, las generaciones jóvenes viven lo virtual como real, la no presencia física no hace que la relación y comunicación entre ellos sea menos real.
    Lo que va a ocurrir en semana santa y lo que está ocurriendo ya estos días, con bastantes sacerdotes retransmitiendo la Eucaristía por internet, va a provocar, cuando acabe esta crisis, algún que otro estudio y discusión sobre “lo presencial” y “lo real” en las celebraciones, no sólo a propósito de la Eucaristía, sino también a propósito de la confesión. Se han dado ya intentos, tanteos, permisos y rectificaciones a propósito de si es o no legítima y válida la confesión por teléfono o por videoconferencia.
    Como se suele decir “más vale eso que nada”. Pero, sobre todo, en buena teología y doctrina eclesial hay que recordar un gran principio de Tomás de Aquino: “Dios no ha ligado su poder a los sacramentos, hasta el extremo de no poder conferir sin ellos el efecto sacramental”. Inspirado en tal doctrina, el Catecismo de la Iglesia Católica ha hecho esta aplicación al sacramento de la reconciliación: la llamada contrición perfecta (o sea, el arrepentimiento sincero) obtiene el perdón de los pecados mortales, si comprende la firme resolución de recurrir tan pronto como sea posible a la confesión sacramental.

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