Y el mundo se detuvo
El pasado
viernes 27 de marzo, el Papa Francisco impartió la bendición Urbi et Orbi a
todo el mundo. Un momento solemne de oración, acompañada de una reflexión del
Papa, titulada “Al atardecer”. El Sumo PontÃfice, partiendo del texto de Mc
4,35-41, nos hablaba de la situación actual que estamos viviendo ante la
pandemia del Covid-19. Esta pandemia ha tenido la capacidad de detener
prácticamente el mundo entero. PaÃses en cuarentenas, el mercado se mantiene
funcionando solo en lo esencial. Dos muestras de este alcance: a nivel
económico, la caÃda de los precios del petróleo; a nivel ambiental y muy
positivo, el despeje de la contaminación en ciudades donde ni el sol se podÃa
ver.
Esta situación
nos ha sorprendido como una tormenta inesperada, ante la cual el ser humano ha
visto sobrepasado sus conocimientos médicos, cientÃficos y tecnológicos. No ha
valido que unos paÃses sean ricos y otros pobres. Al final, nos hemos dado
cuenta de que “estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados”.
Esta crisis de salud nos ha mostrado la fragilidad humana en su sentido más
profundo, dejando bien claro que es lo importante en la vida del ser humano,
que es lo importante en el desarrollo de las naciones, pues no son los números
abultados en las estadÃsticas económicas y desarrollo.
Y quizás esta
realidad que estamos viviendo, nos ha llevado a lamentar el no haber escuchado
la voz de Dios en los signos de los tiempos, ante tantas situaciones
propiciadas por el mismo ser humano: guerras, injusticias, desigualdades
sociales, el grito de los pobres, un planeta enfermo por la actividad
industrial, etc. Como nos dice el Papa, “pensábamos mantenernos sanos en un
mundo enfermo”. Entonces nos damos cuenta que no Ãbamos por el camino
correcto, que la vida del ser humano, que ha sido valorada por la productividad
económica, tiene un valor mayor al que es capaz de producir en el mercado. La
cuarentena global nos ha servido para repensarnos como hijos de Dios, buscar el
sentido pleno de nuestra existencia y dar valor a lo que realmente es valioso:
la vida, la persona, la comunidad.
De esta manera,
ahora que el Covid-19 nos afecta, vemos el valor que tiene la vida humana, y lo
necesario que somos los unos y los otros para poder sobrevivir. Desde el médico
especialista consagrado en la sala de cuidados intensivos, hasta que el limpia
en los hospitales; desde el gobierno que toma medidas, hasta el policÃa que
cada noche sale a velar por la seguridad de todos. Y nos mostramos apoyo unos a
los otros, siendo solidarios con los que están mas solos, con los que menos
tienen, con los que lo están dando todo por salvarnos. Y vemos cuan grandioso
es el ser humano, creado inferior a los ángeles, pero llenos de gloria y
dignidad (Sal 8).
También
situaciones como estas, sacan lo peor del género humano y que deben
avergonzarnos. Personas irresponsables y sin sentido común que no saben velar
por el bien de todos; otros que piensan egoÃstamente: “sálvese quien pueda”,
pensando que cada uno se puede salvar solo. Esta pandemia nos está enseñando lo
que la EscatologÃa cristiana, siempre nos ha dicho: “la salvación personal se
alcanza en y con la comunidad”. O todos luchamos, o todos perecemos.
En esta
realidad, el Señor nos interpela, como nos dice el Papa, “en medio de la
tormenta, nos invita a despertar y a activar esa solidaridad y esperanza, capaz
de dar solidez, contención y sentido a estas horas donde todo parece
naufragar”. Nos invita a luchar juntos, unidos para vencer esta pandemia, cada
uno desde su propia cotidianidad, cumpliendo fielmente las prescripciones de
cuidado personal y comunitario; siendo solidarios con los que están mas solos y
son más vulnerables; teniendo presente a los que tienen menos posibilidades
económicas para cumplir la cuarentena y, sobre todo, orando a Dios todopoderoso
que nos acompaña siempre, y nos invita luchar por la vida humana, máxima
expresión de su gloria. ADH 846
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