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    miércoles, 1 de julio de 2020

    Y el mundo se detuvo

    Vocacionales | P. Osiris Núñez, msc  

     


    el mundo se detuvo 

     

    El pasado viernes 27 de marzo, el Papa Francisco impartió la bendición Urbi et Orbi a todo el mundo. Un momento solemne de oración, acompañada de una reflexión del Papa, titulada “Al atardecer”. El Sumo Pontífice, partiendo del texto de Mc 4,35-41, nos hablaba de la situación actual que estamos viviendo ante la pandemia del Covid-19. Esta pandemia ha tenido la capacidad de detener prácticamente el mundo entero. Países en cuarentenas, el mercado se mantiene funcionando solo en lo esencial. Dos muestras de este alcance: a nivel económico, la caída de los precios del petróleo; a nivel ambiental y muy positivo, el despeje de la contaminación en ciudades donde ni el sol se podía ver.

     

    Esta situación nos ha sorprendido como una tormenta inesperada, ante la cual el ser humano ha visto sobrepasado sus conocimientos médicos, científicos y tecnológicos. No ha valido que unos países sean ricos y otros pobres. Al final, nos hemos dado cuenta de que “estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados”. Esta crisis de salud nos ha mostrado la fragilidad humana en su sentido más profundo, dejando bien claro que es lo importante en la vida del ser humano, que es lo importante en el desarrollo de las naciones, pues no son los números abultados en las estadísticas económicas y desarrollo.

     

    Y quizás esta realidad que estamos viviendo, nos ha llevado a lamentar el no haber escuchado la voz de Dios en los signos de los tiempos, ante tantas situaciones propiciadas por el mismo ser humano: guerras, injusticias, desigualdades sociales, el grito de los pobres, un planeta enfermo por la actividad industrial, etc. Como nos dice el Papa, “pensábamos mantenernos sanos en un mundo enfermo”. Entonces nos damos cuenta que no íbamos por el camino correcto, que la vida del ser humano, que ha sido valorada por la productividad económica, tiene un valor mayor al que es capaz de producir en el mercado. La cuarentena global nos ha servido para repensarnos como hijos de Dios, buscar el sentido pleno de nuestra existencia y dar valor a lo que realmente es valioso: la vida, la persona, la comunidad.

     

    De esta manera, ahora que el Covid-19 nos afecta, vemos el valor que tiene la vida humana, y lo necesario que somos los unos y los otros para poder sobrevivir. Desde el médico especialista consagrado en la sala de cuidados intensivos, hasta que el limpia en los hospitales; desde el gobierno que toma medidas, hasta el policía que cada noche sale a velar por la seguridad de todos. Y nos mostramos apoyo unos a los otros, siendo solidarios con los que están mas solos, con los que menos tienen, con los que lo están dando todo por salvarnos. Y vemos cuan grandioso es el ser humano, creado inferior a los ángeles, pero llenos de gloria y dignidad (Sal 8).

     

    También situaciones como estas, sacan lo peor del género humano y que deben avergonzarnos. Personas irresponsables y sin sentido común que no saben velar por el bien de todos; otros que piensan egoístamente: “sálvese quien pueda”, pensando que cada uno se puede salvar solo. Esta pandemia nos está enseñando lo que la Escatología cristiana, siempre nos ha dicho: “la salvación personal se alcanza en y con la comunidad”. O todos luchamos, o todos perecemos.

     

    En esta realidad, el Señor nos interpela, como nos dice el Papa, “en medio de la tormenta, nos invita a despertar y a activar esa solidaridad y esperanza, capaz de dar solidez, contención y sentido a estas horas donde todo parece naufragar”. Nos invita a luchar juntos, unidos para vencer esta pandemia, cada uno desde su propia cotidianidad, cumpliendo fielmente las prescripciones de cuidado personal y comunitario; siendo solidarios con los que están mas solos y son más vulnerables; teniendo presente a los que tienen menos posibilidades económicas para cumplir la cuarentena y, sobre todo, orando a Dios todopoderoso que nos acompaña siempre, y nos invita luchar por la vida humana, máxima expresión de su gloria. ADH 846

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