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    martes, 8 de septiembre de 2020

    Aprender con el Covid-19

    No es lo mismo ni es igual | Pablo Mella, sj / Instituto Superior Bonó

     


    Aprender con el Covid-19

    Comienza un año escolar junto con un nuevo gobierno. Pero es la pandemia de la COVID-19 lo que marca todo a escala mundial. Por eso, se impone que nos preguntemos sobre los desafíos que plantea la pandemia en el inicio del año escolar.

     

    La discusión ha girado básicamente en si se debe o no volver a las aulas. Los posicionamientos al respecto son encontrados, pero tienen un punto en común. Implícitamente se piensa que si no se pueden abrir las escuelas se pierde el año escolar y con ello la posibilidad de educar. Este planteamiento presupone que solo se puede educar si el estudiantado asiste presencialmente a los planteles. Pero, ¿hasta dónde es verdad esta presuposición?

     

    El 16 de agosto pasado el sacerdote historiador y educador Antonio Lluberes planteó en el periódico Camino algo fundamental para nuestra reflexión.  En esta peculiar coyuntura social, Lluberes nos invitaba a distinguir entre escuela y educación. Así de sencillo; pero también así de profundo. Leamos las palabras de Lluberes: «Me parece que lo primero a hacer es distinguir entre educación y escuela. Si entendemos por escuela la edificación física reconocemos que se hace complicada la solución. Pero si entendemos que el caso no es tanto la escuela como la educación se hace más manejable».

     

    A mi parecer, esta es la principal enseñanza que debemos de aprender en la presente coyuntura. La escuela no lo es todo en educación; la educación no se agota en la escuela. Incluso se podría decir que se aprende más fuera que dentro de la escuela. Lo que pasa es que no estamos acostumbrados a pensar así ni actuar en consecuencia. Entendemos que educarse es exactamente lo mismo que «ir a la escuela», cuando en realidad esto es solo una parte del proceso educativo de un ser humano. Ciertamente, ir a la escuela es importantísimo; pero no agota lo que podemos hacer para aprender.

     

    Una vez cambiemos la mentalidad y las prácticas que identifican de manera exclusiva escuela y educación se nos abrirán muchas posibilidades de acción educativa, planteándonos nuevas responsabilidades. La cosa no es sencilla ni sucederá de la noche a la mañana. Como un pequeño comienzo, propongo que reflexionemos en esta ocasión sobre lo que nos invita a aprender la COVID-19 en clave espiritual.

     

    La enfermedad como encuentro pedagógico con Dios

     

    Un dato exegético de los evangelios resulta llamativo. Según los biblistas, casi el 40% de las escenas en que Jesús actúa tiene que ver con situaciones de enfermedad. Desde una lectura creyente del texto bíblico, puede afirmarse que Dios se acerca de manera privilegiada a nosotros a través de la enfermedad. Por el contrario, nosotros vemos la enfermedad de manera exclusivamente negativa; de la enfermedad solo sale la muerte y la destrucción del propio ser. En tiempos de Jesús inclusive se pensaba que era un castigo de Dios por los pecados cometidos por la persona o por sus ancestros.

     

    Como los coterráneos de Jesús, tampoco nosotros reflexionamos espiritualmente sobre la enfermedad. Sencillamente, la percibimos como enemiga de nuestros proyectos y como mensajera de la muerte definitiva. Y es comprensible que reaccionemos así, pues la enfermedad nos limita, nos hiere, nos duele, nos mortifica. Sin embargo, una perspectiva de fe, fruto del encuentro con el Dios de la vida, nos cambia la perspectiva de análisis. Entonces, nace otra pregunta que apunta en una dirección distinta: ¿en qué sentido la enfermedad puede ser amiga de la vida?

     

    Las exigencias sanitarias que nos ha planteado la COVID-19 ayudan a responder esta pregunta. Para exponer la respuesta, hagamos otra pregunta a tono con el inicio del año escolar, pero que en el fondo se cuestiona por lo mismo: ¿qué nos está enseñando la COVID-19?

     

    Lo primero que nos está enseñando la COVID-19 es que toda sociedad propaga la enfermedad que de algún modo corresponde a sus incoherencias.  La COVID-19 se ha propagado por el mundo por la rapidez de los contactos que permiten los nuevos medios de transporte acelerados por la globalización de la economía. Si en la Antigüedad los virus se movían a caballo, hoy se transportan en aviones. Más rápido se ha transportado el miedo patológico que produce la pandemia gracias a la velocidad de las comunicaciones electrónicas y a la mala calidad de las informaciones que circulan sin control. Junto a la pandemia de la COVID existe una «infodemia» quizá más dañina que la misma pandemia. Una primera tarea que la educación de la COVID nos deja es aprender a relacionarnos libre y críticamente con las redes sociales que mezclan indiscriminadamente falsedades con verdades, llegando en ocasiones a desinformar más que a informar.

     

    En segundo lugar, esta enfermedad, propia de la sociedad global del siglo XXI, nos ha enseñado las consecuencias nefastas de un Estado debilitado por ponerse al servicio del gran capital o de la geopolítica. Muchas de las desgracias que se han ocasionado tienen que ver con la incapacidad de los sistemas de salud privatizados para responder a las necesidades de las personas. Igualmente, la presión de la economía ha acelerado el proceso de apertura de ciertos espacios públicos que debían permanecer cerrados. Ahora bien, las presiones al Estado no han sido solo de tipo económico. Los mismos intereses políticos han afectado ciertas decisiones, como la de autorizar campañas políticas con aglomeración de personas o acaparar la distribución de determinados implementos de salud.

     

    En tercer lugar, la COVID nos ha sensibilizado para defender un medio ambiente más sano. No todo alimento es sano. Además, lanza la pregunta por el modelo de ciudad que prevalece hoy día, la cual es fruto a su vez de una transformación de la economía que ha hecho prácticamente inviable la vida en el campo. Sin espacios amplios para caminar, al aire libre, los cuerpos humanos se ven expuestos a cargas virales y ansiedades que no tienen condiciones de enfrentar.

     

    En cuarto lugar, este maestro insigne que es la COVID-19 nos está alertando sobre el poder que tienen las multinacionales farmacéuticas. La especulación con la salud de las personas para ganar dinero muestra su rostro más cruel en momentos como este. En contrapartida, va quedando cada vez más claro la importancia que tienen los seguros de salud cooperativos para garantizar la sostenibilidad financiera de las investigaciones farmacológicas y para que en principio todo el mundo tenga acceso a sus descubrimientos.

     

    En quinto lugar, la COVID nos ha enseñado la grandeza que se oculta en la mayoría de las cosas pequeñas que sirven de base a la vida. Ahora se valora como nunca un abrazo, el encuentro sencillo entre amigos, el trabajo de quien recoge la basura, los riesgos que corren quienes distribuyen bienes a domicilio, el trabajo silencioso de enfermeras y enfermeros, la limpieza que garantizan quienes barren nuestras calles.

     

    Dios, amigo de la vida, se asoma a nuestras conciencias en este mundo amenazado por la enfermedad. Nos está enseñando que las cosas más importantes para la vida no brillan en las redes sociales; son las que tienen que ver con el trato cuidadoso de unos con otros. Educarse no es otra cosa que aprender lo fundamental para una vida verdaderamente humana y eso se puede lograr más allá de la escuela.


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