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    martes, 24 de marzo de 2020

    Le despojaron de sus vestiduras

    Para Vivir Mejor | Miguelina Justo


    Le despojaron de sus vestiduras

    De acuerdo a la investigación realizada por Cook (2014), los antiguos romanos imponían la crucifixión a criminales y a esclavos. La víctima podía ser torturada previamente, aunque no siempre. Con frecuencia, el convicto debía caminar encadenado, cargando la parte horizontal de lo que sería la cruz. La parte vertical estaría ya colocada en el lugar final de la ejecución, el cual se encontraba muchas veces fuera de la ciudad. El reo podía ser despojado de sus vestidos, pero no estaría siempre desnudo. La ropa o los clavos, quizás ambos, podían ser usados para fijar al leño su cuerpo, el cual podía ser colocado incluso boca abajo. El magistrado leería el cargo escrito en la placa colgada del cuello del preso. Luego, la placa sería colocada en la cruz. Los cuerpos podían ser enterrados o bien dejados en la cruz hasta su putrefacción (Harley, 2019). 

    Resulta fácil reconocer en esta información de carácter histórico, elementos que los evangelistas incluyen en sus relatos sobre la pasión y muerte de Jesús. Él fue crucificado como un criminal, entre criminales; fue torturado. Debió cargar con el patíbulo hasta las afueras de la ciudad. Su cuerpo desnudo fue clavado en el madero. La placa que fue colgada sobre su cabeza reveló su delito: “El rey de los judíos”.  Su cuerpo fue bajado de cruz y enterrado. Esta información permite recorrer la parte final de la vida del Jesús hombre. Sin embargo, otros detalles iluminadores podrían quedar enterrados en la banalización del relato. La lectura reposada de los relatos bíblicos y la actitud abierta podrían revelarlos, permitiendo así que su pasión sea redención para los otros que sufren, como el caso de las víctimas de abuso sexual, que llevan en su cuerpo los estigmas del crucificado.

    La revisión de los relatos de Mateo y Marcos permiten afirmar que después de que Jesús fuera enjuiciado, los soldados del gobernador le llevaron al palacio y reunieron a toda la cohorte a su alrededor. Le desnudaron, por primera vez. Después de burlarse de él y golpearle, le desnudaron por segunda vez, al despojarle del manto rojo que habían utilizado para “vestirlo” como rey. Después le pusieron su propia ropa, para llevarle a crucificar. Llegado el momento, le desnudaron por tercera vez, y así lo clavaron en el madero, desnudo (Mt 27, 27-35; Mc 15, 16-20). 

    Tombs (1999) afirma que la escena descrita por Mateo y por Marcos expone el contraste de la vulnerabilidad de un prisionero desnudo y el poder del grupo de soldados que lo rodea. Queda claro el elemento de dominación ejercida sobre el cuerpo de Jesús, la desnudez forzada, y sobre su emocionalidad, la ridiculización, todo lo cual podría ser catalogado como humillación sexual. 

    Mateo y Marcos afirman que toda la cohorte fue reunida en torno a Jesús. De acuerdo a Luttwark (2016), una cohorte del ejército romano estaba compuesta por unos 480 soldados, aproximadamente (Mt 27, 27; Mc 15, 16). Jesús es rodeado por hombres armados, quienes le desnudan, le golpean y le ridiculizan.  McCauley (2017) sostiene que cuando el maltrato es realizado frente otros, el impacto de la experiencia puede ser intensificado. Jesús ya abatido es vejado públicamente.

    En general, se reconoce que el desnudar públicamente a alguien, se le intenta despojar, en una metáfora siniestra, de su dignidad y de su posición en la sociedad, sin embargo, para Figueroa y Tombs (2019) esta práctica era utilizada por los romanos como una forma de humillación sexual. 

    Excepto por contadas excepciones, la iconografía religiosa disponible sobre crucifixión, presenta a Jesús cubierto con un pequeño lienzo blanco, hecho que pudiera dificultar el incluir la vejación sexual como parte de su martirio. A esto se le agrega el que, tal como afirma Sivakumaran (2007), aún en la actualidad el abuso infringido a hombres no es siempre visto como violencia sexual, quedando oculto bajo el término “tortura”. Podría afirmarse que, en general, la dimensión sexual de la violencia es identificada y reconocida con mayor facilidad cuando las víctimas son mujeres, no hombres. 

