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    domingo, 27 de septiembre de 2020

    Maestros curiosos, niños y jóvenes curiosos

    Educación | Pedro María Orbezua, fsc

     


    ¡Que la Escuela vaya bien! Maestros curiosos, niños y jóvenes curiosos

     

    ¿Recuerdan la primera clave -tres proponía la CIEC- para la Escuela del siglo XXI?

     

    -                     Sí. ¡Que los niños y jóvenes encuentren “su pasión”!

    -                     OK. Ustedes están a lo que tienen que estar.

     

    Les comparto la segunda: “¡Fomentar la CURIOSIDAD!

    ¡La curiosidad! Sin embargo, reza el refrán: “La curiosidad mató al gato”. Y a Adán y Eva. En el mito del Paraíso terrenal el autor pone en boca de Dios una advertencia: Miren, mis hijos, pueden hincarles el diente a todas las frutas que ahí lucen deseables. Pero “ni se les ocurra comer del árbol del conocimiento del bien y del mal, porque el día que lo hagan” …

     

    -                     ¿Qué?

    -                     ¡Lo del gato!

     

    Pero la serpiente, inteligente animal que conocía el punto flaco de la parejita, le echó un pulso al comandante en jefe y lo derrotó: se les abrirán los ojos, y serán como dioses, conocedores del bien y del mal”. La tentación era una prueba insuperable, ¿no creen?

     

    -                     ¿Por qué?

     

    Porque el ser humano, por su condición, por su naturaleza, es “curioso”. (Dios fue ilógico. Exhortó al tándem: “¡dominen la tierra!”. ¿Y cómo hacerlo si no es por medio del conocimiento? ¿A qué viene, pues, la prohibición?)

    A todos y todas nos pica la curiosidad, y la curiosidad es el trampolín para alcanzar el conocimiento. Estamos ávidos de saber.  Y los niños más que nadie. Desde que nacen, aunque sea inconscientemente, se preguntan: “¿Quién soy?” “¿Dónde estoy?” “¿Y quién esa doña gorda?

     

    -                     Usted exagera.

    -                     En absoluto. Obsérvenlos.

     

    Boca y manos destripan todo lo que se ponga a su alcance “inquisitivo”. Tienen curiosidad por su corporalidad. Y curiosidad por lo que les rodea, y en cuanto aprenden a gatear, van de aquí para allá, a investigar el mundo que les circunda; y en cuanto caminan, ay, preparémonos, que se nos escapan a descubrir y explorar los sietes mares.

     

    La curiosidad les impulsa, les provoca como a auténticos filósofos -“amantes de la sabiduría”- a cuestionarse y cuestionar. Y, claro, nos cansan. Porque nos ametrallan a preguntas. Y porque, en verdad, a veces, muchas veces, no sabemos qué responder. Y nos defendemos: “Más sabe un burro preguntando que un sabio respondiendo”. Y ahí mismo matamos al filósofo y filósofa que todos los niños y niñas son.

     

    -                     ¿Por qué se murió la abuelita?, nos pregunta Emely, con apenas cinco años.

    -                      

    Y a la respuesta que demos -pongo la mano en el fuego- vendrán otras y otras y otras, todas encadenadas como un rosario de cerezas. Antes de que Emely termine de desmadejar el ovillo de su curiosidad, ya nos damos por vencidos.

     

    -                     Hala, mi hija, que tengo mucho que hacer.

     

    Y la dejamos con un palmo de narices, o sea, plantada, compuesta y sin novio.  Y la niña pensará: mi gozo en un pozo. Y, a marchas forzadas, con repetidas experiencias de “inento-fracaso”, asesinamos su curiosidad, su anhelo de saber, conocer…

     

    Maestros y Maestras, Padres y Madres de familia aprovechemos la curiosidad de “esos locos bajitos” -como canta Serrat- para alimentar su innato apetito por saber, por saber de todo y más.

     

    Hagamos una autoevaluación. Nosotros, dique Educadores, comprometidos para “ex ducere”, o sea, para hacer brotar, surgir, sacar afuera los dones que anidan escondidos en nuestros alumnos y alumnas… si nosotros no somos altamente curiosos, si nada o muy poooooco nos llama la atención -salvo las redes sociales y sus “chismes”-, si el asombro brilla por su ausencia pues estamos de vuelta de esto, eso, aquello y lo de más allá: ¡nada hay nuevo bajo el sol!…  si nuestras clases de hoy son como las de ayer y, probablemente, como las de mañana, curso escolar tras curso escolar… si con llenar registros e inventar “evidencias” nos damos por satisfechos y el ministerio también… si se nos murió la “curiosidad” de inanición, si el “asombro” escapó de nuestra alma en busca de más “atractivos” paisajes y con él se esfumaron “las preguntas de la vida”, las que son esenciales porque nos va en ellas -si sé o no responderlas acertada o más o menos satisfactoriamente- la muerte o la vida, como a Edipo con los acertijos que le propuso la Esfinge en la carretera que llevaba a la ciudad de Tebas… Las preguntas de la vida, tan difíciles, que más que problemas son un misterio, pues los problemas tienen respuestas, pero el misterio nunca. Y yo, ¿quién? Y el universo, ¿qué? Y Dios, ¿?

     

    Si nosotros, no… los alumnos, tampoco… ¿o sí a pesar de nosotros? Con tales premisas, la Escuela no irá bien. Archirrepetido: “No se puede dar lo que no se tiene”

     

    -                     A propósito de la “curiosidad”, ¿qué libro está leyendo, profe?

    -                     Eh… cómo… qué…  ¿eh?... Wow… uy…

    -                     ¡Lea, profe, lea!

     

    El desafío y la pregunta se exhiben sobre la mesa: ¿Cómo fomentar, avivar, alimentar, la curiosidad de los niños y los jóvenes? Lo primerito: ¡Siendo un Educador y una Educadora rebosantes de curiosidad, asombro y atención! Y después estrujándonos el magín, el ingenio, la imaginación, la mente, para desarrollar, acrecentar, mejorar, la curiosidad en el aula…

     

    -                     ¡En busca, pues, de la curiosidad perdida!  

    -                     Síiiiiiiiiiiiiii

     

    Al unísono con Albert Einstein nos juramentamos: “Soy apasionadamente curioso”. ADH 848

     

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