Matrimonio y Familia | Noelito de León Mercedes, MSC
La educación sexual para nuestros hijos según la visión de
la Iglesia
Según el Vaticano II,
se presenta la necesidad de una educación positiva y prudente de la sexualidad,
que llegue a los niños y adolescentes. Es difícil entender la educación sexual
en medio de la banalización y el empobrecimiento de la misma. La educación sexual
debe estar dirigida en el marco de una educación para el amor, y la entrega
mutua, con el fin del autoconocimiento y el autodominio. La información sexual
debe llegar en el momento adecuado tomando en cuenta la edad de los niños.
La educación sexual
tiene que cultivar un sano pudor, esto ayudará a las personas a resguardar su
interioridad para evitar que sea convertida en un puro objeto.
Con mucha frecuencia la
educación sexual se inclina solamente a la invitación a cuidarse, gestionando
un sexo seguro. Esta expresión de cuidarse genera una actitud negativa, pone la
finalidad de la procreación como si hay que cuidarse de no tener hijos. Con
estas inclinaciones se promueve la agresividad narcisista. Es negativa toda
invitación que se haga a los adolescentes a que jueguen con su cuerpo como si
tuvieran la madurez y el compromiso mutuo del matrimonio.
Si los actos de la sexualidad son vividos de modo verdaderamente humano, responden a la sexualidad querida por Dios
El lenguaje del cuerpo
requiere una interpretación que permita educar nuestros deseos. Existen
diferencias entre comprender la edad del adolecente a prolongar la inmadurez de
su forma de amar. La educación sexual debe de incluir la valoración de las
diferencias, para que el otro tenga la capacidad de entregarse. Hay que ayudar
a aceptar el cuerpo tal como es, ha sido creado así. La valoración de la
feminidad y de la masculinidad es muy importante para el encuentro con el
diferente.
Dios mismo creó la sexualidad como
un regalo para sus creaturas. La educación sexual es el fruto del
discernimiento de los impulsos del corazón. La dimensión erótica del amor no se
puede entender como un mal, sino como un don de Dios que enriquece el encuentro
de los esposos.
Al plantear esta visión positiva de
la sexualidad, no está de más recordar que, dentro del ambiente matrimonial, la
sexualidad puede llegar a convertirse en sufrimiento y manipulación. Si los
actos de la sexualidad son vividos de modo verdaderamente humano, responden a
la sexualidad querida por Dios. No se puede vivir la sexualidad en la lógica
del dominio, en esta situación el dominador termina negando su propia dignidad.
El amor excluye todo género de
sumisión y dominio. Hay que rechazar toda forma de sometimiento sexual. No se
puede olvidar que el equilibrio humano es frágil, siempre queda algo que se
resiste hacer humanizado. Por tal razón, se tiene que vivir el matrimonio como
una pertenencia mutua, libremente elegida (cfr.
AL 150-286).
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