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    domingo, 5 de abril de 2020

    La aspiración cristiana de ser como Jesús

    Espiritualidad del Corazón | P. Miguel José Vásquez, msc


    La aspiración cristiana de ser como Jesús
    “Haz nuestro corazón semejante al tuyo”, suplicamos confiados al rezar las Letanías al Sagrado Corazón de Jesús. Es una súplica que encierra una aspiración muy profunda de la fe cristiana y que se anuncia temprano al ser bautizados: configurados con Cristo, toda nuestra vida será un camino de conversión hacia esa realidad transformadora. La autenticidad de la vida cristiana pasa por el seguimiento de Jesús (Jn 1, 35-51), la escuela del discipulado en la que asumimos su persona y su proyecto, testimoniamos su amor y nos comprometemos por un mundo de paz, de justicia y fraternidad.
    La manera de ser y actuar de Jesús, su mansedumbre y humildad (Mt 11, 29) las declaramos en la misma súplica. Nosotros también queremos ser mansos y humildes de corazón y, por tanto, necesitamos que Él haga nuestro corazón semejante al suyo. Esta sublime aspiración de la fe cristiana es otro modo de acentuar la encarnación del Hijo, así como la conciencia de nuestra propia encarnación en su proyecto y su misión en este mundo (Lc 9, 10-11).
    ¿Por qué insistir toda la vida a Jesús que nos haga según su corazón? ¿No son suficientes la pertenencia a la Iglesia y las prácticas religiosas que realizamos? Parece que no. O mejor dicho, la vida cristiana está siempre en camino de conversión, pues debe ser transformada y modelada según su Maestro. Somos seguidores de Jesús y damos testimonio de su amor, fuerza transformadora para nosotros y para el mundo.
    Aprender a ser mansos y humildes de corazón nos previene contra una fe individualista, indiferente a la realidad del mundo y sus problemas; pero también de una fe cristiana alimentada solo de una doctrina moral y una práctica litúrgica que se repite año tras año. Como Jesús vivió para los demás, su actividad siempre despertaba la esperanza, el consuelo, la salud, así “pasó sanando y haciendo el bien”. En la cuaresma de 2015 el papa Francisco nos advertía que “También como individuos tenemos la tentación de la indiferencia. Estamos saturados de noticias e imágenes tremendas que nos narran el sufrimiento humano y, al mismo tiempo, sentimos toda nuestra incapacidad para intervenir”.
    Seamos según su corazón
    La mansedumbre y la humildad no significan debilidad. Solo Jesús y Moisés fueron llamados mansos y fueron hombres de fuerte convicción en sus vidas y sus proyectos. Pidiendo que nuestro corazón sea semejante al suyo reconocemos la necesidad de ser cristianos convencidos, valientes en el cuidado y la defensa de la vida, sin caer en la trampa de una fe que no se deja tocar por las realidades del mundo (Lc 9, 12-13).
    Como afirma Francisco: “Tener un corazón misericordioso no significa tener un corazón débil. Quien desea ser misericordioso necesita un corazón fuerte, firme, cerrado al tentador, pero abierto a Dios. Un corazón que se deje impregnar por el Espíritu y guiar por los caminos del amor que nos llevan a los hermanos y hermanas. En definitiva, un corazón pobre, que conoce sus propias pobrezas y lo da todo por el otro”.
    Es posible que muchos deseemos tener los mismos sentimientos del corazón de Jesús, pero sin tomar en cuenta otros rasgos de nuestra personalidad, como la voluntad, las emociones y sensaciones que constituyen también rasgos de nuestro de ser. Del mismo modo podemos confundir la compasión con sentir “lástima” por los demás.

    La oración de Jesús impulsa la acción concreta, su sensibilidad compasiva refleja el cuidado del Padre por los enfermos y empobrecidos (Jn 10, 51), por los excluidos y marginados sociales. Lo que mueve a Jesús sería su corazón en sentido más amplio, como apertura a la vida, a la Creación, a las relaciones humanas y sociales necesitadas de reconciliación para que haya vida en abundancia.
    Para ser según su corazón le pedimos a Jesús por una fe activa, no pasiva; por una misericordiosa actitud de escucha y acompañamiento, que nos hace ser comunidades cristianas abiertas a las necesidades de personas y colectivos, sin quedarnos al margen de ellas, con la certeza de que allí nos habla Dios.
    Una imagen de amor
    El lenguaje y las imágenes que usamos para expresar esa realidad de amor no son suficientes si no están acompañadas de gestos y acciones concretas que manifiesten la realidad del amor que comunicamos. Así como Jesús expresó el amor compasivo del Padre en su manera de acercarse y tocar, acoger y escuchar, sanar y perdonar, la espiritualidad del Corazón tiene que manifestar en su práctica lo que afirma con palabras y con imágenes.
    A menudo nos quejamos y preocupamos porque la gente “no entiende”, “no tiene interés” o “no responde al llamado del Señor”. ¿No deberíamos revisar si es que no “hablamos claro” el lenguaje de la fe para la gente de hoy? ¿Habrá otras razones por las cuales no muestran interés? ¿Hay poca convicción en nosotros para que nuestro testimonio los haga reaccionar, los entusiasme en este proyecto cristiano?
    Si miramos al interior de la Iglesia hemos de reconocer muchas resistencias para abandonar antiguas ideas y prácticas que, a fuerza de la costumbre o de la ignorancia, entendemos como verdades inamovibles. El mismo Jesús en su tiempo devolvió la originalidad del mensaje del amor de Dios sin excepciones (Lc 19, 1-10) y de paso, superó una religión anquilosada, que había acallado su grito profético: misericordia quiero y no sacrificios.
    Pedimos a Jesús, rostro misericordioso del Padre (Jn 14, 7), que haga nuestro corazón semejante al suyo porque honestamente lo necesitamos (Jn 15, 4). Para que la súplica sea coherente con nuestro estilo de vida, reconocemos nuestra fragilidad y la distancia que puede haber entre la vida y el Evangelio. Distancia a veces escandalosa y que puede conducirnos al desánimo o la desesperanza. Caminar con Jesús, para no instalarnos en una religión cómoda que no sana las heridas ni se abre al llamado del Dios que nos ha amado según su corazón. ADH 843

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