Educación | Pedro María Orbezua, fsc
¡Que la Escuela vaya bien! Maestros curiosos, niños y jóvenes curiosos
¿Recuerdan la primera clave -tres proponía la CIEC- para la Escuela del
siglo XXI?
-
Sí. ¡Que los niños y
jóvenes encuentren “su pasión”!
-
OK. Ustedes están a lo
que tienen que estar.
Les comparto la segunda: “¡Fomentar
la CURIOSIDAD!
¡La curiosidad! Sin embargo,
reza el refrán: “La curiosidad mató al gato”. Y a Adán y Eva. En el mito
del Paraíso terrenal el autor pone en boca de Dios una advertencia: Miren, mis
hijos, pueden hincarles el diente a todas las frutas que ahí lucen deseables.
Pero “ni se les ocurra comer del árbol del conocimiento del bien y del mal, porque el día que lo hagan” …
-
¿Qué?
-
¡Lo del gato!
Pero la serpiente, inteligente animal que conocía el punto flaco de la
parejita, le echó un pulso al comandante en jefe y lo derrotó: “… se
les abrirán los ojos, y serán como dioses, conocedores
del bien y del mal”. La tentación era una prueba insuperable, ¿no creen?
-
¿Por qué?
Porque el ser humano, por su condición, por su naturaleza, es “curioso”. (Dios
fue ilógico. Exhortó al tándem: “¡dominen la tierra!”. ¿Y cómo hacerlo si no es
por medio del conocimiento? ¿A qué viene, pues, la prohibición?)
A todos y todas nos pica la curiosidad,
y la curiosidad es el trampolín para alcanzar el conocimiento. Estamos
ávidos de saber. Y los niños más que
nadie. Desde que nacen, aunque sea inconscientemente, se preguntan: “¿Quién
soy?” “¿Dónde estoy?” “¿Y quién esa doña gorda?
-
Usted exagera.
-
En absoluto. Obsérvenlos.
Boca y manos destripan todo lo que se ponga a su alcance
“inquisitivo”. Tienen curiosidad por su corporalidad. Y curiosidad por lo que
les rodea, y en cuanto aprenden a gatear, van de aquí para allá, a investigar
el mundo que les circunda; y en cuanto caminan, ay, preparémonos, que se nos escapan
a descubrir y explorar los sietes mares.
La curiosidad les impulsa, les provoca como a auténticos filósofos -“amantes
de la sabiduría”- a cuestionarse y cuestionar. Y, claro, nos cansan. Porque nos
ametrallan a preguntas. Y porque, en verdad, a veces, muchas veces, no sabemos
qué responder. Y nos defendemos: “Más sabe un burro preguntando que un sabio
respondiendo”. Y ahí mismo matamos al filósofo y filósofa que todos los
niños y niñas son.
-
¿Por qué se murió la
abuelita?, nos pregunta Emely, con apenas cinco años.
-
Y a la respuesta que demos -pongo la mano en el fuego- vendrán otras y
otras y otras, todas encadenadas como un rosario de cerezas. Antes de que Emely
termine de desmadejar el ovillo de su curiosidad, ya nos damos por vencidos.
-
Hala, mi hija, que tengo
mucho que hacer.
Y la dejamos con un palmo de narices, o sea, plantada,
compuesta y sin novio. Y la niña
pensará: mi gozo en un pozo. Y, a marchas forzadas, con repetidas experiencias
de “inento-fracaso”, asesinamos su curiosidad, su anhelo de saber, conocer…
Maestros y Maestras, Padres y Madres de familia aprovechemos la curiosidad
de “esos locos bajitos” -como canta Serrat- para alimentar su innato apetito
por saber, por saber de todo y más.
Hagamos una autoevaluación. Nosotros, dique Educadores, comprometidos para
“ex ducere”, o sea, para hacer brotar, surgir, sacar afuera los dones que anidan
escondidos en nuestros alumnos y alumnas… si nosotros no somos altamente
curiosos, si nada o muy poooooco nos llama la atención -salvo las redes
sociales y sus “chismes”-, si el asombro brilla por su ausencia pues estamos de
vuelta de esto, eso, aquello y lo de más allá: ¡nada hay nuevo bajo el sol!… si nuestras clases de hoy son como las de ayer
y, probablemente, como las de mañana, curso escolar tras curso escolar… si con
llenar registros e inventar “evidencias” nos damos por satisfechos y el
ministerio también… si se nos murió la “curiosidad” de inanición, si el
“asombro” escapó de nuestra alma en busca de más “atractivos” paisajes y con él
se esfumaron “las preguntas de la vida”, las que son esenciales porque nos va
en ellas -si sé o no responderlas acertada o más o menos satisfactoriamente- la
muerte o la vida, como a Edipo con los acertijos que le propuso la Esfinge en
la carretera que llevaba a la ciudad de Tebas… Las preguntas de la vida, tan
difíciles, que más que problemas son un misterio, pues los problemas tienen
respuestas, pero el misterio nunca. Y yo, ¿quién? Y el universo, ¿qué? Y Dios,
¿?
Si nosotros, no… los alumnos, tampoco… ¿o sí a pesar de nosotros? Con tales
premisas, la Escuela no irá bien. Archirrepetido: “No se puede dar lo que no
se tiene”
-
A propósito de la
“curiosidad”, ¿qué libro está leyendo, profe?
-
Eh… cómo… qué… ¿eh?... Wow… uy…
-
¡Lea, profe, lea!
El desafío y la pregunta se exhiben sobre la mesa: ¿Cómo fomentar, avivar,
alimentar, la curiosidad de los niños y los jóvenes? Lo primerito: ¡Siendo un
Educador y una Educadora rebosantes de curiosidad, asombro y atención! Y
después estrujándonos el magín, el ingenio, la imaginación, la mente, para desarrollar,
acrecentar, mejorar, la curiosidad en el aula…
-
¡En busca, pues, de la
curiosidad perdida!
-
Síiiiiiiiiiiiiii
Al unísono con Albert Einstein nos juramentamos: “Soy apasionadamente
curioso”. ADH 848
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