    Tal como plantearon Figueroa y Tombs en 2019, el reconocer a Jesús como víctima de maltrato sexual podría tener repercusiones importantes en la visión y en el abordaje de las víctimas de hoy día. Se podría reconocer en su cuerpo ultrajado, el de millones de víctimas de humillación y abuso sexual en el mundo: niños, adolescentes, mujeres, hombres, todos crucificados con él. ¿Quién sanará sus heridas, especialmente esas que fueron clavadas por el silencio, la indiferencia o la impotencia? 

    La exposición del involucramiento de miembros del clero en actos de abuso de carácter sexual y las prácticas de encubrimiento que sacudieron a la Iglesia Católica a principios de este siglo constituyen la ocasión perfecta para reconocer la perniciosa presencia de este fenómeno en las instituciones llamadas a proteger: la familia, la iglesia, la escuela, y a proveer: los lugares de trabajo. La Sociedad Internacional de Estudios del Estrés Traumático, en 2018, aprovechó la ocasión para llamar la atención sobre la alta prevalencia de distintas formas de victimización sexual a lo largo de la vida y sus devastadores efectos.  Los sobrevivientes podrían experimentar desórdenes mentales como la depresión, la ansiedad, el uso problemático de sustancias. A esto se le suman trastornos alimenticios, conductas suicidas y la práctica de conductas sexuales de riesgo.  

    Como sociedad tenemos el reto de crear las condiciones para derribar las barreras que previenen que las personas victimizadas de exponer el abuso y de buscar ayuda.  Penosamente, el miedo a que no se les crea, a que en cambio se les señale y se les excluya, hace que el silencio opresor se mantenga y con él la pesadumbre y el desconsuelo.

    Ojalá podamos ser capaces de reconocer el abuso, ojalá seamos valientes para verlo a la cara. Le debemos eso al Jesús que sufre y que aguarda junto a nosotros el domingo donde la vida tendrá la última palabra. El cuerpo volverá a ser templo, lugar sagrado, espacio para el encuentro alegre. ADH 823

    __________
    Referencias
    Figueroa Alvear, R., & Tombs, D. (2019). Recognising Jesus as a Victim of Sexual Abuse: Responses from Sodalicio Survivors in Peru (‘When Did We See You Naked?’ No. 3). (D. Tombs, Ed.). Centre for Theology and Public Issues, University of Otago. Recuperado de https://jliflc.com/wp-content/uploads/2019/06/Figueroa-and-Tombs-2019-Recognising-Jesus-as-a-Victim-of-Sexual-Abuse.pdf
    Harley, F. (2019). Crucifixion in Roman Antiquity: The State of the Field. Journal of Early Christian Studies 27(2), 303-323. doi:10.1353/earl.2019.0022.  Recuperado de https://www.academia.edu/39715826/Crucifixion_in_Roman_Antiquity_The_State_of_the_Field
    International Society for Traumatic Stress Studies, Sexual Violence Briefing Paper Work Group. (2018). Sexual assault, sexual abuse, and harassment: Understanding the mental health impact and providing care for survivors. Retrieved from www.istss.org/sexual-assault
    Luttwark, E. (2016) The Grand Strategy of the Roman Empire: From the First Century CE to the Third. Baltimore:  John Hopkins University Press.  Recuperado de:  https://books.google.com.do/books?id=A3z_CwAAQBAJ&pg=PA1&source=gbs_toc_r&cad=4#v=onepage&q&f=false
    McCauley, C. 2017. Toward a psychology of humiliation in asymmetric conflict. American Psychologist, Vol 72.3: 255-265.  Recuperado de https://repository.brynmawr.edu/cgi/viewcontent.cgi?article=1060&context=psych_pubs
    Sandesh Sivakumaran, Sexual Violence Against Men in Armed Conflict, European Journal of International Law, Volume 18, Issue 2, April 2007, Pages 253–276, https://doi.org/10.1093/ejil/chm013Recuperado de https://academic.oup.com/ejil/article/18/2/253/361968
    Tombs, D. (1999).  ‘Crucifixion, State Terror, and Sexual Abuse’, Union Seminary Quarterly Review 53. Recuperado de https://ourarchive.otago.ac.nz/handle/10523/6067



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