No es lo mismo
ni es igual | Pablo Mella, SJ
2021: Un año para metaaprender
En psicología
de la educación se conoce como metaaprendizaje el proceso por el cual
nos hacemos conscientes de nuestros propios procesos de aprendizaje para
conducirlos de manera más eficiente y sacar mejor provecho de ellos. El mundo
de la educación valora cada vez más la importancia que tiene que metaaprendamos
para pensar en profundidad. Si hace unos años se decía «Hay que aprender a
aprender», hoy podemos complementar nuestro compromiso educativo diciendo: «Hay
que metaaprender para aprender».
Se dice que con
la pandemia de la covid-19 hemos aprendido mucho en el 2020 que recién acabó.
Pero si no metaaprendemos lo que sucedió en nuestro interior durante este año,
lo aprendido se irá al zafacón del olvido y nada habrá valido la pena.
Declaremos, pues, el 2021 como el año del metaaprendizaje.
Presupuestos
del metaaprendizaje
Quienes
promueven la idea de metaaprendizaje parten de varios presupuestos
fundamentales. Estos presupuestos constituyen auténticas premisas
antropológicas de gran calado.
En primer
lugar, se acepta la premisa de que mejor se educa quien tiene conciencia de lo
que le sucede en su persona mientras aprende. Esto empata con el secular
«Conócete a ti mismo» atribuido al Oráculo de Delfos; pero lo encontramos
igualmente en todas las sabidurías ancestrales de la humanidad. Si, por
ejemplo, siento aversión por quien me enseña, menos aprenderé.
En segundo
lugar, quien está sobre aviso acerca de lo que le se desata en sí mientras
aprende crecerá mejor como persona. Por el contrario, quien se deje llevar por
la primera reacción que le produce una experiencia tendrá más probabilidades de
errar en su camino que quien consigue detenerse un poco y ponderar los
distintos aspectos implicados en lo que ha vivido.
En tercer
lugar, quien puede identificar sus estados emocionales podrá organizar mejor sus
actividades futuras. Para uno poder observarse en lo que hace, necesita ya
tener consigo una especie de esquema previo de sus estados de ánimo y de cómo
reacciona ante determinados eventos. Permítasenos un ejemplo bien tonto, porque
se verá la importancia decisiva de este punto que parece obvio: si una persona
tiene una fobia irresistible a las arañas, no debe elegir como especialidad u
oficio la aracnología.
Destrezas
necesarias para metaaprender
Para
metaaprender se hace necesario cultivar algunas destrezas o actitudes. A
continuación se señalan cuatro fundamentales.
a)
Precisar: cuando se da
por concluido un proceso, conviene visualizar de manera conjunta lo que se ha
aprendido. Normalmente, esto se logra a través de dos acciones: resumir y
nombrar. Resumir es decir en poquísimas palabras lo esencial de lo que se ha
experimentado. Nombrar consiste en adjudicar sustantivos englobadores a las
vivencias que atravesamos. Nuestras vivencias suelen estar compuestas por
muchos elementos, normalmente contrapuestos: alegría y tristeza, rabia y paz,
ansia y desgano. Precisar lo vivido nos ayuda a cedacear el complejo haz de
sentimientos que nos embarga a cada paso y sacar una conclusión provisional que
nos permita seguir caminando entusiasmados. Por ejemplo, podríamos decir: «Lo
vivido en el 2020 ha sido una gestación».
b)
Afinar: La precisión
nos permitirá entonces afinar, es decir, distinguir las cosas menos importantes
de las más importantes, para integrarlas en un nuevo plan de vida más llevadero.
Quien no afina sus experiencias acaba convirtiéndose en una persona grosera.
No dejar de ser interesante que nos valgamos del adjetivo grueso para señalar
la forma de ser caracterizada por la rudeza. En latín, grueso significa
violento y grande; por eso es sinónimo de rudo. Como se suele decir: se parece
a un elefante en una tienda de cristales.
b)
Recontextualizar: consiste en
trasladar imaginativamente lo aprendido en un momento a otro momento por venir.
Muchas veces no sabemos para qué nos servirá un aprendizaje determinado o sencillamente
no estamos en condiciones de valorar lo aprendido en el momento. El
utilitarismo inmediatista es el peor enemigo de quien quiera aprender. Cabe
señalar que la recontextualización tiene dos aspectos complementarios. Uno es
espaciotemporal: consiste en poder adaptar razonablemente lo aprendido en una
experiencia concreta a otra experiencia distinta. Por ejemplo, recontextualiza quien
concluye que la paciencia necesaria para comprender un texto es necesaria
también para comprender lo que dicen las personas con quienes nos relacionamos.
El otro aspecto es espiritual: consiste en asumir que todas las cosas de alguna
manera se comunican; que lo visible y lo invisible tienen vínculos misteriosos.
