Con nombre de mujer | Isabel Gómez Acebo*
"El Dios cómplice de María e
Isabel"
Todo el relato de la visitación nos va a llevar de sorpresa
en sorpresa máxime si nos ponemos en la mentalidad de una sociedad rural
mediterránea del siglo I. Ya resulta extraño que lo primero que hace María,
tras el anuncio del ángel, sea ponerse en camino para visitar a su
prima Isabel. La distancia entre Nazaret y el terreno montañoso de Judea es
grande, pues se calcula que no hay menos de 3 o 4 días de marcha y eso
atravesando Samaria, una comarca que por las malas relaciones con los judíos,
se solía evitar. Pero, además, nos dice Lucas que la joven sale sola. Los
caminos no estaban desprovistos de bandoleros lo que la somete a la posibilidad
de unos evidentes peligros físicos. Pero incluso vencidos éstos, quedaba la
mala reputación que ese viaje supondría para una joven casadera a los ojos de
sus contemporáneos.
La complicidad de Dios
Dios ha movido sus hilos y las dos mujeres han
entendido las claves por las que la acción de Dios discurría. Y no es de
extrañar pues las 3 partes comparten un útero misericordioso. Tenemos
que reconocer que a pesar de que en teoría Dios no tiene sexo en la práctica le
hemos convertido en un varón. Eso sí, no siempre la Biblia ni la teología han
podido reprimir brotes femeninos en su persona. “A su imagen los creó, varón y
mujer, los creó” apoya la idea de que en las intenciones del Creador estaba
participar por igual de la imagen de los dos sexos. Y nos encontramos
textos en la Escritura que apoyan estas palabras.
Si Isabel bendecía a María como vientre preñado de
su Señor era porque la imagen que mejor describía a las mujeres del AT era esa.
Una imagen hija de la necesidad del pueblo elegido de multiplicar su
número lo que no era fácil ante la mortalidad infantil. Es precisamente
esta cualidad materna la que para los judíos hace a las madres misericordiosas
por antonomasia Pues hay una intuición que comparten todos los pueblos y que
consiste en la creencia de que las madres tienden a perdonar y a ayudar a
sus hijos por encima de lo que se haría desde otras relaciones sociales.
Tan es así, que en hebreo la palabra rahamimque
tiene un sentido originario de útero materno acabó expansionándose
para significar compasión, piedad, misericordia y amor. La forma verbal supuso
tener misericordia y el adjetivo equivalia a misericordioso. El
resultado final es que se forma una metáfora que va de un órgano físico de una
mujer, su vientre, a un modo psicológico de ser que supone la aplicación del
concepto a todo aquel que demuestra interés por mejorar la situación de su
entorno.
Creo que no nos puede extrañar que sea este
adjetivo uno de los que con más profusión se le aplican a Dios en el AT
tanto en los salmos como en la literatura profética. A un Dios que llevó en su
seno al pueblo elegido, “los que habéis sido transportados desde el seno” Is
46,3 y que desde presupuestos más universales gesta a toda la creación le
encajaba a la perfección ese vocablo.
Comparten nuestros 3 protagonistas la misma
condición y muchos sentimientos que a esta condición se suman. Aunque de la
vida de Isabel nada sabemos tanto María como el propio Dios se van a
caracterizar por la fidelidad inquebrantable a sus hijos. La madre de
Jesús le sigue, con frecuencia sin entender su mensaje, pues para la campesina
conservadora no era fácil asimilar que muchas de sus creencias
fundamentales no entraran en el programa de su Hijo. Un Hijo que se
consideraba por encima de Moisés, del sacerdocio y del templo. Y sin embargo, y
a pesar de todos los pesares, le siguió hasta el final que le supuso
estar al pie de la cruz cuando el resto de sus discípulos le había abandonado,
Esa fidelidad inquebrantable a sus hijos es también
una característica del Dios de Israel. “¿Acaso olvida una mujer a su niño de
pecho, sin compadecerse del hijo de sus entrañas?” le oímos
decir a Isaías 49,14. Una característica que la encíclica Mulieris
Dignitatem coloca en Jesús como revelación suprema de Dios. Un Jesús que
se convierte en la encarnación terrena de ese principio femenino que es la
fidelidad materna.
Como un ovillo que se desenreda esa fidelidad
se caracteriza a su vez por una compasión que tiende a mejorar la
situación de los hijos más desfavorecidos. Eso es lo que María de Nazaret nos
canta en el Magnificat. Desde su condición de futura madre es capaz de entrar
en el corazón del Dios materno y desde esa atalaya privilegiada describir un
futuro de bienestar para todos. Los pequeños, los débiles, los pobres, los
enfermos pasarán a primera fila pues la madre compensa volcándose con los hijos
que más lo necesitan.
María, Isabel y Dios mismo nos invitan a entrar en
esta dinámica. Según Eckhart todos hemos sido llamados a ser madres pues
según sus palabras: “El Creador extiende este poder hacia ti desde su
maternidad divina situada en su capacidad de dar eternamente a luz… La persona
que fructifica da a luz desde la misma fuente de la que el Creador extrae el
mundo eterno. Por este centro nos hacemos portadores de una maternidad
fructífera”. Un Jesús que se convierte en la encarnación femenina de ese
principio femenino que es la fidelidad materna.
En la medida de que entremos en esta dinámica
compartiremos las inquietudes que aparecen en la escena de la visitación y que
se van a desarrollar a lo largo del evangelio. María fue llamada desde su
condición de madre a ser discípula de su Hijo y nosotros desde nuestra
condición de discípulos somos llamados a hacer de madres de Jesucristo pues
la evangelización no es otra cosa que hacer brotar la semilla de Jesús en los
corazones de quienes no le conocen.
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