Esta actitud resulta vital para combatir la cultura cientificista que solo cree
en lo que ve.
c)
Ensayar: consiste en
llevar discretamente a la práctica lo aprendido en los nuevos contextos que se
enfrentan. Este punto es muy delicado, por las implicaciones éticas que tiene
actuar sin poder prever con exactitud los resultados. Si nos ponemos a pensar
un poco, la ansiada vacuna contra la covid-19 vendría a ser el mejor ejemplo.
Solo se aprende realmente ensayando; no debe desesperar quien no obtiene el
resultado inmediato en un ensayo. Sin embargo, conviene advertir algo: dado que
al ensayar entramos en terrenos ignotos, debemos tener mucho cuidado y avanzar prudentemente
en nuestros experimentos, sobre todo cuando implican la vida de las otras
personas.
Lo que debemos
metaaprender en el 2021 partiendo desde el campo educativo
Quiero concluir
compartiendo lo que metaaprendimos en el Instituto Superior Bonó en el 2020 en
el campo educativo de la educación superior dominicana. Lo que se dice a
continuación es producto de evaluaciones hechas con estudiantes y profesores.
Creo que se puede recontextualizar fácilmente en otros campos de la vida que se
vieron afectados por el estado de excepción padecido a lo largo del año.
Primer
aprendizaje: La pandemia
ha desvelado que la educación no consiste básicamente en disponibilidad y
trasvase de información. Las plataformas con que contamos nos han posibilitado
colgar más informaciones, facilitar videos educativos, mejorar las rúbricas y
usar correo electrónico para precisar aspectos de la docencia que no quedan
claros de manera presencial. Pero constatamos que ha faltado el tiempo de
acompañar personalmente a los estudiantes. Confirmamos, pues, que la educación
consiste fundamentalmente en un proceso de relación humana de calidad, no en el
mero uso instrumental de nuevas tecnologías ni en la posibilidad aumentar la
disponibilidad de un inmenso cúmulo de datos.
Segundo
aprendizaje: Como
corolario de lo anterior, nuestros docentes reconocen la importancia decisiva
del encuentro personal como parte del aprendizaje. En otras palabras, hace
falta volver a las aulas si se quiere enseñar con calidad en el contexto
dominicano actual; y hace falta revisar la manera personalizante en que nos
relacionamos profesores y estudiantes.
Tercer
aprendizaje: No es correcto
minusvalorar la enseñanza sincrónica en nombre de las virtualidades de la enseñanza
asincrónica. Conocemos el principio general de que las aulas virtuales deben
usarse de modo más asincrónico que sincrónico. Nuestra experiencia evaluada nos
lleva a la conclusión opuesta. Nos ha funcionado mejor lo sincrónico que lo
asincrónico. Y esto por ambas partes: para profesores y para estudiantes. Los
profesores que por sus conocimientos de los entornos digitales de enseñanza
asumieron la modalidad asincrónica no quedaron satisfechos con sus
interacciones pedagógicas. Esto nos lleva a la otra parte, la de los estudiantes.
El problema reside en que el estudiantado dominicano debe transformar la
cultura educativa que carga en sus entrañas. Concluimos que es un tanto mítico
presuponer que el sujeto de licenciatura que puebla nuestras aulas
universitarias está listo para la educación asincrónica.
Cuarto
aprendizaje: las
plataformas digitales más simples son preferibles a las más complejas. Las
plataformas complejas podrán ofrecer muchos recursos, pero hacen que el
profesor pase más tiempo aprendiendo a usarlas que atendiendo a los
estudiantes. Entendemos que no se puede consagrar más tiempo a la tecnología
que al proceso educativo que se lleva a cabo en el encuentro interpersonal y en
la preparación de la actividad docente.
Nuestra gran
conclusión es la siguiente: la educación superior dominicana no está preparada
aún para el salto a la enseñanza virtual no tanto por la falta de cobertura
tecnológica, sino por la misma cultura de estudios que prima en las personas
que interactúan en nuestras comunidades educativas. Dicho para el futuro: el
problema que debemos enfrentar no es primordialmente tecnológico; vuelve a ser
esencialmente curricular. Tiene que ver con cómo concebimos la labor docente e
integramos al estudiante dominicano que llega a nuestras aulas, con sus experiencias
personales, con sus aprendizajes culturales transnacionales y sus expectativas
de vida. Igualmente, tiene que ver con la democratización de nuestra sociedad y
nuestra cultura, marcada aún por el trujillismo y asediada ahora por la
globalización neoliberal.
Resumiendo: la educación superior que visualizamos desde el
Instituto Superior Bonó no se plantea como respuesta a los desafíos
tecnológicos que han acarreado los entornos digitales a los que se ha acudido
de manera reactiva por la pandemia de la covid-19. Nuestras preguntas sobre la
educación superior dominicana tornan su mirada hacia la sociedad que deseamos y
se sienten confrontadas a ponderar los compromisos éticos que habremos de
asumir, distinguiendo sabiamente, una vez más, entre los medios que tenemos a
nuestro alcance y los fines que deseamos para la humanidad y el planeta.
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